Oscar Niemeyer, autodefinición
Al saludar a Barbosa Lima Sobrinho, Fidel dijo que no creía que tuviera 95 años.
--Tenemos que recoger algunas muestras genéticas suyas, añadiò.
Fidel habló durante una hora de la situación en Cuba y de la política internacional, hasta que le interrumpí:
--Recuerde, Comandante, que le invitamos a un encuentro, no a una conferencia.
La concurrencia se relajó y Fidel reclamó:
--¿No hay nada aquí para comer o beber?
Tomó un güisqui y comió con apetito varios canapés.
Nos retiramos a medianoche. Los miembros de su seguridad avisaron que el ascensor no funcionaba y el de servicio sólo llegaba hasta el 7º piso. A la luz de linternas Fidel y yo bajamos desde el 9º piso por unas escaleras estrechas. Para llegar hasta el ascensor de servicio nos vimos obligados a pasar por dentro del apartamento de una familia, atravesando la sala y la cocina.
El 29 de enero del 2008 participé en Cuba, en la Universidad de Ciencias Informáticas, de la inauguracon de la escultura que Oscar Niemeyer regaló a Fidel con motivo de sus ochenta años: una enorme cara roja del imperialismo escupiendo fuego, y la pequeña Cuba irguiendo su bandera ante ella, resistiendo. Hacía mucho frío y había miles de estudiantes en la plaza.
En mi discurso comparé a Niemeyer con Martí: ambos eran latinoamericanos, revolucionarios, poetas y antimperialistas. Elogié la coherencia y la modestia de Niemeyer, cuyas obras conocí desde niño en la Laguna da Pampulha, Belo Horizonte.
La última vez que estuve con Niemeyer en su despacho fue el 3 de junio del 2010, cuando llevé hasta allí a Homero Acosta, secretario del Consejo de Estado de Cuba. El arquitecto estaba de muy buen humor y nos habló entusiasmado del album de fotos de todas las iglesias que había proyectado.
--Yo tuve formación religiosa. En la hacienda de mis abuelos -contó- los podtigos de la sala estaban mezclados con los de oratorios. Mi abuela nos obligaba a arrodillarnos y a rezar antes de cada refacción. Después dejé de tener fe. Pero siempre me gustó diseñar iglesias.
Resalté la belleza de la catedral de Brasilia, cuyas osadas líneas recuerdan las manos abiertas a lo transcendente, cual botón de flor abriéndose al infinito, haz de espigas de trigo evocando el Pan de la Vida, el corazón con la boca abierta al hambre de Dios.
Niemeyer, de 102 años por aquel entonces, comentó que una vez por semana recibía a un grupo de amigos para tener clase de cosmología y astrofísica impartidas allí mismo por un profesor de física. Su entusiasmo con lo que aprendía le hacía asemejarse a un joven estudiante.
Guardé de él este hermoso poema titulado Autodefinición: En la hoja blanca de papel hago a mi gusto un boceto./ Rectas y curvas entrelazadas. / Y prosigo atento y todo concentrado / en busca de las formas deseadas. / Son templos y palacios sueltos por el aire, / pájaros alados, lo que tú quieras. / Pero si los miras algo despacio, / encontrarás en todos ellos los encantos de mujer. / Dejo a un lado el sueño que soñaba. / La miseria del mundo me repugna. / Quiero poco, muy poco, casi nada. / La arquitectura que hago no importa. / Lo que quiero es la pobreza superada, / una vida más feliz, la patria más amada.
ALAI, América Latina en Movimiento - 16 de diciembre de 2012