Prepararse para todo

Ricardo Aronskind


No cabe ninguna duda de que vale hacer los máximos esfuerzos para evitar la llegada de la derecha argentina al poder, porque sería como entregar el poder total del país a las corporaciones locales e internacionales.

No se conocen propuestas económicas concretas de la derecha, salvo bolazos marcketineros como la “dolarización” o “sacar el cepo”, como si fuera muy fácil repartir los dólares que no se tienen a quienes no tienen los pesos para comprarlos.

Pero más allá de esas grotescas demagogias neoliberales, las alusiones que realizan a veces los candidatos macristas o sus economistas, nos remiten a los viejos negocios con los que sueña el poder económico local: mano de obra desprotegida y barata, negocios financieros con las jubilaciones y pensiones, gasto público orientado a comprarles a las corporaciones los bienes y servicios que quieren vender al precio que ellos fijen, concesiones de negocios seguros, rebajas impositivas para no pagar impuestos, continuidad de todos los curros ilegales (evasión, contrabando, fuga) y garantía de no investigación…

Pero la novedad en la derecha local no es económica, sino política.

Es la abierta alusión a la utilización de la violencia contra las protestas populares, primero por parte de Macri, y luego por Bullrich, que transformó la voluntad represiva en una bandera electoral.

La voluntad represiva se vincula al escenario que esperan encontrar a su llegada al gobierno y la “autocrítica” en relación a su fallida gestión anterior.

A diferencia de la buena situación económica que les dejó en su momento Cristina Fernández de Kirchner, que les permitió empezar a hacer negocios sin tener que plantear un fuerte ajuste que llevaba seguro a una confrontación con los trabajadores y la población en general, ahora no hay espacio para invitar nuevamente a sus queridos fondos de inversión a hacerse un banquete de bonos argentinos –debido al desastre financiero que nos dejó Macri-.

Por lo tanto tienen que entrar utilizando todo el impacto político del triunfo reciente para introducir los “cambios”, que no son otra cosa que la piñata de negocios de sus mandantes. También es cierto que la derecha percibe el desaliento que hay en el campo popular, en comparación a la fuerza y al empoderamiento que este mismo campo popular sentía en el momento de ceder el gobierno al macrismo.

Un dato no menor es que tradicionalmente los norteamericanos prefieren que todas las reformas “pro mercado” –léase “pro multinacionales occidentales- “sean hechas legalmente, con las manos alzadas de la mayoría de los “representantes del pueblo”, para que los que las rechazan se tengan que callar en nombre de la “democracia”, o sean reprimidos con “la Ley en la mano” y con el “estado de Derecho” legitimando los garrotazos. Esa visión del norte es más compatible con el enfoque larretista, de lograr consensos… a favor de una Argentina semicolonial.

La derecha local está pasando por un momento de degradación extrema: si la comparamos con la farsa que montó el macrismo y sus asesores publicitarios  en 2015, estamos presenciando un proceso de abandono absoluto de todo tapujo o intento de presentarse como moderada, sensata, moderna, pluralista, democrática, pragmática, republicana o decente. Evidentemente creen que la evolución de la ideología y la sensibilidad de parte de los votantes los habilita para un sinceramiento del salvajismo implícito en la servidumbre a las pulsiones corporativas.

No hace falta realizar investigaciones muy complejas para encontrar expresiones de cipayismo explícito, como las declaraciones a favor del juicio que han entablado fondos buitres contra YPF o a favor de la entrega de las Islas Malvinas a los ingleses; respaldo masivo a la ilegalidad y la violencia institucional, como lo que viene haciendo Morales en Jujuy; discursos completamente falsificadores de la realidad, como los comentarios sobre la realidad económica actual desentendidos del desastre macrista; el lanzamiento de consignas vacías y light, que insultan la inteligencia, como las que lanza Larreta en capital; o la asunción, con desparpajo, de propuestas completamente derechistas, como Jorge Macri, candidato del PRO, burlándose de la gente que pernocta en cajeros automáticos, y poniendo al extremista de derecha Rinaldi a la cabeza de sus legisladores. Para no hablar de los versos económicos inconcebibles del Bullrich (“blindaje” incluido).

Sin embargo, por más degradada y reaccionaria que esté la derecha, el problema sigue siendo qué fuerza política la enfrenta para impedir que siga avanzando y deteriorando a nuestra sociedad.

Horizonte nublado

La campaña electoral viene complicada, y las posibilidades de Unión por la Patria de triunfar en la elección nacional no son claras. No es que todo esté perdido, pero es fácil constatar que el espacio político nacido del Frente de Todos llegó a esta coyuntura en un contexto político y económico muy desfavorable.

Ese contexto no fue producto del azar, ni de la naturaleza, ni de lo malo que es el mundo en el que vivimos.

El empoderamiento violento de Bullrich es la contrapartida del debilitamiento y desaliento en los sectores populares provocado por el gobierno del Frente de Todos. Gobierno que, debemos recordar, estuvo por caerse a mediados del año pasado (2022), y sobrevivió gracias a una precaria ingeniería con que lo sacaron adelante Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa.

El devenir del proceso político que dirigió Alberto Fernández hasta ese momento, más allá de aciertos y errores que puede tener cualquier gobierno, fue sumamente negativo para el campo popular. La renuncia explícita a confrontar en serio con los poderes fácticos, tanto en el terreno de las políticas públicas como en el del debate de ideas y principios por parte del Presidente, fue un elemento central de desmoralización y desmovilización popular.

Vamos a decirlo con la máxima claridad posible: por culpa del devenir de un gobierno pinchado, sin energía ni convicción sobre sus propios objetivos, llegamos a este escenario electoral más débiles y desguarnecidos de lo que la potencia política del espacio nacional y popular permitiría imaginar.

En el terreno de la política económica, no se hizo lo suficiente en dos frentes muy importantes y decisivos para la opinión pública:

a) En el frente del cuidado de las reservas del Banco Central no se defendió con todo el rigor y la fuerza cada dólar que debería hoy estar fortaleciendo nuestra capacidad de controlar esa divisa, lo que siempre habilita a los especuladores y golpistas cambiarios a armar corridas, que luego habilitan  a los formadores de precios a lanzar sus remarcaciones salvajes. ¿Distracción, desinterés, flojedad frente a los intereses privados?

b) En el frente de los precios, donde se pasaron años enteros sin intervenir con decisión en todo el proceso de formación de precios para evitar los groseros y evidentes abusos que todos los días sufren lxs consumidorxs argentinxs en los distintos mercados. No se hizo nada concreto para evitar esa situación, mientras se comentaba lo malo de los abusos sin actuar con eficacia sobre el tema. ¿Debilidad, miedo político, abulia?

En lo discursivo, los errores son tan grandes, que no se pueden entender como tales.

El gobierno renunció no sólo a defender las cosas que hizo bien, sino que le entregó por completo la cancha al enemigo, no defendiendo absolutamente nada, no desmintiendo las mentiras groseras de la oposición, ni tampoco aprovechando las muchas oportunidades en las que se podía contragolpear, mostrando las falsedades y manipulaciones, para ir mellando la credibilidad de la derecha política y mediática.

No se quiso, directamente, pelear.

Y se le regaló la opinión pública en bandeja a la derecha, que cuenta con un aparato comunicacional descomunal. Todo ese necesario combate político por la opinión pública quedó librado a lo que pudieran hacer algunos periodistas y medios sueltos, con ínfimo apoyo.

Por estas razones, el Frente de Todos perdió caudal electoral en las elecciones de medio término, tuvo que firmar el acuerdo con el FMI apremiado por la amenaza de un golpe de mercado interno, debió cambiar dos ministros de economía para cauterizar una situación crítica, y viene surfeando dificultades muy graves en el terreno económico-social-presupuestario que no se terminan.

Se entró en una dinámica en donde la debilidad política empujaba hacia más debilidad política.

No cabe duda que fue un período en el que se concentraron dificultades extraordinarias, partiendo de la gravísima herencia económica macrista y siguiendo por la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía. Sí, todo eso existió, y fue objetivamente muy serio y perjudicial para nuestro país.

Pero las falencias y carencias que señalamos más arriba no fueron provocadas por éstos factores externos.

Por el contrario: sin esas limitaciones políticas internas todo hubiera sido más manejable. Seguramente hoy los asalariados no tendrían el deterioro salarial que tienen, la pobreza sería menor, fracciones rentísticas y especulativas no tendrían la sensación de impunidad y empoderamiento que hoy tienen, y el campo popular estaría bastante más entusiasmado y dispuesto a dar batalla política y electoral a la derecha.

Esto que acabamos de describir se refiere al plano táctico, que se perdió por limitaciones propias.

El plano estratégico

A su vez, el plano estratégico, es decir, la gran confrontación con el poder hegemónico corporativo –en la que en algún momento del período kirchnerista pareció que se estaba “ganando”- ha sido completamente dejada de lado, y no se encararon las tareas necesarias –nada sencillas, pero tampoco imposibles- para enfrentar el desafío político-ideológico-cultural y mediático que el espacio neoliberal-conservador argentino nos plantea.

Ese trabajo incesante, sistemático, integral en el plano ideológico-cultural que hace la derecha, es lo que explica el telón de fondo de la opinión pública capturada por formaciones como JxC y por Milei.

Es muy importante destacar que no todos los que voten a opciones políticas de derecha son de derecha. Por supuesto que si votan derecha, una idea muy precisa de lo que eso significa para sus propias vidas no tienen, pero eso es otra cosa. Es un problema de despolitización, que también debería ser una responsabilidad de una fuerza social transformadora tratar de mitigar.

Cuando Macri, al final de una gestión desastrosa, plagada de mentiras y de pésimos resultados, saca el 41% de los votos, es que han logrado “fidelizar” a una parte del electorado que no está constituido exclusivamente por el capital concentrado corporativo, sino por muchos habitantes que por consideraciones que nada tienen que ver con sus propios intereses concretos siguen apoyando a quienes los destruyen.

La derecha ideológica es mucho menor que los votantes de la derecha, aún cuando es posible que haya crecido en las últimas décadas. Lo podemos ver en el caso de un candidato trucho, ajeno al distrito de CABA como Jorge Macri, que dice “hola” y ya tiene 28% de intención de voto. Eso es voto ideológico. Tradicionalmente en el distrito porteño la derecha pura, ideológica, era el 20%, pero puede haber crecido, por esta fórmula identitaria que han logrado al atraer a todo el anti peronismo, o usando su nuevo logro psicológico-comunicacional de las últimas décadas: el antikirchnerismo.

Lo mismo ocurre con los votos a Milei. Quienes están estudiando el fenómeno nos advierten la complejidad del voto a este personaje, y el reducido elemento programático en la definición de esa elección. Hay otras razones que están jugando como bronca, desorientación, necesidad de cambios fuertes, que supo encarnar este ser patológico.

El kirchnerismo, como la gran fuerza política que era en 2015, es en parte responsable de esta situación de vacío ocupado por la derecha, pero también lo es la izquierda del FIT, que no sabe atraer hacia ella votantes jóvenes decepcionados por la política convencional, en un momento de parálisis política kirchnerista.

Parálisis política

La parálisis política kirchnerista dura ya años, y debe ser pensada. Creemos que algunas vulnerabilidades de este espacio tienen que ver con la conducción híper personalizada en la figura de Cristina, a la que se le pide que haga todo: que piense, que decida, que no se equivoque y que gane. Es responsable ella, y somos responsables sus seguidores.

También debe ser cuestionada la deriva del kirchnerismo hacia una comportamiento político similar a los partidos políticos convencionales, que son una máquina electoral, en muchos casos vaciados de los contenidos históricos que les dieron sentido, y que su razón de ser fundamental son los momentos electorales.

Un ejemplo de esto es el peronismo porteño, incapaz de hacer un trabajo sistemático en función de un proyecto estratégico en relación a un distrito muy complejo, pero en el cual se pueden formular reivindicaciones legítimas que convoquen a una parte importante de la población. En CABA reaparece cada 3 años y medio a pedir los votos, sólo para comprobar que nada ha cambiado… porque nada se hizo en el medio para organizar, concientizar, generar sociedad civil, aprovechar las demandas ciudadanas, etc.

Esta situación de falta de organicidad y trabajo sistemático se expresa en un punto sorprendente: no hay una estructura política que tome los valiosos y desafiantes planteos que realiza Cristina en sus intervenciones públicas y las transforme en consignas, propuestas y planteos. Algunos discursos fueron la base para un programa económico popular. Otros, claves de interpretación histórica fundamental de la Argentina contemporánea. ¿Qué se hace con eso? ¿Cómo se aprovecha como elemento educativo de primer orden?

Se actúa como si por sí sola la palabra de CFK iluminara de una vez y para siempre las mentes de lxs argentinxs. Y no es así.

La agenda de fondo que presenta Cristina a través de sus intervenciones, no se corresponde con el tipo de organización vertical, pasiva y sin tareas para cada uno de sus cuadros que hay por debajo de ella. Probablemente el tremendo episodio del intento de asesinato de la vicepresidenta ponga de manifiesto la distancia que hay entre las declaraciones rimbombantes echadas al viento y la capacidad real de actuar de su espacio político.

Debido a esta lamentable falta de organización en muchos niveles, esa potencia discursiva de Cristina queda reducida a un espectáculo visual de  corto alcance, y no nutre un entramado político que lo aproveche y lo trabaje, elevando el nivel político de la población y de la propia militancia.

Todo lo dicho tiene que ver con los cambios que se necesitan hacer para recuperar vitalidad y vigencia política. La obligación central hoy es presentar batalla electoral y evitar una victoria contundente de la derecha.

Pero tanto si Unión por la Patria logra una victoria ajustada, como si se pierde frente a una fuerza agresiva, regresiva y sin proyecto nacional, el espacio popular tiene que proceder a una profunda revisión de enfoques y prácticas políticas, para estar a la altura de lo que la historia nacional nos demanda.

La historia no se termina el 10 de diciembre. Es obligación del campo popular pensar el futuro.

- Ricardo Aronskind, Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.

 

La Tecl@ Eñe - 1 de agosto de 2023

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