Rehabilitar a la humanidad contra el capitalismo: Jaurès quería cambiar la sociedad, no gestionarla
Su «método» para «reabsorber y suprimir el capitalismo» fue rápidamente olvidado, ocultado o negado. Si su figura es enormemente exaltada con fines de recuperación, haría falta devolverle de nuevo la unidad e integridad de su pensamiento.
Jaurès se sumó desde 1892 al «colectivismo» por adhesión al análisis marxista del valor y al descubrir la lucha de clases junto a los mineros de Carmaux. El capitalismo, fundado sobre la insoslayable explotación de las fuerzas del trabajo, seguirá siendo a sus ojos «contrario al ideal de justicia social y al principio de humanidad». Jaurès no sólo ha repetido sin cesar que «el socialismo no es necesariamente revolucionario», ha querido llevar a cabo «la supresión lo más rápida posible de la iniquidad capitalista».
Para ello, al día siguiente del asunto Dreyfus, con el fin de defender mejor a la República amenazada unificando a todos los socialistas franceses, intenta rebasar la oposición canónica entre reforma y revolución, que dividía a las socialdemocracias europea, y clarificar los lazos entre la meta final y los medios para lograrla. Redactor de la Histoire socialiste de la révolution française, quiere ser tanto heredero de todas las corrientes revolucionarias, socialistas y comunistas francesas del siglo XIX como intérprete renovador del «verdadero marxismo».
Mediante la fórmula paradójica de «evolución revolucionaria» que toma prestada de Marx, con exte oximoron audaz que enlaza dos términos a primera vista contradictorios, Jaurès rechaza tanto la pretendida y estéril «frase revolucionaria» como la aceptación reformista del capitalismo como sistema irrebasable: desde 1901 expone en una larga serie de artículos de La Petite République, a menudo ignorados o deformados, la estrategia en la que se concentrará el Partido Socialista en el Congreso de Toulouse de 1908.
Para empezar, el paso del capitalismo al socialismo no se realizará «ni por un golpe de mano ni por un golpe de mayoría» sino mediante la introducción en la sociedad de hoy, bajo la presión del movimiento obrero, de «formas de propiedad que la desmienten y que la rebasan, que anuncian y preparan la sociedad nueva, y que, mediante su fuerza orgánica, apresuran la disolución del mundo antiguo»
Lo mismo que el capitalismo se impuso poco a poco, igualmente el socialismo se impondrá gradualmente frente al capitalismo. Jaurès preconiza por tanto la nacionalización inmediata de los bancos, la expropiación progresiva de los monopolios industriales, el desarrollo de servicios públicos, la multiplicación de cooperativas de producción y de consumo. Estas formas de propiedad social pondrán en cuestión la lógica capitalista en el curso de un periodo de transición y de grandes luchas sociales, pues «los últimos pedazos del sistema capitalista no caerán más que cuando se aseguren los fundamentos del orden socialista».
Por consiguiente, las reformas no pueden ser soluciones a las contradicciones del capìtalismo; deben ser «preparativos» y puntos de apoyo para «conquistas más audaces», «gérmenes de comunismo sembrados en tierra capitalista». Si todas las «reivindicaciones inmediatas» de los trabajadores (salarios, condiciones de trabajo) se han de defender, el Partido Socialista debe igualmente hacer avanzar desde ahora mismo reformas destinadas «a hacer estallar poco a poco los marcos del capitalismo» (seguros sociales, gestión democrática), pues están dotadas de eficacia revolucionaria.Así Jurès dialectiza acción reformadora y objetivo revolucionario.
Igualmente, dentro de una óptica a la vez evolucionista y revolucionaria es cómo deben concebir los socialistas la conquista democrática del poder, aunque no puedan descartar la eventualidad de crisis políticas y sociales de envergadura.
Si, tras el fracaso de la Comuna de 1871, se reconquistó la república gracias al sufragio universal, hace falta todavía que se respete la soberanía popular gracias a la representación proporcional, hace falta todavía que su «soberanía formal» se convierta en «substancial», pues «si la idea central de la democracia es la soberanía política del pueblo, la democracia social tiene por fórmula la soberanía económica del pueblo, la soberanía del trabajo», lo cual supone, precisa Jaurès, el reconocimiento de la ciudadanía de los trabajadores en las empresas y en el Estado, en los consejos de administración y en el Consejo Democrático del Trabajo, que ha de substituir al Senado. ¡Concepto inédito, todavía hoy revolucionario!
Jaurès concluye que «la República burguesa debe desarrollarse en una serie de formas políticas y sociales cada vez mas democráticas y más populares, antecedentes necesarios o previos, como mínimo, de la República socialista». Tal vez habría visto en el programa del Consejo Nacional de la Resistencia una etapa democrática, pero su objetivo socialista iba más allá de los compromisos de 1944.
Es obligado que constatar que el análisis de la estrategia de Jaurès contradice las interpretaciones de su pensamiento más extendidas hoy en día. Si los primeros comunistas franceses que esperaban conciliar a Jaurès y Lenin vieron cómo se les imponía durante largo tiempo la doxa estaliniana, los dirigentes socialistas no ven ya en él más que a un defensor de la República moral, de los Derechos del hombre y de la paz: al privar a Jaurès de su dimensión subversiva, tratan de enmascarar sus propios reniegos.
Su reformismo revolucionario es un legado demasiado gravoso para aquellos que se pretenden herederos suyos.
Sinpermiso - 3 de agosto de 2014