Tropezar dos veces con la misma piedra
La elevada tasa de default en las hipotecas subprime fue el detonante de esta última crisis, pero para cualquier persona interesada en prevenir el próximo estallido los problemas son mucho más profundos que la crisis subprime. El sistema financiero era tan frágil que el detonante podría haber sido cualquier cosa. Con alrededor de dos billones de dólares, el universo total de las hipotecas de alto riesgo era modesto en relación con el PIB de Estados Unidos; el número de incumplimientos no era, por sí solo, suficiente para explicar una crisis de la magnitud de la que se produjo.
Lo que permitió que las hipotecas subprime activaran el pánico financiero mundial fue una transformación a largo plazo de la economía hacia lo que Hyman Minsky llamó “capitalismo administrador de dinero” (money manager capitalism). Ese capitalismo está caracterizado por su potencial de profunda inestabilidad, con pools de fondos enormes dirigidos por profesionales que buscan la máxima rentabilidad posible, generando sucesivas burbujas especulativas en los mercados de acciones, bienes raíces y commodities. Estos enormes pools de dinero administrado, incluidos aquellos administrados por el “sistema bancario en la sombra”, primero, no fueron alcanzados por la regulación y, segundo, estuvieron en condiciones de competir con los bancos regulados.
La desregulación del sector bancario fue en parte una reacción frente a esta competencia del sistema bancario en la sombra. La creación de instrumentos con fines especiales altamente apalancados y no regulados, por ejemplo, puede ser atribuida a un intento por parte de los bancos para mantenerse a la altura del sector bancario en la sombra. La creación de estas entidades fuera de balance terminó siendo crucial para el reciente colapso, ya que estas entidades asumieron riesgos enormes sin supervisión.
Mientras que las finanzas estaban haciendo metástasis, la economía real estaba quemándose. Los salarios medios promedio en Estados Unidos han estado prácticamente estancados desde comienzos de los años ’70, a medida que las ganancias de productividad han sido apropiadas por los más ricos. Ese estancamiento llevó al incremento del endeudamiento de los hogares como respuesta de las familias promedio para mantener sus niveles de vida. Por un tiempo, el incremento de los miembros de la familia que trabajan (más que nada mujeres con hijos) permitió sostener el consumo, pero a medida que se redujeron las condiciones para acceder al crédito y los precios de los hogares subieron, el consumo fue impulsado por los préstamos hipotecarios. Combinado con la laxa regulación y supervisión del sistema financiero, se logró un boom del consumo traccionado por el endeudamiento. Si le agregamos un boom fraudulento en el sector inmobiliario, se llega al escenario de fragilidad financiera que hizo posible la CFG.
La visión de Minsky es que la transformación de la economía y su estructura financiera de una situación robusta a una frágil responde, no a factores externos como la intervención del gobierno y la regulación, sino a las operaciones e incentivos “normales” del capitalismo financiero.
En ese sentido, el mercado no puede ser confiado a sí mismo para proveer un crecimiento estable del empleo y una mejor distribución del ingreso. Para rebalancear la economía es necesario reestructurar la regulación del sistema financiero junto con las políticas del gobierno para promover y garantizar el pleno empleo.
La tendencia de largo plazo en Estados Unidos ha sido la de consolidar una amplia variedad de servicios entre los afiliados de un holding financiero. Las reformas del New Deal separaron a las instituciones por función y las leyes estatales contra la apertura de subsidiarias ofrecieron limitaciones geográficas a su expansión. La evolución natural más la desregulación permitieron el crecimiento de un conjunto de behemots [bestias mitológicas] dominantes que ahora juegan un rol central en la prestación de todos esos servicios. Como las economías de escala se agotan rápidamente en el sector bancario, debería existir una presunción en favor de la limitación del tamaño de los bancos. Las entidades grandes son mucho más difíciles de regular y supervisar, eso crea incentivos para desarrollar “fraudes controlados”, donde los dueños y los clientes son engañados, mientras los gerentes se enriquecen.
A través de una reforma será necesario redirigir a las instituciones financieras fuera de las actividades riesgosas. Las instituciones financieras deberían tener que elegir entre ser un banco comercial o emprender transacciones especulativas. Los bancos comerciales deberían ser considerados como entidades de utilidad pública, sirviendo a fines públicos, y como tales no deberían involucrarse en los créditos securitizados que erosionan las buenas colocaciones si van a tener acceso a las garantías del gobierno.
Junto con las reformas del sector financiero tenemos que abordar el problema del desempleo cíclico y de largo plazo. Minsky desarrolló una política de “empleador en última instancia”, donde el gobierno provee una garantía de trabajo al salario mínimo para todos aquellos dispuestos y disponibles para trabajar. Antes que una bala de plata para utilizar en las reversiones del ciclo, los programas de empleador en última instancia son diseñados como un instrumento permanente que sostiene a los mercados de trabajo. En una expansión, los empleadores contratarán trabajadores del “pool” del programa, durante una recesión; la garantía de empleo asegurará un flujo de ingresos salariales para aquellos que son despedidos. Impulsando el pleno empleo, una política de empleador en última instancia ayudaría a reducir la desigualdad y estimularía un consumo sostenido por el ingreso salarial en lugar del endeudamiento.
Solamente si se abordan estos elementos de inestabilidad estructural es que podemos prevenir que sucedan de nuevo, al mismo tiempo, una crisis y una depresión. En ausencia de esa reforma fundamental, la próxima crisis está a la vuelta de la esquina.
Página/12 - 8 de octubre de 2012