Una guerra que todos hemos perdido
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue creada el 4 de abril de 1949 en Washington mediante un pacto militar firmado, en aquel entonces, por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Bélgica, Canadá, Noruega, Dinamarca, Islandia, Italia, Países Bajos, Portugal y Luxemburgo. En la actualidad la lista de países se ha engrosado y –de los doce apóstoles iniciales– ahora el número de integrantes alcanza los veintinueve miembros: Albania, Alemania, Bélgica, Bulgaria, Canadá, República Checa, Croacia, Dinamarca, Estados Unidos, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, España, Francia, Grecia, Hungría, Islandia, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Montenegro, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido, Rumania y Turquía.
En sus considerandos y fundamentos básicos, la OTAN asegura que busca defender la estabilidad de la zona euroatlántica. El objetivo primordial de esta organización, se dice, es garantizar la libertad y la seguridad de sus Estados miembros, a través de una acción mancomunada de medios políticos, diplomáticos y militares.
Sin embargo, recordamos el importante apoyo que Estados Unidos y la OTAN le brindaron al Reino Unido durante la Guerra de Malvinas, muy lejos de la zona euroatlántica que se juramentaron defender los países firmantes del tratado. Más acá en el tiempo, en una reunión de sus países miembros, la alianza señalaba que la influencia de China “es un gran desafío para la seguridad euroatlántica”. Así lo afirmó el secretario general de la OTAN durante la rueda de prensa en la que presentó las conclusiones de la reunión del organismo. Los líderes de los países miembros discutieron el lunes 14 de junio de 2021 en Bruselas y acordaron que el crecimiento militar y tecnológico de China es un “desafío sistémico”. También hablaron sobre el retiro de las tropas de Afganistán, la ciberseguridad y la amenaza que, según ellos, representa Rusia. Es curioso que consideren a China como un peligro para la alianza del Atlántico, cuando las costas del gigante asiático solo están bañadas por los océanos Índico y Pacífico.
En 1949, cuando fue creada la OTAN, China aún no representaba un peligro, porque venía de sufrir más de un siglo de dominación extranjera a manos de los ingleses, primero, y de la prepotencia japonesa luego. Los chinos, que siempre habían detentado el PBI mayor del planeta a lo largo de más de tres milenios, llaman “el siglo de la humillación” a esa centuria que transcurrió entre 1830 y 1949. Citamos 1949, porque ese fue el año que se puede caracterizar como el de la recuperación del orgullo nacional chino, que se inicia cuando los ejércitos del Partido Comunista de Mao Tsé Tung derrotaron a las fuerzas nacionalistas del Kuomingtang de Chiang Kai-shek. Hacemos esta aclaración, que no es caprichosa, sino que intenta definir el mapa del poder mundial de la actualidad.
El arco de países que la OTAN desplegó en el Este europeo tenía como destino de sus misiles a un Moscú cercano –entonces centro neurálgico de la ya desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La pregunta es: ¿si la OTAN se creó para cercar a la URSS, por qué no se disolvió cuando ésta se derrumbó en los años 90? La respuesta es sencilla: la URSS se derrumbó, pero Rusia continúa siendo la primera potencia nuclear del planeta –aun superior a Estados Unidos–, y China, luego de la revolución triunfante de Mao y del crecimiento inusitado de su economía a partir de la era de Deng Xiaoping, ya no es aquel pueblo que sufría en el siglo de su humillación. Rusia y China son aliados estratégicos: la potencia nuclear y económica que detentan ambos son los enemigos, no ya de la OTAN, sino de Estados Unidos, país hegemónico tanto en la alianza atlántica como en el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La cuestión ucraniana no es fácil de resolver. Por caso, Alemania, uno de los firmantes del acuerdo atlántico, tiene como socio principalísimo a Rusia, habiendo alcanzado el intercambio comercial entre ambos países 42.900 millones de euros durante 2021. ¿Podrá Alemania deshacerse tan fácilmente de Rusia?
Rusia, que tiene la mayor reserva de gas del mundo, es el principal proveedor de Europa: el 37% –más de un tercio del total– del gas que importa la Unión Europea procede de Rusia. ¿Podrá Europa deshacerse tan fácilmente de Rusia?
Rusia es el segundo país productor de petróleo del planeta, detrás de Arabia Saudita. Hay cuatro países que compran la mayoría del crudo de Rusia: Holanda, Alemania, Polonia y Bielorrusia. Podríamos repetir la misma pregunta, pero ya sabemos la respuesta: no es fácil desprenderse de Rusia, ni renunciar a sus exportaciones –también es el primer exportador del mundo de cereales–, ni enfrentar su poderío nuclear.
La OTAN nació para apuntar sus misiles hacia la URSS, pero caída esta, repetimos, esos misiles siguen apuntando a Moscú. En un juego de billar, la carambola de enfrentarse a Rusia también intenta golpear a China, su aliado estratégico. Ya sabemos que los Estados Unidos no son amigos de un mundo multipolar.
Rusia perseguirá, hasta conseguir su objetivo, la caída del gobierno de Zelenski, que pretendía integrar a Ucrania a la OTAN. Le sobra poder para hacerlo. La OTAN no podrá intervenir, por dos razones fundamentales: la primera es que Ucrania nunca alcanzó aliarse a la OTAN; y la segunda es que los países europeos que conforman la alianza atlántica no están muy convencidos de pelearse con el oso ruso.
Semejante terremoto planetario deja las cuestiones domésticas en un segundo plano, porque nada de lo que suceda en Europa del Este va a dejar de afectarnos. Mientras el Gobierno nacional eligió la prudencia como discurso y bregó porque se reestablezca la paz, aun condenando la invasión, la oposición de Juntos por el Cambio no perdió tiempo en demostrar su alineamiento automático con Estados Unidos y sobreactuó su desdicha por el viaje presidencial a Rusia, pidiendo exageradas explicaciones acerca de la reunión con Putin y de la relación de nuestro país con la potencia euroasiática.
Nadie recuerda ahora, aunque sería menester hacerlo, que Rusia nació en la actual Ucrania: en la Edad Media había existido un primer Estado ucraniano, la Rus de Kiev, que se considera el inicio del actual gigante euroasiático. Embobados y enajenados por Hollywood y por los medios masivos de incomunicación, la inmensa mayoría ignora que más de quince mil rusoparlantes de Ucrania fueron masacrados durante estos últimos años por el régimen autoritario de Zelenski. Pero, claro, la tele dice que el malo es Putin.
La aldea global no está poblada por ciudadanos y ciudadanas, sino por una mayoría de especímenes con lenguajes y razonamientos reducidos a fuerza de WhatsApp: las pantallas de televisión han reproducido protestas contra la guerra a lo largo del planeta. Protestan por una guerra que no entienden, pero son felices por aparecer en esas mismas pantallas de televisión que los han inducido a no entender esa guerra contra la cual protestan. Es evidente que hay una guerra que todos hemos perdido.
Revista Movimiento Nº 39 - abril de 2022