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La Cepal desarrolló el esquema centro-periferia en el célebre Estudio Económico de América Latina de 1949. Esa particular relación ponía en marcha diversos mecanismos acumulativos (tecnológicos, económicos, sociales, políticos) que reforzaban la heterogeneidad productiva de las naciones subdesarrolladas. Por su parte, la “teoría de la dependencia” planteó que la dupla desarrollo-subdesarrollo era un fenómeno interdependiente. En otras palabras, las naciones centrales mantenían su posición dominante subordinando a la periferia. En la actualidad, las naciones periféricas tienen mayores restricciones política-económicas que las analizadas en los primeros escritos cepalinos y dependentistas.
Por caso, las estrategias de desarrollo se encuentran muy limitadas por las normas librecambistas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El marco regulatorio impulsado por ese organismo es funcional a los intereses del capital trasnacional. Por ejemplo, sus normas prohíben la fijación de estándares de desempeño a las empresas extranjeras (contenido mínimo nacional, exportar determinado porcentaje de su producción) y limitan la protección arancelaria.
Sin embargo, el gran capital continúa pujando por más concesiones. El objetivo de la Ronda de Doha de la OMC, iniciada en 2001, era profundizar la liberalización comercial. Las negociaciones terminaron en un callejón sin salida por la cerrada negativa de las naciones periféricas a continuar otorgando ventajas a cambio de casi nada.
Al fracasar la Ronda de Doha, las naciones centrales impulsaron la firma de decenas de Tratados de Libre Comercio (TLC) con cláusulas favorables al capital trasnacional. En ese marco, el macrismo multiplica los gestos favorables a la Alianza para el Pacífico, el Acuerdo de Libre Comercio Mercosur-Unión Europea y el Tratado Trans-Pacífico (TPP).
La inserción de la Argentina en esa red de TLC implicaría una renuncia a cualquier proyecto industrializador. El economista Enrique Arceo explica en La política exterior de Macri: la reprimarización de la economía argentina como objetivo, publicado en Revista Realidad Económica N° 300, que “la misión de los TLC, cuando se realizan entre países centrales y periféricos, es profundizar la actual inserción de éstos últimos en la división internacional del trabajo, ya que la lógica que preside necesariamente su negociación es la reducción de los aranceles aduaneros en los sectores más protegidos por cada una de las partes negociadoras y esto significa la apertura del sector industrial de los países periféricos”.
Sin perjuicio de eso, la profesión de fe librecambista argentina no llega en el mejor momento. La crítica al TPP es un pilar central de la campaña electoral de Donald Trump. El candidato presidencial republicano sostiene que “sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”. El demócrata Bernie Sanders afirmaba cosas similares e Hillary Clinton, retrocediendo sobre sus pasos, ahora también se muestra crítica del Tratado impulsado por Barack Obama.
Por otro lado, la firma del TLC con el Mercosur despierta reacciones negativas en territorio europeo. Trece países (Austria, Chipre, Estonia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Polonia, Rumania, Eslovenia) se niegan a otorgar los beneficios en materia alimentaria reclamados por los países latinoamericanos.
A pesar de esos “obstáculos”, el macrismo insiste en una estrategia liberalizadora asentada en la reprimarización de la economía local.
Eso “remite a una experiencia que, en la historia argentina, al igual que en la de la mayoría de los países periféricos, termina, una vez agotada la capacidad de endeudamiento, en tasas de desocupación masivas y la utilización de la contracción del salario real como medio para superar la restricción externa”, concluye Arceo.