América Latina en disputa: ¿Nueva hora de los pueblos?

Gabriel E. Merino


Las movilizaciones populares en Ecuador y Chile y el golpe de estado en Bolivia terminaron de evidenciar la encrucijada histórica en la que se encuentra la región. En esta nota, el sociólogo e investigador del CONICET Gabriel Merino busca desentrañar la cuestión de fondo: la disputa entre un proyecto de neoliberalismo periférico y subordinación geopolítica, y un proyecto nacional popular, con fuerte impronta productiva, continental, soberana y de justicia social. Si finalmente se fortalece y logra liderar uno o el otro es la historia que se está escribiendo estos días.

Hasta hace apenas un par de meses, en el ocaso de esta década de claroscuros para América Latina, la región parecía encaminarse hacia un giro nacional popular. La sucesión de hechos así lo indicaban: la contundente victoria electoral en las elecciones primarias de la fórmula Fernández-Fernández en Argentina, las sublevaciones plebeyas antineoliberales de Ecuador y Chile, y el triunfo de Evo Morales en Bolivia, que iba a posibilitar a un indio el sueño germano de iniciar un cuarto mandato, después de varios gobiernos exitosos. A esta serie se sumaba México, que con la asunción de Andrés Manuel López Obrador comenzó a abandonar el neoliberalismo periférico y la subordinación absoluta a Washington.

Sin embargo, con el golpe y las feroces represiones en Bolivia, la posibilidad de que pierda el Frente Amplio en Uruguay luego de 15 años, el achicamiento de la distancia  en las elecciones generales a favor de la Alianza Cambiemos en nuestro país, las represiones y  muertes en Ecuador y en Chile, la experiencia de un personaje como Jair Bolsonaro justificada por el establishment regional y occidental y, en resumen, el corrimiento de buena parte de las llamadas “derechas” hacia el bando de la reacción hace pensar que, en realidad, lo que se está produciendo es un giro “conservador” u “oligárquico”. Es decir, un giro a partir del cual los gobiernos de la región retornan hacia los grupos y clases privilegiadas, bajo un proyecto de neoliberalismo periférico de perfil reaccionario comandado por el poder financiero.


Hoy la región está en diputa y, por paradójico que parezca, con una reemergencia de la iniciativa de las fuerzas antineoliberales, en una situación de crisis global y reacción “antiestablishment”.


Algunos pueden pensar que estamos en una situación similar a la de 1973 cuando, salvando las distancias, el retorno de la democracia en Argentina y, con él, del peronismo al gobierno, coincidió con una región cercada por gobiernos dictatoriales y reaccionarios: golpe en Chile y Uruguay en 1973, y dictaduras en Bolivia desde 1971, en Brasil desde 1964 y en Paraguay desde 1954. Con sus particularidades en cada país, estas dictaduras que llevaron adelante el terrorismo de estado lograron desarticular las fuerzas nacionales populares para que crezca y se desarrolle el neoliberalismo periférico, de la mano de la vuelta a la hegemonía estadounidense en la región.

Si bien la situación puede tener parecidos, el ciclo histórico actual es diferente: hoy la región está en diputa y, por paradójico que parezca, con una reemergencia de la iniciativa de las fuerzas antineoliberales, en una situación de crisis global y reacción “antiestablishment”. Después del giro encabezado por el poder financiero y las fuerzas conservadoras que termina de entre consolidarse en 2015-2016 con el triunfo de Mauricio Macri en Argentina y la destitución mediante un golpe parlamentario de Dilma Rousseff en Brasil, la elección de López Obrador en México representó el comienzo de un nuevo momento para la región.

Pero el cambio de viento político no se dio solo en el norte. En Chile empezó a desmoronarse la legitimidad del régimen de cobre y plomo inaugurado en 1973 con el golpe protagonizado por Augusto Pinochet. De pronto, en el “mejor alumno de la región” para el establishment occidental, afloraron todas sus contradicciones y exclusiones, develando la imposibilidad política de continuar reproduciendo el proyecto “más exitoso” de neoliberalismo periférico, es decir, de desarrollo del subdesarrollo.


De pronto, en el “mejor alumno de la región” para el establishment occidental, afloraron todas sus contradicciones y exclusiones, develando la imposibilidad política de continuar reproduciendo el proyecto “más exitoso” de neoliberalismo periférico, es decir, de desarrollo del subdesarrollo.


Por otro lado, en Ecuador, la sublevación popular encabezada por el movimiento indígena logró frenar y empantanar el avance de la “derecha” liderado por el propio candidato de la revolución ciudadana Lenín Moreno, quien viró hacia el poder financiero, las oligarquías tradicionales y el establishment de Estados Unidos. Este giro buscó sellarse a partir de un acuerdo con el FMI, con el fin de volcar a Ecuador por completo al clásico programa de neoliberalismo periférico propiciado por el organismo. Sin embargo, no fue posible dado que, como sucede allí desde fines de los años 90’ y en buena parte de los países de la región, no hay condiciones políticas para una hegemonía neoliberal.  

La crisis político-institucional es general en la región andina. Así lo indica el empate hegemónico de Ecuador, la insurrección popular en Chile, y la sublevación reaccionaria y el golpe en Bolivia contestado por un proceso insurreccional de las fuerzas del Movimiento al Socialismo (MAS). También, la disputa por Venezuela (principal reserva petrolera del mundo) y los frustrados intentos de invasión y cambio de régimen promovidos por el ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos John Bolton.

A este panorama se suman la inestabilidad política permanente de Perú, donde todavía domina la pugna de palacio al no haber sujeto popular con capacidad de discutir el estado, y la total fragilidad de Colombia bajo el gobierno reaccionario de Iván Duque, que ha buscado insistentemente destruir los acuerdos de paz y retornar al régimen oligárquico represivo que existió desde el asesinato del referente nacional popular y candidato a presidente Jorge Eliécer Gaitán en 1948. La importante huelga general y el masivo cacerolazo del 21 de noviembre, sumado a la presencia de fuerzas políticas “progresistas” por fuera de las fuerzas tradicionales del régimen colombiano, son manifestaciones de esta situación general de crisis político-institucional de la región andina suramericana, donde los condimentos de puja geoestratégica se hacen cada vez más evidentes.

Por el lado del eje Atlántico –aunque Bolivia, como parte de la cuenca del Plata, y Venezuela tengan una doble pertenencia— es central observar que Brasil está en una fuerte disputa interna entre sus propios grupos dominantes. Bolsonaro no pudo imponerse en muchos temas claves de subordinación a Washington y desarticulación de capacidades nacionales. Por ejemplo, en el enfrentamiento con China (incluso acaba de abrir la puerta a Huawei), en la intervención armada a Venezuela, la desarticulación del MERCOSUR (hasta propusieron una moneda común en la última cumbre), la entrega de la parte militar de la empresa aeronáutica Embraer a Boeing, el traslado de la embajada de Brasil en Israel a Jerusalén, entre otros. A la vez, no se destraba el empantanamiento económico que ya lleva cinco años, lo que erosiona la legitimidad política e incentiva las apuestas por exacerbar la discusión en el plano ideológico. También son indicadores de la inestabilidad del gigante regional la liberación del ex presidente Lula  Da Silva y el debilitamiento del juez y ministro de Justicia, Sergio Moro, referente de la guerra judicial y pieza clave en la coordinación con el Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Para analizar el momento actual, es necesario hacer un breve racconto y observar el proceso histórico general de nuestra América en la transición contemporánea. Desde 1998-1999, en América Latina comenzó una transición, una disputa entre proyectos políticos estratégicos, en sintonía con un mundo donde emergieron cuestionamientos hacia el Consenso de Washington, la globalización financiera, el “capitalismo salvaje” y el unipolarismo angloamericano, es decir, un mundo en donde se pone en discusión las jerarquías del sistema interestatal y la división internacional del trabajo.

El mismo año en que asumió Hugo Chávez el poder en Venezuela, estalló la crisis en Brasil y en Ecuador, emergió entre las fracciones empresarias golpeadas por el proyecto financiero neoliberal en Argentina el Grupo Productivo, asumió Vladimir Putin el poder político en Rusia con una visión nacionalista, Alemania y Francia junto a aliados lanzaron el Euro, China recuperó Macao (y antes a Hong Kong), y la Iglesia Católica propuso el jubileo de la deuda para condonar la deuda a los países pobres, apuntando contra el “capitalismo salvaje”.   


Desde 1998-1999, en América Latina comenzó una transición, una disputa entre proyectos políticos estratégicos, en sintonía con un mundo donde emergieron cuestionamientos hacia el Consenso de Washington, la globalización financiera, el “capitalismo salvaje” y el unipolarismo angloamericano, es decir, un mundo en donde se pone en discusión las jerarquías del sistema interestatal y la división internacional del trabajo.


Pero esta transición que se inicia a nivel regional tiene distintos momentos: 1) el quiebre de la hegemonía del proyecto financiero neoliberal y unipolar entre octubre de 1998 y abril de 2002; 2) la construcción de alternativas: el desarrollo del eje Atlántico y el “No al ALCA” entre abril de 2002 y noviembre de 2005; 3) el avance estratégico del nacionalismo popular latinoamericano y los intentos de construir un bloque continental suramericano (MERCOSUR-UNASUR-CELAC) entre noviembre de 2005 y 2011; 4) la aparición de la Alianza Pacífico, el reinicio de la ofensiva de las fuerzas unipolares en el mundo y en la región, el estancamiento del regionalismo autónomo, la caída en los precios de las materias primas y el debilitamiento del nacionalismo popular entre abril de 2011 y octubre de 2015; y por último, 5) la embestida de las fuerzas neoliberales y el reflujo de las fuerzas nacionales-populares en América Latina entre octubre de 2015 y junio de 2018.

Frente a ello, algunos diagnosticaban un fin de ciclo cuando en realidad, a lo que asistimos, es al cierre de algunos ciclos políticos, pero no al del ciclo histórico de transición y disputa. 

***

Hacia noviembre de 2015, cuando triunfó la Alianza Cambiemos en Argentina, ya había indicios de que no había condiciones para una hegemonía de neoliberalismo periférico subordinado a Washington. Se advertía que era muy difícil sacar el piso de conquistas y derechos sociales en aquellos países que habían tenido procesos nacionales y populares, y que tampoco había lugar para represiones sistemáticas y genocidios.

A ello se sumaba la crisis y transición mundial y el declive de Estados Unidos y el polo angloamericano, junto a su fractura interna. A partir de 2013-2014, con los enfrentamientos en Ucrania y Crimea, y el devenir de la Guerra en Siria, entre otras muchas cuestiones, pasamos de una crisis de hegemonía a un momento de guerra mundial fragmentada e híbrida. Es decir, lejos de resolverse, estas pujas se han agudizado y el propio sistema mundial está en proceso de reconfiguración.


Se advertía que era muy difícil sacar el piso de conquistas y derechos sociales en aquellos países que habían tenido procesos nacionales y populares, y que tampoco había lugar para represiones sistemáticas y genocidios.


Como entre 1914 y 1945-1953 (armisticio de la guerra de Corea), se han desatado, aunque bajo otras formas (que varían en cada transición del ciclo de hegemonía), las luchas por la reconfiguración del poder mundial. Son los períodos conocidos como “Guerras de 30 años” (o más) que analiza el economista italiano Giovanni Arrighi, propios de cuando se producen las transiciones hegemónicas del moderno sistema mundial. A los ciclos ibérico-genovés, holandés, británico y estadounidense los separan grandes períodos de crisis y enfrentamientos: 1618-1648, 1792-1815, 1914-1945. La historia demuestra que cuando los imperios declinan, muestran sus rostros más monstruosos, pero también es cuando hay mejores condiciones para la emergencia y el desarrollo de las fuerzas nacionales, populares y latinoamericanas.

Por otro lado, se da el estancamiento de las economías del Norte Global y la imposibilidad en la actual situación de generar una situación de desarrollo del subdesarrollo. Especialmente para semiperiferias como Argentina y Brasil que, al “abrirse al mundo” (léase subordinarse a los poderes dominantes), sufren rápidamente un proceso de periferialización, pérdida de complejidad económica y mayor extraversión de excedente. Por el contrario, en la actual situación económica mundial, se agudizan los mecanismos de acumulación por desposesión: disminución de salarios, achicamiento del gasto público para abultar el tributo financiero del servicio de la deuda, quiebra y absorción de empresas nacionales, apropiación de las rentas de los recursos naturales.  

También podemos mencionar como dato de importancia para analizar la imposibilidad de una hegemonía del bloque financiero neoliberal (además de sus fisuras), el hecho de que la conducción de la Iglesia Católica esté protagonizada por sectores muy críticos “capitalismo salvaje” impulsado por ese bloque de poder.      


La historia demuestra que cuando los imperios declinan, muestran sus rostros más monstruosos, pero también es cuando hay mejores condiciones para la emergencia y el desarrollo de las fuerzas nacionales, populares y latinoamericanas.


En este escenario, lo que se abrió es una nueva etapa con fuertes contrastes, con un claro predominio plebeyo, pero donde todavía no termina de definirse si va a consolidarse el nuevo giro nacional-popular que fue madurando desde 2018. Como entre 2012 y 2015, es una etapa sin claridad, no puede establecerse cuál es el proyecto político estratégico que tiene la iniciativa. A ciencia cierta, solo sabemos que lo que se quebró es el giro a la derecha. De hecho, el golpe en Bolivia constituye un hecho clave para impedir la consolidación de ese giro nacional-popular.     

El cambio cualitativo fundamental que se observa es que, como sucedió en otros momentos históricos en la región, la mayor parte del llamado establishment, los grupos dominantes y las “derechas” ideológicas se van desplazando hacia la reacción conservadora, poniendo en crisis el estado de derecho, y todo vestigio de republicanismo y de liberalismo político. La apuesta al lawfare o guerra jurídica o los apoyos a los golpes de estado fueron algunas de sus primeras manifestaciones.

Además, los propios grupos, referentes y fracciones dominantes del proyecto financiero neoliberal exacerban la puja en el plano ideológico, apelando al racismo, al clasismo antipopular, a la justificación de la violencia en nombre de la civilización occidental frente al enemigo “rojo” o indio o pobre o negro, o mujer negra, pobre o trabajadora. Reemerge el lado oscuro pero permanente de la modernidad, reaccionando frente al ascenso popular. Con ello buscan movilizar la base social como elemento central de la puja, además de legitimar el accionar represivo y construir “grietas” que les otorguen sustento. En esa estrategia, se articulan los sectores evangélicos reaccionarios promovidos en la región por el ultraconservadurismo estadounidense a partir de los años 80’ para eclipsar al cristianismo popular, y la derecha católica, que además busca fortalecerse para desplazar a las fuerzas que sustentan al Papa Francisco. Ambas corrientes son lanzadas a una nueva cruzada en nombre de un Occidente cristiano antiliberal.

 

Una vez más, la reacción conservadora se quita peligrosamente sus débiles ropajes democráticos. En este sentido, a la proestadounidense Organización de Estados Americanos (OEA) no le interesó realmente contar los votos en Bolivia (suspendió el conteo para publicar un informe incendiario sin pruebas) ni que se estableciesen nuevas elecciones, tal como había aceptado Evo Morales. Por el contrario, aprovecharon el desgaste del MAS y la irritación que generó la cuarta postulación de Evo Morales y Álvaro García Linera para abrir las puertas al levantamiento de los comités cívicos-corporativos-oligárquicos, legitimar el amotinamiento policial, presionar a las fuerzas armadas para que suelte la mano y le pidan la renuncia al presidente legítimo, y posibilitar el rápido reconocimiento estadounidense y británico al “gobierno” de facto de la racista declarada Jeanine Áñez. Tampoco se sonrojaron los “liberales” cuando los líderes políticos a quienes apoyan y justifican reivindican las dictaduras, el genocidio, el racismo o adoptan prácticas neofascistas. 

El ciclo histórico que hace años se abrió en Nuestra América, en un mundo en plena crisis y transición, no podrá ser cerrado fácilmente. Frente a ello, la reacción conservadora se puso en marcha. Es el instrumento al que apelan para disciplinar a los pueblos e imponer un proyecto de neoliberalismo periférico y subordinación geopolítica de la región. Pero las represiones desatadas también alimentan las luchas.  


El ciclo histórico que hace años se abrió en Nuestra América, en un mundo en plena crisis y transición, no podrá ser cerrado fácilmente. Frente a ello, la reacción conservadora se puso en marcha. Es el instrumento al que apelan para disciplinar a los pueblos e imponer un proyecto de neoliberalismo periférico y subordinación geopolítica de la región. Pero las represiones desatadas también alimentan las luchas.  


América Latina se encuentra entre un proceso de subordinación y periferialización en relación a la potencia en declive, con altos niveles de puja y descomposición social, subordinación a los polos en ascenso sin proyecto propio pero que asegura el desarrollo del subdesarrollo, es decir, una inserción periférica con mayor “éxito” (también puede existir una mezcla de ambas opciones, en una situación de territorios en disputa); o la construcción de un proyecto nacional popular, con una fuerte impronta productiva, continental, soberana y con un horizonte de justicia social.

Transitamos una nueva hora de los pueblos. Con flujos y reflujos. En plena batalla entre lo nuevo que quiere nacer y lo viejo que no termina de morir y muestra sus rostros más monstruosos.

 

Revista 2050 - 25 de noviembre de 2019

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