La economía del mundo y el paso de los elefantes
Por debajo del radar, Argentina viene dando una respuesta a la pandemia en línea con países desarrollados.
Cada mes, cada semana, cada día, desde que hace poco más de ciento ochenta se declaró la pandemia, los títulos de diarios, noticieros, comentarios en redes y dirigentes políticos, repasan casos, miran cifras, y hablan de la Argentina en relación al mundo. Registrados, fallecidos, internados, con más o menos mala intención, son comparados con países vecinos o remotos, muchas veces, con demografías, geografías y riquezas o culturas diferentes. Se repiten al detalle los datos sobre las vacunas rusas, chinas, y de cada laboratorio occidental. Algunas veces, la comparación aparece especialmente flaca, como cuando se señala "la cuarentena más larga del mundo" un fenómeno latinoamericano que, a pesar de la imposibilidad de ser cierto en todos los países, no deja de repetirse. Sin embargo, con mayor fortuna, la realidad sanitaria se mira en perspectiva global.
Cuando se relata la realidad económica, y las medidas del gobierno, en cambio, la idea de mirar a la Argentina con perspectiva global aparece mucho menos, y a veces hasta se olvida que enfrentamos la que quizás sea la más simétricamente mundial de todas las crisis económicas en la historia humana, y parece que sencillamente viviéramos otro capítulo de un país que sencillamente pasa un estadío extendido (otro más) de crisis atribuibles a sus gobernantes.
Es cierto que Argentina arrancó con una situación única, en enorme desventaja. Cuando asumió el actual gobierno, el país ya llevaba dos años de recesión, restricciones cambiarias y una inmensa deuda externa, en situación de cesación de pagos, completaban un complejísimo panorama. La pandemia llegó a un país casi sin márgenes para endeudarse, y en plena renegociación de su deuda. El punto de partida ponía en duda la capacidad de Argentina de dar respuesta a la crisis, Los países desarrollados, después de todo, pusieron a disposición del alivio cifras inéditas, que se destinaron en gran medida a compensar a los trabajadores y empresas afectados, con ingresos garantizados para aquellos y créditos para estas.
Mientras Estados Unidos eligió compensar a los trabajadores con beneficios de desempleo extraordinarios, que mantuvieron y hasta mejoraron los ingresos de los despedidos, al precio de aumentar el desempleo hasta niveles históricos, los europeos optaron mayoritariamente por otorgar subsidios para mantener los puestos de trabajo, con los estados cubriendo el pago de un porcentaje de la masa de salarios de las empresas, al hacerse cargo de los ingresos de los trabajadores que no podían concurrir a sus puestos, prohibiendo los despidos en aquellas empresas que recibían ayuda.
Argentina optó por una variante del modelo europeo que combinó una prohibición amplia de despidos con la asistencia extendida a los trabajadores. En el momento más astringente de la crisis, el Estado se hizo cargo de más de dos millones de trabajadores del sector privado formal para mantener sus ingresos. Claro que, en una economía de altísima informalidad, el país adoptó también garantías amplias de ingreso para el sector informal. A pesar de contar con la red de seguridad social más extendida de la región, el Ingreso Familiar de Emergencia otorgó cobertura a nueve millones de personas, una forma de asistencia que fue adoptada por países latinoamericanos como Chile, Brasil y Perú, con montos y coberturas variables.
En cuanto a las empresas, también hubo "solución argentina para problemas globales". Si en el mundo el crédito es barato y los estados garantizaron su repago, en la argentina es escaso y caro, por lo que la versión local de las garantías de crédito para pequeñas y medianas empresas fueron los créditos a tasa subsidiada, que llegaron incluso al 0% en el caso de monotributistas. En total, la Argentina lleva gastado más del 5% del Producto en asistencia, aún sin contar con las ventajas del acceso al crédito o la posibilidad de imprimir billetes que el mundo demanda.
Si la historia de la asistencia ante la crisis, en estas condiciones, fue llamativamente poco contada en perspectiva, la de los planes de reactivación parece haber pasado desapercibida en los grandes debates. Francia, Alemania, España y la propia Unión Europea presentaron recientemente distintos programas de recuperación económica que, lejos de la idea de que los estados no sirven para planificar, que la industria es vieja, o las fuerzas de mercado globales absolutamente soberanas, ponen foco en el desarrollo industrial en sectores estratégicos, la relocalización de empleos dentro de los países y la incorporación de tecnología. La digitalización productiva, las industrias 4.0 y aquellas vinculadas a la transición ecológica hacia una producción más limpia son actores privilegiados de la nueva política industrial europea, a la que los países destinarán decenas de miles de millones de euros en el corto y mediano plazo. En cuanto a los déficits incurridos para atenuar la profundidad de la crisis, estos planes marcan un sendero de reducción gradual, compatible con la recuperación del crecimiento, mucho más que una vuelta de los programas de austeridad.
Las primeras respuestas nacionales transitan por el mismo camino. Con un rebote de la actividad que comienza a aparecer, aún incierto, el Ministerio de Desarrollo Productivo anunció la última semana un primer paquete de medidas para la industria, con créditos por 455 mil millones de pesos, un orden de magnitud quince veces superior al montón de ingresos coparticipables que fueron eje de controversia en los últimos días.
Entre los anuncios, se destacan los programas para la generación de encadenamientos productivos en sectores estratégicos. El programa de desarrollo de proveedores industriales y tecnológicos apunta a insertar a pequeñas y medianas empresas nacionales en estos sectores, localizando trabajo argentino en las cadenas de valor más productivas, en tanto los planes de Transformación Digital PyME y de Industria Argentina 4.0 prevén financiamiento público para la adopción de nuevas tecnologías en procesos de producción.
En materia de sustentabilidad, aparece entre las prioridades gubernamentales el desarrollo en materia de electromovilidad, como una alternativa limpia de enorme crecimiento a nivel global, que encuentra ventajas en las reservas nacionales de litio, mientras las posibilidades de desarrollo en el sector de gas natural permiten pensar una transición energética en la que también los combustibles fósiles puedan reducir su huella de emisiones de manera sensible.
En cuanto al presupuesto, Argentina también apuesta a un camino para equilibrarlo que sea compatible con la recuperación, con una reducción del déficit primario hasta el 4,5% del PIB de acuerdo a la previsión presupuestaria, donde aumente sensiblemente el peso de la inversión de capital por parte del Estado.
Muy a menudo, Argentina es tratada como una isla singular, desintegrada del mundo. De la repetición constante, la sentencia puede volverse válida en el subconsciente de la ciudadanía, más aún cuando el país enfrenta desde hace años, algunos problemas particulares. Sin embargo, desde una mirada amplia, del mundo y del país, quizás nuestro único rasgo exótico sea perdernos el paso de los elefantes por mirar fijamente las margaritas.
- Martín Schapiro, Intento comprender un mundo integrado que se desintegra y una región que siempre quiere pero que nunca se integró. Curso una maestría en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella. Además de escribir sobre política internacional, soy abogado.
Cenital - 13 de septiembre de 2020