Los sindicatos de Silicon Valley no van al paraíso
La creación del Sindicato de Trabajadores de Alphabet rompe la lógica antisindical de los gigantes tecnológicos como Microsoft, Apple y Google. Pero además, agrega un elemento novedoso: no se trata tanto de un sindicato que luche por las mejoras salariales, sino de uno que además busca torcer las prácticas de la empresa y llevarlas a una mayor responsabilidad social, además de poner sobre el tapete diversas consecuencias de los usos represivos de la inteligencia artificial.
Poco después de Año Nuevo, Chewy Shaw hizo explotar la bomba. En un artículo de opinión para el New York Times, el experimentado desarrollador de software de la empresa de motores de búsqueda Google anunció que había fundado el sindicato Alphabet Workers Union (Sindicato de Trabajadores de Alphabet) junto con otros 400 colegas. «Durante demasiado tiempo, miles de nosotros en Google, pero también en la empresa matriz Alphabet, no hemos recibido respuesta a nuestros reclamos», escribe en su comentario Shaw, vicepresidente de la organización de trabajadores recién formada. Google, que una vez tuvo como eslogan «Don’t be evil» («No seas malo»), ya no se toma ese lema en serio.
La creación del órgano de representación laboral es un punto de inflexión inesperado y, sobre todo, histórico en el antisindical Silicon Valley. Empresas como Microsoft, Apple, Google y otras siempre habían resistido con éxito los esfuerzos de sus principales trabajadores por organizarse en un sindicato. Si bien el personal de seguridad, los trabajadores de la cafetería o el personal de limpieza estaban representados por sindicatos hace ya tiempo, los desarrolladores de software y los empleados de tecnología fracasaron una y otra vez en el intento de crear su propia representación sindical. Por lo tanto, el Alphabet Workers Union es aquí una excepción absoluta.
Shaw y sus colegas no están interesados en lograr más dinero, más bonificaciones o una jornada de trabajo más corta. Quieren, sobre todo, que sus empleadores asuman una mayor responsabilidad social y política. «Nuestros patrones han trabajado con gobiernos represivos en todo el mundo. Han desarrollado una tecnología de inteligencia artificial que es utilizada por el Departamento de Estado, y obtienen ingresos por publicidad de grupos de derecha», escribe Shaw, quien ha denunciado a Google varias veces, pero nunca obtuvo respuesta. «Cada vez que los trabajadores se organizan para exigir cambios, los ejecutivos simplemente formulan promesas simbólicas y hacen solo lo mínimo, con la esperanza de calmarlos».
Los trabajadores y las trabajadoras presionan cada vez más por una mayor responsabilidad social también en otros gigantes del Silicon Valley. Hace unos años, cuando se supo que precisamente esas empresas habían firmado miles de contratos con el Departamento de Estado estadounidense, las autoridades migratorias, las autoridades antidrogas y el FBI, cada vez más empleados criticaron a sus empleadores. Cientos de empleados de Microsoft protestaron en 2018 contra el contrato del gigante tecnológico con el Servicio de Ciudadanía e Inmigración estadounidense (ICE, por sus siglas en inglés). Los empleados de Amazon, a su vez, instaron a su jefe, Jeff Bezos, a dejar de vender el software de reconocimiento facial de Palantir al ICE y al Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), ya que esa tecnología se usaría para finalmente «dañar a los más marginados».
Pero en ningún lugar estas voces se alzaron más fuerte que en Google. En 2018, por ejemplo, más de 20.000 empleados hicieron abandono de tareas para protestar contra la manera en que la empresa encaraba el tema del acoso sexual. Otros se resistieron a decisiones comerciales que consideraban reñidas con la ética, como proporcionar tecnología a la guardia fronteriza o colaborar con el gobierno chino en el desarrollo de un motor de búsqueda que ejercía la censura. «Google y compañía reclutaron a personas como Shaw con la promesa de que eran un tipo diferente de empresa, sobre todo transparente, y con la misión de hacer del mundo un lugar mejor», dice Margaret O’Mara, profesora e historiadora de Silicon Valley en la Universidad de Washington. «Estos empleados ahora les están pidiendo a las empresas que cumplan con lo prometido».
Sin embargo, hasta ahora, las protestas no han permitido a los sindicatos de Silicon Valley ganar terreno, al contrario. Los gigantes tecnológicos de Estados Unidos han luchado durante décadas para que sus empleados no se organicen. «Hubo una fuerte tendencia utopista en las primeras etapas de Silicon Valley», dice O’Mara. A diferencia de las empresas de la costa Este, donde los empleados se enfrentaron a la gerencia, en este caso se buscó evitar una animosidad semejante.
«En ese momento, la sola existencia de sindicatos significaba que la dirección de la empresa estaba haciendo las cosas mal». Así que las empresas hicieron todo lo posible para mantener conformes a sus empleados. Para defenderse de los sindicatos, las empresas ofrecían salarios competitivos, generosos paquetes de acciones y beneficios sociales, incluso a aquellos trabajadores que producían chips y dispositivos en las fábricas. La esperanza era mantenerlos contentos y sin poder.
Esta práctica todavía está profundamente arraigada en Silicon Valley. Además de la gran cantidad de acciones que poseen, los trabajadores y trabajadoras de la tecnología ganan un promedio anual de 200.000 dólares, siete veces el promedio de los estadounidenses. Esta es otra razón por la cual empresas como Google y otras argumentan que las representaciones laborales no son necesarias: después de todo –aducen–, los salarios y las condiciones laborales ya son más que justos.
Sin embargo, hay motivos completamente diferentes detrás de la hostilidad hacia los sindicatos, dice O’Mara. Existe una gran preocupación de que el exceso de derechos de los trabajadores pueda ralentizar el rápido crecimiento de los gigantes tecnológicos. «Los trabajadores sindicalizados simplemente no dan a las empresas de tecnología la flexibilidad que estas necesitan». Después de todo, la industria depende de contrataciones rápidas y recortes drásticos en caso de que cambie la demanda. Hace décadas, Robert Noyce, cofundador del fabricante de chips Intel, argumentó de manera bastante similar: «La no sindicalización es vital para la mayoría de nuestras empresas». Noyce y sus colegas vieron el baluarte tecnológico como una oportunidad para romper con el modelo de trabajo tradicional, lo que facilitó la construcción de automóviles y la extracción de minerales. «Si tuviéramos las reglas laborales que observan las empresas sindicalizadas, todos estaríamos en la ruina».
El hecho de que empresas como Google y Microsoft hayan podido defenderse con tanto éxito contra la organización de sus empleados también se debe a la legislación laboral estadounidense. Las leyes facilitan que las empresas despidan a empleados demasiado críticos, dice Nelson Lichtenstein, profesor del Centro para el Estudio del Trabajo, los Trabajadores y la Democracia de la Universidad de California en Santa Bárbara. Despedir empleados porque están sindicalizados también es ilegal en Estados Unidos. «Eso no impide que las empresas de tecnología encuentren otras razones para rescindir contratos», dice Lichtenstein, quien ha estado investigando este tema como historiador del trabajo durante décadas.
Hace solo un mes, los funcionarios federales descubrieron que Google posiblemente había despedido injustamente a dos empleados que protestaron por la cooperación de la empresa con las autoridades de migraciones en 2019. Timni Gebru, una reputada especialista en ética aplicada a la tecnología, vivió algo similar a fines del año pasado, cuando fue despedida por Google durante sus vacaciones. En un artículo de investigación, había criticado que la inteligencia artificial se estuviera volviendo cada vez más difícil de controlar y que las minorías estuvieran siendo discriminadas sin que esto llamara la atención de los desarrolladores, incluso en Google. Jeff Dean, director del Departamento de Inteligencia Artificial, justificó su partida alegando que el artículo de Gebru «no había cumplido con nuestros estándares de publicación» e «ignoró demasiadas investigaciones relevantes» sobre las recientes mejoras positivas de la tecnología.
Estos incidentes no son aislados, subraya Liechtenstein, principalmente porque las consecuencias para las empresas son ínfimas. «Las sanciones por despedir a un sindicalista son absolutamente ridículas», dice Lichtenstein. De ser descubiertas, las empresas solo tendrían que ofrecerle nuevamente su puesto al despedido y pagar todos los salarios perdidos por el empleado desde el despido. «Pero la mayoría de ellos no tiene ninguna intención de regresar».
Queda por ver cuánto de esta realidad podrá cambiar el recién formado Alphabet Workers Union. Porque, a diferencia de los representantes tradicionales de los trabajadores, que representan la mayoría de la fuerza laboral, el Alphabet Workers Union se ve a sí mismo solo como un sindicato minoritario. Los sindicatos minoritarios son menos poderosos y no tienen derecho a negociar convenios colectivos. Sin embargo, ofrecen cierta protección y pueden servir como estructura de base para acciones conjuntas. Actualmente, el colectivo reúne a solo 800 de los más de 120.000 empleados de todo el grupo empresario. El poder del sindicato es, no obstante, enorme, dice el profesor Lichtenstein. «No hay nada más poderoso que cuando los empleados se pronuncian en contra de su propia empresa y ejercen presión». Por lo tanto, esta unión envía sobre todo una señal.
En el ámbito de las empresas tecnológicas en particular, la cuestión de la imagen es esencial. «El valor de la empresa se basa en el conocimiento tecnológico. Pero la marca y la imagen hacen una contribución importante», dice Lichtenstein. Si los empleados llamasen a una acción concertada contra la empresa, esto pondría en peligro la reputación de esta. Principalmente porque cuando esos sindicatos salen deliberadamente a la opinión pública, lo hacen para ventilar ciertas irregularidades internas.
El tiempo dirá si Alphabet Workers Union se convertirá en un modelo para otros sindicatos del ámbito tecnológico. «Organizar a los trabajadores del sector privado siempre ha sido difícil. Y las empresas tecnológicas más grandes tienen mucho dinero para presionar a los legisladores y hacer retroceder los esfuerzos sindicales», dice la profesora O’Mara. Cientos de personas ya se han unido al sindicato de Google, pero miles más aún no lo han hecho. «No sabemos cómo terminará todo. Pero sin dudas se trata de algo histórico».
Nueva Sociedad (nuso) - marzo de 2021