Massa y la angosta avenida del medio
Para juzgar la llegada de Sergio Massa al ministerio de Economía, y las eventuales medidas de política económica que genere, debe considerarse en qué contexto se terminó de definir su ingreso al gabinete nacional.
Su figura fue convocada para lograr mayor potencia ejecutiva para resolver una crisis de ingobernabilidad económica, que amenazaba con trasladarse a lo social y finalmente a lo político, generada por la conjunción entre comportamientos predatorios y rapaces de sectores empresariales; boicot legislativo, judicial y comunicacional manifiesto de sectores hostiles de la derecha; y falta de previsión, acción y presencia política del gobierno nacional encabezado por Alberto Fernández.
Las escasas reservas disponibles en el Banco Central fueron el disparador para la creación de expectativas devaluatorias, ampliamente promovidas por la derecha financiera, y generalizadas hacia el resto del empresariado y de la sociedad. Forzar mediante una corrida masiva una devaluación de la moneda, encierra básicamente un negocio financiero de corto plazo (comprar un activo, que en pocas semanas se valoriza según el tamaño de la devaluación que se logre), más una modificación permanente en la distribución del ingreso, para reducir aún más los menguados ingresos de lxs trabajadorxs argentinxs.
Para diversos sectores del agro, la conjunción de altos precios internacionales con un tipo de cambio devaluado es tocar el cielo de la rentabilidad con las manos. La noticia de la liberación del cereal ucraniano para la exportación, pone un límite a la suba de precios internacionales, y queda la ficha de forzar una devaluación local para incrementar los rindes del negocio.
Quebrar la expectativa devaluatoria es fundamental para cualquier ministro de Economía, porque a partir de ese momento, los capitales que apostaban a esa ganancia rápida y elevada, cambian de rumbo hacia otros activos financieros que prometan una rentabilidad superior a la fallida intentona devaluatoria. Como ocurre en otros campos de la economía, los apostadores medianos y pequeños siguen el rumbo de los grandes, y se desarma la presión sobre el dólar.
Pero quebrar la expectativa/deseo devaluatorio no se hace con palabras ni apelaciones, sino con dólares en el Banco Central. A eso apuntó seguramente Massa cuando anunció el ingreso de 5.000 millones provenientes de agro, pesca y minería en los próximos 60 días, y de desembolsos de 2.000 millones por parte de organismos internacionales, más otras ofertas de financiamiento privado y de fondos estatales.
Si se lograra esa reversión de la fiebre devaluatoria, queda aún, como remanente no menor, el festival de remarcaciones de precios ya realizadas, en forma completamente arbitraria y caótica, en base a la fantasía o pánico que haya tenido cada uno de los que tomó decisiones sobre precios en las últimas semanas.
La devaluación no ocurrió, pero los precios actuaron como si hubiera ocurrido, generando un daño importante sobre el poder adquisitivo de la población, además de las múltiples distorsiones provocadas por la fijación irracional y arbitraria de precios, que en algunos casos llevaron a la suspensión de las actividades comerciales. En las últimas semanas se pusieron en juego las peores prácticas de desconfianza colectiva y de salvación individual, que se terminan descargando no sólo sobre los más débiles, sino también sobre las posibilidades de ventas de las propias empresas.
Lo ideal sería que los precios retrocedieran hasta descontar los incrementos producto de las expectativas no realizadas. Pero eso no ocurrirá, salvo que se actúe organizadamente sobre los eslabones iniciales de cada cadena, que son los que limitarían el retroceso de los subsiguientes eslabones. Además, al no devaluarse el tipo de cambio oficial, se han incrementado los precios internos en dólares, volviéndolos menos competitivos internacionalmente. Un verdadero disparate, para un país que quiere exportar.
En algún sentido, es un momento ideal para un congelamiento de precios, ya que fueron colocados en un nivel estratosférico. Los márgenes de ganancias que incluyen los precios actuales son tan delirantes como irreales, y sólo contribuyen a que se comprima el mercado local.
Argentina a precio de ganga
El ministro Massa hizo referencia, al comienzo de su alocución, a las importantes reservas energéticas (shale gas, shale oil, litio), la capacidad de producción de proteínas y la importante presencia de la industria del conocimiento que tiene la Argentina. Es cierto. Y lo peor es que lo sabe todo el mundo, literalmente.
Cuando la oligarquía pro inglesa gobernaba la Argentina hace un siglo y medio, el país recibía un enorme flujo de créditos provenientes de Londres, que giraban contra el enorme potencial exportador que en los ’80 del siglo XIX se proyectaba para el país.
Ahora, en cambio, Occidente no le da un dólar a la Argentina, no porque nuestro país no tenga futuro, sino porque no han instalado en forma permanente el gobierno de una oligarquía plenamente subordinada a los intereses occidentales. Claro, sin democracia como se gobernaba en aquellas épocas era todo más fácil. Ahora hay que vaciarla, mediante técnicas más sofisticadas, para instalar gobiernos “amigos”. Pero nunca se sabe.
El insólito corte del crédito de los grandes tiburones de las finanzas internacionales a una economía con enormes riquezas como la Argentina, puede estar mostrando la intencionalidad de asfixiar artificialmente al país para obtener cambios en el poder interior que garanticen el acceso free de intereses multinacionales a esas riquezas.
La increíble voltereta de Mauricio Claver-Carone, presidente del BID y militante derechista norteamericano, que pasó de decir que le trababa el crédito a la Argentina “por su turbulenta historia financiera”, a reabrírselo una semana después, luego del arribo del ministro Massa, debe llamarnos la atención sobre el significado de las operaciones coordinadas que se hacen sobre nuestro país, y la necesidad de una mayor comprensión y reacción política contra estas tenazas geoestratégicas y económicas.
Por otra parte, la “historia financiera turbulenta” de los últimos cuarenta años se debe, en forma exclusiva, a las políticas financieras de endeudamiento y fuga de capitales aplicadas por las administraciones argentinas aliadas y apoyadas por los Estados Unidos.
Ojo con “exportar, exportar, exportar”
Massa anunció una serie de medidas para promover las exportaciones. Si bien no resolverán la penuria de dólares en el corto plazo, está bien trabajar en una perspectiva de mediano plazo.
Pero el peligro es que la tendencia exportadora, dictada por la urgencia coyuntural, derive en un modelo “exportador” con un altísimo componente extractivista.
La actual dependencia de ocho multinacionales cerealeras y de unos miles de productores agropecuarios transforma a los gobiernos argentinos en rehenes de un sector ideológicamente arcaico y fuertemente antipopular, que pretende manejar sus negocios con independencia del destino del resto de la sociedad. Por lo tanto, es bueno diversificar los productos exportados, porque rompe el opresivo control que tiene “el campo” sobre las divisas del país y el bienestar de lxs argentnxs.
Pero mejor aún si no se trata sólo de exportar shale oil, shale gas, litio o minerales en bruto, que es el tipo de manotazos de ahogado que surgen cuando nos atoraron con deuda externa impagable. Ojalá se concrete la intención de incorporar PyMEs a la tarea exportadora porque democratiza el tejido productivo y aumenta considerablemente el arco de bienes y servicios que el país puede ofrecer.
Con la actual debilidad de las instituciones de control y recaudación estatal, no es para nada seguro que la expansión del sector exportador tenga un correlato en mejorar la solvencia estatal, las reservas del Banco Central, y la disponibilidad pública de fondos para promover el desarrollo. Es un punto que sigue sin aparecer en la agenda del Frente de Todos, salvo en la correcta alusión de Cristina al “Estado estúpido”.
Finalmente es necesario, si se quiere mejorar el saldo comercial argentino, pensar también en la sustitución de importaciones, porque también ahorran divisas, mientras generan producción y trabajo. El tema sustitutivo no es meramente un reflejo de una historia argentina que quedó en el pasado: el comportamiento de los Estados Unidos, desde Trump para aquí, es crecientemente des-globalizador. La tendencia de la administración norteamericana actual lleva a una partición del mercado mundial, que los estadounidenses pretenden lleve hacia el aislamiento chino. Como cualquiera puede observar todos los días, se ha introducido un nivel de incertidumbre muy alto en el escenario mundial. No estamos en los felices ’90. Hoy sería completamente imprudente jugar el destino nacional exclusivamente a una dinámica exportadora, que es lo único que le preocupa a nuestros acreedores.
Orden y progreso fiscal
Sergio Massa se refirió al orden fiscal como un valor a defender. La ministra Batakis ya había hablado anteriormente de solvencia fiscal. En general son palabras que le caen mal a la izquierda o al progresismo, porque las identifican con el prolegómeno de los ajustes que tradicionalmente ejecuta la derecha.
Pero la verdad es que la solvencia fiscal, en un país cuyo gasto público puede ser cubierto perfectamente recaudando los impuestos ya establecidos, no es una mala sino una buena política. La historia del déficit fiscal nuestro está asociada básicamente con la naturalización de la evasión o elusión impositiva por parte de los grandes actores económicos, y por lo tanto con un Estado que nunca puede cubrir sus gastos correctamente, y por lo tanto tiene que recurrir a la emisión o al endeudamiento. No hay nada progresista en ello. Al contrario: el macrismo justificó su enloquecida carrera de endeudamiento externo en la existencia de un déficit fiscal que “no se podía cubrir”. Claro, si se acepta como natural e irreversible la evasión impositiva, no queda más remedio que achicar el gasto o cubrirlo pidiéndole a banqueros locales o extranjeros. Un camino hacia el infierno económico.
Es preocupante, en cambio, que haya desaparecido del discurso oficial la contribución por ganancias extraordinarias a las empresas y grupos económicos que se están beneficiando de la guerra en Ucrania, y también el revalúo fiscal en todo el territorio nacional que proponía la ministra Batakis. Massa insinuó en que se ampliará el corte de subsidios, vinculándolo con el consumo energético de los hogares. No está mal pensar en un uso racional de la energía, el agua, y otros bienes que debemos cuidar, pero es negativo si se lo piensa como forma de eludir el cobro de impuestos a los sectores más acomodados que se resisten sistemáticamente a colaborar con el bien común.
La anomia llegó demasiado lejos
En la búsqueda del superávit comercial, el ministro Massa mencionó el “abuso” que estarían realizando unas 722 empresas detectadas, que están triangulando operaciones con el exterior para apropiarse de dólares, despojando al Banco Central de divisas. Ya efectuaron más de 13.000 operaciones, con empresas en el exterior probablemente inventadas, que existen hace un año o menos, utilizando para las operaciones bancos norteamericanos. Un verdadero festival de la delincuencia económica, que ¡albricias! ha sido detectado por las autoridades aduaneras, y que ha sido expuesto a la luz pública por el ministro entrante.
La verdad es que el crimen económico, con diversas modalidades, está generalizado en nuestro país, y se encuentra completamente impune. Una demostración más de a quién sirve el Poder Judicial, y cómo están funcionando los organismos de control del Estado.
En esta situación extrema, donde cuesta explicar cómo fue que se evaporó el superávit comercial acumulado de 30.000 millones de dólares desde que se inició la actual gestión, parece que ha madurado la idea en la cúpula estatal de introducir mayor control en una situación escandalosa. Porque se le está pidiendo a la población que ahorre en el consumo de energía para bajar el abultado costo de las importaciones energéticas, pero se está permitiendo que abogados y contadores construyan ingeniosos mecanismos para que los dólares que entran a las reservas del Banco Central, vayan a parar a las cuentas externas de unas cuantas empresas acostumbradas a la impunidad.
El país está tan desacostumbrado a ponerle límites a la voracidad empresarial, que el ministro optó por darle 60 días a las empresas para que “rectifiquen” sus operaciones frente a la Aduana. No es el mismo criterio que se les aplica a los ladrones callejeros, a quienes muchos quieren ejecutar en forma sumaria.
Así como es bienvenida, y ojalá se profundice, la actitud de controlar la evasión y el contrabando, es preocupante el criterio de acudir a la Unidad Antilavado de dinero de los Estados Unidos. No cabe duda que esta amenaza adicional es mucho más potente que una denuncia ante la Justicia local, que no ofrece ninguna garantía de seriedad. Pero al mismo tiempo es la confesión, desde el propio Estado Nacional, de la impotencia para hacer cumplir la ley, y para sancionar a la delincuencia económica. Hay que tomar nota de este nivel de degradación de la autoridad estatal, porque es un componente necesario de una forma de ganar plata que mantiene al país en el subdesarrollo.
Condición de viabilidad del massismo
En principio hay acciones de la nueva gestión que surgen obvias, como reacción necesaria frente a las carencias previas de la gestión albertista: decidir rápidamente, actuar, no dejar que los problemas se magnifiquen, valorizar la palabra de los funcionarios. Al mismo tiempo, no marearse con las cuestiones más generales, y ser capaces de proveer respuestas efectivas a los grandes problemas populares, como por ejemplo, la inflación y los bajos ingresos.
En otros términos, tener capacidad de previsión económica frente a los posibles escenarios que se presenten, no llegar tarde, no dejar que los incendios se produzcan, como la reciente corrida cambiaria seguida por una remarcación desmesurada y descontrolada.
Siendo Massa un político amigo de ciertas fracciones del poder económico local, ¿cómo se resolverá la tensión entre la necesidad política de ejercer controles y regulaciones públicas, para acotar los comportamientos predatorios de las corporaciones, con la expectativa de “los mercados” de ganar más sin responder a ninguna limitación pública?
¿Darán esas fracciones empresariales amigas el respaldo necesario para construir un sendero económico viable también en lo social?
Para construir gobernabilidad, para tener margen para hacer políticas efectivas, es necesario salir de la asfixia financiera a la que someten al Estado argentino. ¿Cómo se hará? ¿Se recurrirá sólo a Occidente –Estados Unidos y amigos—, evidentemente poco interesados en el despegue argentino, o se ampliarán las fronteras mentales y geográficas?
Algunos mecánicamente sostienen: Massa viene a hacer el ajuste. En parte el ajuste ya está hecho, por todo lo ocurrido desde el macrismo hasta aquí, incluidas las últimas semanas de jolgorio remarcador y ajustes tarifarios. Pero además, Massa tiene los límites dados por una coalición gubernamental con una lógica distinta a la un macrismo abiertamente neoliberal y agresivo contra el pueblo. Y además quiere ser Presidente, para lo cual tiene que lograr que lo voten sectores amplios. Sabe que no construirá una ancha avenida del medio con puro ajuste.
Mientras tanto, será bueno que los amplios sectores populares hagan sentir con claridad sus demandas y necesidades, que para eso está la democracia.
El Cohete a la Luna - 7 de agosto de 2022