Una disputa por el excedente
El “campo” es un recinto geográfico con una extensa, variada y heterogénea trama social donde los actores que despliegan su actividad son muy diferentes y cumplen roles distintos. Los que toman decisiones son esos actores en función de su definida inserción social. Así, en el “campo” o en el sector agropecuario pueden coexistir un grupo empresarial como Cresud, que posee centenares de miles de hectáreas y alquila otras tantas, y un minifundista del Chaco que siembra algodón en 5 hectáreas (el 70 por ciento del total de los agricultores algodoneros de esa provincia). Estos lo venden al “bolichero” a precio vil para retirar comida, pero no les alcanza para alimentar a toda su familia, por lo que deben vender su fuerza de trabajo en el mercado y/o cultivar productos en su finca para el autoconsumo.
En el “campo” coexisten actores sociales poderosos que controlan la actividad por su posición oligopólica o monopólica. Y ejercen relaciones de dominación sobre otros actores de menor poder negociador. Arriendan campos y contratan fuerza de trabajo. Es un espacio social altamente complejo y heterogéneo.
En el Censo de 2002 se estimó en poco más de 300.000 la cantidad de productores agropecuarios. Entre 1988 y dicho año abandonaron la actividad alrededor de 100.000 pequeños y medianos. En los últimos años, muchos de los que no desaparecieron se dedicaron a cultivar soja en el verano (y luego hacen trigo u otra actividad en el invierno). Son alrededor de 70.000 productores. También están los rentistas de tierras y los pools de siembra. Estos suman unos 2000, que han sido responsables del 80 por ciento de la producción de soja.
¿A qué se dedica el resto de los agricultores y ganaderos? A una gran gama de procesos de producción, ya sean perennes o anuales. Se encuentra la actividad ganadera –ovina, vacuna, porcina– en todo el país, según climas y recursos. Frutas de pepita –manzana y pera– en el Alto Valle de Río Negro y en Cuyo. Frutas de carozo, como durazno y ciruela, en Cuyo y provincia de Buenos Aires, la uva en Cuyo y el norte, el citrus, en la Mesopotamia y en provincia de Buenos Aires. Maíz y girasol (también cultivos de verano) en la Pampa Húmeda y en el oeste y el norte. Caña de azúcar, en el norte. Algodón, en el nordeste. Poroto, en el norte. Yerba mate y té, en Corrientes y Misiones. Tabaco, en varias provincias norteñas. Avicultura y arroz en la Mesopotamia y en las provincias de Buenos Aires y Córdoba. A todo ello hay que agregarle toda la actividad hortícola, que produce para el mercado de consumo de todo el país hortalizas y legumbres, diseminada por el amplio territorio nacional.
La extensa lista indica que este conflicto por el reparto de la ganancia y la renta empresarial de la soja abarca solamente al 20 por ciento de los productores, siendo la mayor parte de ellos ya no más propietarios de la tierra. En las últimas campañas agrícolas de la Pampa Húmeda y algunas provincias cercanas, el 70 por ciento de la tierra no es explotada por sus dueños, sino que es alquilada. Los que arriendan sus predios, nietos de los arrendatarios que poblaron las praderas fértiles de la Argentina un siglo atrás, cobran un porcentaje de la producción física valorizada por precio en el mercado como arriendo y los disfrutan en los centros urbanos cercanos o alejados. Seguramente muchos de ellos protestaron en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires y en ciudades del interior (como Rosario) donde residen, porque si las retenciones aumentan, el precio de mercado baja y se perjudican.
Debe quedar bien en claro que esta es una disputa sobre excedentes económicos reconocidos por todos los implicados en la puja, en relación a la estrella de la actividad agrícola argentina: la soja, que entrega anualmente en torno a 45 millones de toneladas, el 50 por ciento de la producción agraria argentina. Como en el último semestre la soja creció en valor de mercado por unidad de peso (tonelada o quintal) casi el 70 por ciento, lo que está en disputa es una parte mínima de dicho incremento. Ningún sojero corre el peligro de quebrar ni de morirse de hambre, sino que pelea, por sí o por intermediarios, para que no se le rebane el fabuloso incremento de sus beneficios netos.
*Economista del Plan Fénix, especialista en economías regionales
Fuente: Página/12 - 02.04.2008