“Nadie salió de la crisis aplicando políticas injustas”
Doctor en Ciencia Política con una tesis sobre el discurso de Evo Morales entre 2006 y 2009, Iñigo Errejón nació en 1983 en Madrid. Durante una pausa en el encuentro sobre Emancipación e Igualdad, dialogó con Página/12.
–¿Cómo es el paso de indignado a constructor de un partido político?
–Una buena parte de nosotros ya militaba desde hace más tiempo que con el surgimiento de los indignados propiamente dicho. A veces en iniciativas movimientistas, o resitencialistas. En diferentes formas de oposición y resistencia. De pronto nos coge la ola del movimiento del 15 de mayo de 2011.
–¿Cómo los tomó?
–Nos cogió tan sorprendidos como al resto del país. Fuimos a ver qué estaba ocurriendo. Sabíamos que para una parte de la gente la política había empezado ese 15 de mayo.
–¿Y qué cambió, al menos simbólicamente, ese día?
–No alteró equilibrios en el Estado, pero transformó el sentir de época y puso a una parte de las elites políticas a la defensiva. Eso no es suficiente, claro, pero representa la apertura de una ventana de oportunidades. En mi caso particular, ese proceso se sumó a mi militancia y a mi paso, intelectual y vital, por América latina. Eso me puso delante de fenómenos nuevos. De procesos políticos donde las grandes palabras no son retórica –no son la retórica de los libros, quiero decir–, sino la descripción de experiencias concretas, en muchos casos relacionadas con construcciones en la política y en el Estado. Al principio, las experiencias que habían sido mejor recibidas en Europa habían sido las protagonizadas por los zapatistas, por los piqueteros, por las fábricas recuperadas. Formas de contrapoder.
–La ola que deslumbró a John Holloway.
–Sí. Pero esas experiencias no se tradujeron en construcciones políticas relacionadas con el Estado ni en nuevas fuerzas en los gobiernos. En cambio, los experimentos posteriores, que podemos llamar nacional-populares, demostraron mayor capacidad de poner a la defensiva a los sectores privilegiados, tanto desde fuera como muchas veces desde adentro del Estado. Eso nos influyó mucho. Y nos dio herramientas justo cuando, a la vez, tenemos la sensación de urgencia y la de excepcionalidad.
–¿Urgencia por lo que es necesario hacer y excepcionalidad por la ocasión que se presenta?
–Lo decíamos estos días medio en broma. Pues no nos engañemos: la gente como nosotros sólo en situaciones excepcionales tiene posibilidades de lograr una victoria o por lo menos de desafiar a quienes monopolizaban la política en España. Pero bueno, a veces surgen actores que pueden articular el horizonte de lo posible. Hace dos años, si hubiéramos dicho que hoy estaríamos en la disputa electoral, nos hubieran tachado de ingenuos, locos o idealistas. Y sin embargo aquí estamos, discutiendo la cuestión del poder. Hasta hemos instalado una parte del nuevo léxico que se usa en España. Quienes gobiernan ya decidieron que tienen que aparecer de forma distinta, incluso estéticamente.
–¿Por ejemplo?
–Cada vez más políticos se preocupan de salir con la camisa arremangada. Y no lo cuento porque piense que con esto la política ya cambió. Lo cuento como símbolo de una tendencia: los políticos ya saben que para conservar el poder se tienen que parecer menos a sí mismos. Al mismo tiempo, no pueden contestar parte de nuestros diagnósticos. No pudieron rechazar que se instale en la discusión que en España hay algo llamado casta. No lograron desterrarlo del debate. Sólo intentaron difuminarlo con una respuesta: “Ustedes también lo son”.
–¿Intentan domesticar a Podemos y a la vez reconocen que ustedes son una alternativa de poder?
–En todo caso, cuando tu principal defensa es que para atacarme dices que soy igual a ti terminas en una paradoja. Has hecho una maniobra contrahegemónica.
–¿Y en qué desafió esa maniobra a Podemos?
–En el plano organizativo interno afrontamos todas las tareas a la vez. La noche del 25 de mayo y de la reacción posterior nos encontramos en la tesitura de que se había confirmado la hipótesis de que era posible una transversalidad con afecto y basada en las expectativas populares. Entonces quedamos obligados a tomar decisiones sobre qué modelo organizativo seguir. En octubre confrontamos diferentes modelos. Y lo hicimos en forma muy horizontal. Publicamos en Internet las diferentes mociones. Discutimos en abierto, sometidos al escrutinio y al hostigamiento mediáticos. Bien. Ganó un modelo que dijo anteponer el qué a los cómo.
–¿Cuál es el “qué”?
–El ciclo político acelerado en el que se puede conquistar el poder. El cómo es una máquina. Priorizar el qué generó discusiones internas. El debate ha sido la muestra de que nos tomamos los congresos en serio. En otros partidos se masacran dentro y luego salen ante la prensa y se abrazan. En cambio, quienes ahora estamos en la dirección de Podemos dijimos que compañeros y proyectos no pueden ir separados.
–Ustedes se niegan a usar la categoría de izquierda y derecha en la construcción política.
–Preferimos otra categoría, que dicha en América latina tal vez se entienda más que en Europa en términos teóricos: una interpelación en clave nacional popular. Algunos nos acusan de desideologizar la confrontación de ideas. No es nuestra intención. Sucede que la metáfora izquierda versus derecha deja cómodas a fuerzas que se manejaron de ese modo entre sí durante 30 años. Al impugnarlas creemos que estamos en condiciones de construir incluso con el aporte de votantes del PP y del PSOE. Ellos ya perdieron hasta el prestigio de gobernar bien, y ni hablar de gobernar con alguna idea de que los privilegiados van a estar sometidos a la ley o a la norma. El contrato social se colocó por encima de cualquier control de fiscalización y garantías. No-sotros venimos de una situación políticamente más fragmentada aun que en Grecia.
–¿Cuál es al diferencia con el proceso griego?
–En Grecia la protesta transcurrió por carriles más conocidos. La narrativa fue clásica. Participaron los sindicatos. Pesaron los partidos de izquierda.
–¿Es una crítica a Grecia y un autoelogio español?
–De ninguna manera. No hago una celebración posmoderna del vacío. No: sin política no puede haber un gobierno distinto. Sin política no podemos distinguir, como lo hacemos nosotros, entre democracia y oligarquía.
–¿En qué consiste la distinción?
–En su significado. Es importante que se vote, pero no basta. No se puede votar y después vivir con miedo. Con miedo se es siervo, o súbdito. Hay un segundo límite que es el secuestro de la soberanía popular. La troika compuesta por el Banco Central Europeo, la Comisión Europa y el Fondo Monetario Internacional toma decisiones y es gente que no hemos elegido. A veces los representantes a quienes sí hemos elegido usan la troika de excusa: “Hacemos tal o cual política, porque nos lo mandan de Bruselas”. Somos el segundo país en malnutrición después de Rumania. En Europa tenemos la mayor acumulación de renta en la cúspide de la pirámide. La integración fue pensada para los derechos humanos, pero luego la secuestró el gran capital, que destruyó el empleo y la industria. Eso funcionó durante tanto tiempo por el cinismo de la política. Pero ya basta. Podemos desterró la vieja utopía conservadora según la que se había acabado la política. Que se había acabado la historia misma y quedaba sólo un voto aséptico, sin pasión ni confrontación de ideas. Por suerte ya está en crisis esa horrible utopía de democracia sin pueblo y nos escuchan cuando diferenciamos entre la ciudadanía y la casta que se fue separando de ella.
–¿Cuál es el centro de la discusión económica en el año electoral?
–El primer debate es si hay recuperación. La troika ayudó al gobierno para que no haya más recortes durante este año. Pero la verdad es que después de casi siete años de crisis la deuda es la más grande de Europa. Representa más del ciento por ciento del PBI. Y tampoco hemos creado empleo. Donde ayer había un empleo de 900 euros hay dos empleos de 450. Y hay menos horas de trabajo. Se llegó a un 12 por ciento de trabajadores pobres. El gobierno no habla de eso, sino de la capacidad de financiarse más barato afuera. Claro, eso tiene que ver con la baja del petróleo y la ayuda del Banco Central Europeo. Se niegan a la verdadera discusión económica. Cuando hay crisis, ¿hay que seguir saneando o debemos incrementar la demanda, sobre todo cuando ningún actor privado se atreve a invertir? Además, por esta vía puede haber deflación. Nadie salió de una crisis aplicando políticas injustas. Eso está claro. La crisis del sector financiero fue socializada. Este modelo de gestión es injusto. Más todavía: es ineficaz. Gestionan mal, o por directa incapacidad o porque nunca quisieron sacar a nuestros pueblos de la crisis. Una parte de los dirigentes y funcionarios acaban en la dirección de empresas financieras o energéticas. No tenían voluntad de lograr otra cosa que algo bien conocido por vosotros, el derrame, a ver si algo de la riqueza acumulada arriba goteaba. El resultado es que están a punto de echar una generación entera a rodar.
–Podemos se presentó el 25 de mayo de 2014 a elecciones para el Parlamento Europeo, obtuvo 1.245.948 votos y cinco eurodiputados, y ya vienen las elecciones autonómicas y luego las legislativas.
–A esta velocidad hay poco tiempo, ¿no? La noche del 25 mayo salimos ante el país, y hay que recordar que buena parte de los españoles nos conoció en ese momento, para decir: “Hemos perdido”. Nos tomaron como insolentes. ¿Sacaron tantos votos en sus primeras elecciones y dicen que perdieron? Dijimos que era verdad, pero que esos votos no bastaban para derrotar la venta de los hospitales públicos, los desalojos, la pérdida del empleo y la cesión permanente ante la troika. Desde entonces esa definición marcó nuestro destino político: “Estamos aquí para ganar”. Ya el ciclo político colapsaba. Nos enfrentamos a poderes muy decididos a impedir el cambio político.
–El objetivo de máxima es que el próximo presidente del gobierno sea un representante de Podemos. ¿Y el de mínima o los objetivos intermedios?
–Recuerdo una conversación de hace poco tiempo con Pepe Mujica. “Muchachos, van a asaltar el cielo, está bien, ¿y mientras tanto?” El mientras tanto es importante. Se vienen elecciones regionales. Nuestro objetivo es lograr al menos una presencia institucional suficiente como para que los viejos equilibrios no puedan ser restaurados. Algunos en la casta acarician la idea de que el 2015 sea sólo un año turbulento que pasa pronto. Confían también en un sistema electoral que favorece a regiones donde los ciudadanos votan menos por el cambio que en otras. El poder cava trincheras y busca una disputa lenta. Nosotros estamos diciendo que vamos a entrar pese a las trincheras. Ya sólo una cuña que impida los equilibrios de antes terminará con la política concebida como un deporte privado y de a dos. Claro, los meses que se pierdan para el cambio son meses de sufrimiento inútil de la gente...
–Las próximas elecciones son las de Andalucía.
–En diez días. Se adelantaron, en buena medida por nuestro crecimiento, así nos ponían un cortafuegos, y en buena medida por la disputa entre la líder de los socialistas andaluces, Susana Díaz, con la cúpula del PSOE. Hicieron un análisis inteligente. Concluyeron que cuanto antes nos enfrentaran era mejor. Ellos ya tienen contratada la campaña y no necesitan calentar. El adelanto nos hace llegar en condiciones más difíciles, porque nosotros sí precisamos calentar. Mientras estamos viendo un mapa de posible entendimiento entre el PP y el PSOE en Sevilla. Ya blindaron sus cuentas. Sería un pacto de la decadencia: para no perder el poder institucional se pueden coaligar. Nosotros estamos haciendo una campaña doble, andaluza y nacional. “El cambio empieza en Andalucía” es el lema de campaña. Todos los retos y las tareas vienen a la vez: como sabes, no concurriremos a las municipales que se celebrarán el 24 de mayo. Nos concentramos en las autonómicas. En sitios como Valencia, Madrid y Asturias tenemos condiciones para ser la fuerza con más posibilidades de formar gobierno. La herencia serán formaciones autonómicas descompuestas y trabadas, que deberemos rescatar.
–¿Desde qué lugar discuten ustedes la transición que vivió España después de la muerte de Franco, en 1975, con la nueva Constitución de 1978 como símbolo?
–No está en crisis la historia. Está en crisis que lo sucedido entonces sirva para las respuestas que hoy son necesarias. Las respuestas de entonces y sus instituciones dan muestras de agotamiento. Eso fue en gran medida fruto del resultado de la apropiación de lo público por parte de los intereses privados. Por suerte, la crisis y el caldo de cultivo que produjeron experiencias reaccionarias en otros sitios de Europa no lograron ese resultado en España.
–¿Y cómo se paran en la disyuntiva monarquía-república?
–En junio y julio del año pasado hubo sucesión monárquica en el Estado. Necesitaban hacerlo ordenadamente con esa composición de las Cortes. Cuando sucedió, nosotros abrimos una discusión en términos de democracia. Nos parece que la ciudadanía española puede gobernarse a sí misma y elegir un jefe de Estado. Pero los sectores conservadores querían hablar del color de la bandera. Quieren volver a la guerra civil. Fue tan fuerte el relato de una España que se parte y que luego se reconcilia, que ellos buscan atarnos a ese relato. Sin embargo, cada vez a más gente le dice menos. Hoy se habla de vivienda, no de concordia. Se agotaron los términos que ordenaban los debates durante 40 años. Por eso, los defensores del orden actual siempre quieren volver a las palabras viejas.
–¿Por qué España escapa a la existencia de una ultraderecha fuerte como Francia, Dinamarca o Bélgica? ¿Por el franquismo?
–Que haya habido franquismo es una cierta vacuna, porque hace más difícil reeditar una propuesta en los mismos términos. Luego, nuestra derecha es muy de orden y no deja espacio para una derecha plebeya como la de Le Pen en Francia. Por otra parte, la derecha contiene. Y pasó también que luego del 15 de mayo de 2011 el escenario se articuló en un sentido progresista y no en un sentido reaccionario. Quedó claro que el problema para los de abajo no era el del medio sino el de arriba, y para el del medio también era el de arriba y no el de más abajo ni el que viene de fuera. El 15M fue una gran vacuna contra la posibilidad de que el descontento fuera hacia una tendencia reaccionaria. La articulación fue progresista cuando con esas materias primas de corrupción, de desprestigio y de crisis se podría haber producido una articulación de signo diferente. El resultado fue bastante parecido al “Que se vayan todos” de la Argentina.
–¿Podemos es el partido de los indignados?
–No. No puede haber un partido de los indignados, que se vinculaban entre sí por simple oposición a lo existente. “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” es un gran lema, pero luego vino el reflujo de la movilización directa, como es natural, porque no todo el mundo está todo el día en la calle. Si en medio del reflujo hubiéramos preguntado en las asambleas si se debía construir una alternativa política nos hubieran dicho que no. Y cuando decidimos construirla, sin preguntar, algunos nos criticaron: “No estamos en América latina”. Les dimos las gracias por el consejo geográfico y seguimos. Desafiamos dogmas, interpelaciones y metáforas. Ya hablamos de izquierda y derecha. También nos pusimos a discutir qué es el liderazgo, incluso el liderazgo mediático, y quisimos terminar con la visión mecanicista de lo social y lo político como si fueran cosas separadas. Es una visión algo liberal que no se da en la realidad. Otra discusión fue la electoral. ¿Quién dijo que no se puede construir política mientras uno construye una herramienta electoral? Mira si no hay retos y tareas...
Página/12 - 15 de marzo de 2015