Por una agenda estratégica de América Latina

Monica Bruckmann - Theotonio Dos Santos
La Conferencia de Bandung celebrada en abril de 1955 significó uno de los momentos más importantes de afirmación de los países del Tercer Mundo y la emergencia del Movimiento de Países No Alineados. Esta reunión, en la que participaron 23 países asiáticos y 5 africanos, se sustentó en los principios de la lucha anti-colonial y antiimperialista, elaborando un amplio llamado de autodeterminación y desarrollo de los pueblos basado en la solidaridad, la cooperación económica y cultural y la paz mundial.

El movimiento de los No Alineados colocó como núcleo principal el fin de la Guerra Fría, las luchas nacionales por la independencia, la erradicación de la pobreza y el desarrollo económico, a través de organizaciones regionales y políticas económicas de cooperación entre los países del Tercer Mundo.

El espíritu de Bandung permitió crear un amplio consenso entre los principales líderes y los pueblos de Asia, África y América Latina[1] en relación a la afirmación de la paz y los principios de coexistencia pacífica, en un momento en que el mundo vivía una situación de extrema tensión, amenazas permanentes de guerra y la invasión y ocupación militar como instrumentos de dominación económica y política. Los cinco principios de coexistencia pacífica, elaborados por el primer Ministro chino Chou En-lai y ratificados por el Premier hindú Jawaharlal Neru en 1954, fueron declarados por la Conferencia de Bandung como parte de los principios generales que ligaban la libertad a la soberanía de los pueblos. Inspirada en ese espíritu, en enero de 1958 se realizó en El Cairo la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia y África y posteriormente se realizaría, en Cuba, la Primera Conferencia de Solidaridad Tricontinental.

Este legado histórico de las luchas del Tercer Mundo se revela de gran utilidad para una estrategia contemporánea de afirmación de un sistema multipolar sustentado en procesos civilizatorios que hoy impulsan una diversidad de países, de Estados nacionales, de movimientos sociales y de una pluralidad de culturas e identidades. Movimientos clandestinos bajo el fuego de poderosas potencias colonizadoras se convierten en victoriosos actores políticos que construyen nuevos Estados con creciente impacto económico, político y cultural en el sistema mundial.

Este es un cambio fundamental que desafía al pensamiento y a las fuerzas progresistas y obliga a romper con paradigmas y políticas volcadas principalmente hacia la denuncia, para asumir su responsabilidad histórica en la conducción de sus pueblos y de los procesos de transformación del mundo contemporáneo, desde donde emerge, inexorablemente, un nuevo orden mundial.

Desde los años ’50, estas naciones fueron blanco de acciones neocoloniales, pero tuvieron la capacidad de desestructurar paulatinamente estas ofensivas. Es así como el Movimiento de los No Alineados pudo construir instituciones exitosas, a pesar de la resistencia que estas enfrentaron, como la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y la Trilateral. La creación de la Asociación de Economistas del Tercer Mundo contribuyó a este proceso con elementos teóricos y conceptuales fundamentales.

En este contexto, se destaca particularmente el rol de China, que pudo construir una gigantesca economía superando el hambre y la miseria de su población, afirmándose como una potencia industrial exportadora y avanzando hacia la vanguardia científica y tecnológica del mundo. Otras naciones como India, Indonesia y Egipto desarrollan importantes procesos de afirmación nacional reforzando el espíritu de unidad de los pueblos inspirado en la declaración de Bandung.

Los importantes avances en los procesos de integración latinoamericana, que encuentran en Brasil un actor fundamental, aunque vacilante; la victoria sobre el apartheid en Sudáfrica[2] y el avance que esto representa para la unidad africana; la recuperación del liderazgo ruso en la rearticulación del continente euroasiático en alianza con China y la creciente resistencia de los países del Medio Oriente ante la estrategia de dominación y militarización de EE.UU., configuran una nueva situación geopolítica mundial. Este conjunto de cambios destruye la hegemonía del Atlántico Norte en el sistema mundial, como lo veremos más adelante.

La emergencia de China, la decadencia del atlantismo y el nuevo orden mundial

Quien pretenda ver en la emergencia de China en la economía mundial apenas un fenómeno económico reciente estará dejando de lado la posibilidad de comprender un fenómeno socio-cultural mucho más complejo: la reelaboración de un proceso civilizatorio asiático que encuentra en la China contemporánea su centro más dinámico de desarrollo económico, científico y tecnológico, financiero y cultural, capaz de poner en tensión las enormes fuerzas creadoras de toda una región. La ruta de la seda se articula nuevamente para dinamizar el sistema mundial del siglo XXI y re-orientar la economía mundial en dirección al continente asiático, como sucedió desde el siglo IX hasta el siglo XVII.

El ciclo oceánico de la economía mundial iniciado con la expansión ibérica en el siglo XV, continuado por la hegemonía holandesa e inglesa y, posteriormente, norteamericana, parece estar abriendo paso al regreso del continente euroasiático, reestructurando, al mismo tiempo, las estrategias militares basadas en el poder naval en dirección a la recuperación del papel de las grandes superficies continentales. Esto explica el hecho de que las potencias hegemónicas de la economía mundial del siglo XXI estén apoyadas cada vez más en grandes economías continentales, con un papel creciente de los procesos de integración regionales.

Un análisis geopolítico razonablemente informado no puede perder de vista un fenómeno nuevo en la dinámica global: la importancia creciente de las economías del Sur en la definición de un nuevo orden económico internacional y en el establecimiento de nuevas formas de convivencia en el planeta. Esta tendencia no puede ser analizada apenas como un fenómeno económico sino como parte de un proceso de afirmación de los pueblos del Sur a partir de sus raíces civilizatorias que se convierten en instrumentos fundamentales de construcción identitaria para la elaboración de formas propias de desarrollo económico y social. La humanidad se rebela contra los intentos de hegemonismo imperial y las concepciones excluyentes del proceso civilizatorio. La riqueza de experiencias culturales que conforman la historia de la humanidad deberá ser uno de los principales instrumentos para la construcción de una civilización planetaria.

El pensamiento económico conservador no es capaz de comprender el impacto de una expansión económica permanente de cerca del 10% anual durante 30 años. Los analistas occidentales se cansaron de prever, año a año, el fracaso de China que, según ellos, estaría amenazada de peligrosos procesos inflacionarios. Sin embargo, el éxito del desarrollo chino proyecta inexorablemente este país hacia el centro de la economía mundial. Estos cambios fueron asumidos con modestia y moderación por el gobierno chino, causando espanto en un mundo capitalista dominado por el marketing y la improvisación. Sin embargo, el crecimiento cobra su precio.

Durante los últimos tres años, el PIB medido por el poder de compra paritario (PPP) consagra el liderazgo de China en la economía mundial. Asimismo, atrae hacia este nuevo centro a sus aliados más próximos. Según el Banco Mundial, las principales economías en el mundo, medidas por el poder de compra paritario, serán en 2015 las siguientes (en miles de millones de dólares): en primer lugar China (18.976); seguida de EE.UU. (18,125); India (7.997); Japón (4.843); Alemania (3.815); Rusia (3,458); Brasil (3.259); Indonesia (2.840); Reino Unido (2.641) y Francia (2.634) en décimo lugar[3].

En este nuevo contexto, la actuación de China se hace más audaz: en el plano financiero, China abre la perspectiva del Banco de los BRICS, con un capital de 100 mil millones de dólares para inversiones y un capital similar destinado a fondos de contingencia. Al mismo tiempo, se crea el Banco Asiático que dispondrá de un volumen aún mayor de recursos y que ya abrió la posibilidad de socios occidentales, además de socios asiáticos. Este proceso tuvo un éxito inesperado al atraer 24 países, casi todos considerados como parte de la esfera de influencia estadounidense.

Poco eficaz fue la reacción de EE.UU. y sus intentos por impedir esta estampida hacia el Oriente.

Por otro lado, los países de Oriente Medio, que disponen de una alta liquidez a través de fondos soberanos, están solicitando su ingreso a esta nueva arquitectura financiera mundial. Además de los recursos ya mencionados, el gobierno chino viene realizando nuevas inversiones directas a través de sus empresas en varios países del mundo. Es el caso de los 50 acuerdos firmados entre China y Rusia y los recientes acuerdos con Brasil, que involucran un volumen de inversiones cercano a los 53 mil millones de dólares, a los que se suman alrededor de 10 mil millones de dólares de préstamo a la empresa brasileña Petrobras.

Este enorme volumen de recursos, producto del mayor excedente monetario del planeta (las reservas de China ascienden a cerca de 4.000 mil millones de dólares, es decir, 4 trillones en inglés). Ciertamente, esta estrategia financiera mundial que despliega el gobierno chino pone en jaque al FMI y al Banco Mundial, principales instrumentos de la hegemonía estadounidense desde la post Segunda Guerra Mundial.

A partir de los últimos años, el Partido Comunista Chino ha asumido una actuación más osada en la dinámica mundial. Hasta hace tres años, este país buscó reducir al mínimo su intervención en la política y la economía mundial. Sin embargo, algunos factores obligaron a una revisión de esta postura. En primer lugar, la pretensión de EE.UU., de su gobierno y de gran parte de su opinión pública de mantener el mismo nivel de intervención que tuvieron, o aspiraron tener, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto ha venido provocando situaciones políticas y económicas totalmente arbitrarias, con graves repercusiones a nivel mundial y un creciente proceso de militarización a nivel planetario.

En el plano económico, debemos destacar la diferencia entre un EE.UU. que sale de la Segunda Guerra Mundial con 47% del PIB global y 70% del oro disponible internacionalmente y el EE.UU. actual, que representa apenas el 15% del PIB mundial y que detenta una parte ínfima de las reservas internacionales de oro.

En tercer lugar, en la post guerra EE.UU. emerge rodeado por una Europa destruida, Asia gravemente afectada por guerras locales y revoluciones y luchas anticoloniales, junto a África también en pie de lucha contra la dominación colonial y América Latina dispuesta a buscar caminos propios. En estas circunstancias, la mayor potencia del mundo, necesitaba crear un enemigo mundial que le permitiera consolidar su influencia sobre la mayor parte del planeta. Es así que a partir de la Guerra Fría, EE.UU. entra en conflicto con su principal aliado contra el nazi-fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Estados Unidos se vio atraído por un proyecto de suceder a las potencias coloniales europeas frente al gran movimiento nacional democrático mundial, anticolonial y antiimperialista. Este proyecto fue parcialmente exitoso en el caso de la independencia de India y en la primera fase del gobierno del Kuomintang. Sin embargo, la política de Guerra Fría llevó, casi de inmediato, a la ruptura del frente nacional instituido en China, permitiendo que el Ejército Rojo asumiera el control de toda la China continental, mientras Chiang Kai-shek se refugiaba en la isla de Formosa con el apoyo de Estados Unidos.

Una vez más, EE.UU. rompe con un aliado de la Segunda Guerra y logra que la pequeña isla de Formosa represente a China como miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. De esta manera, la Guerra Fría lleva a Asia y a las luchas anticoloniales hacia una fuerte radicalización que se expresa, sobre todo, en las guerras de Corea e Indochina, creando condiciones para la realización de la Conferencia de Bandung y el surgimiento del Movimiento de Países No Alineados.

Los BRICS y el fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur

En recientes declaraciones, el director ejecutivo del Comité Nacional Ruso para los BRICS, Georgy Toloraya, afirmó que los BRICS conforman "una alianza de civilizaciones que nunca se convertirá en un bloque militar”, capaz de construir un “proyecto intelectual orientado a formular nuevas reglas de co-existencia global”[4]. Se trata, según el analista, de un bloque emergente que tiene como objetivo salvaguardar sus intereses comunes a partir de la cooperación y el principio de no-intervención en los asuntos internos de cada país.

Estas afirmaciones no constituyen una opinión aislada, sino un movimiento cada vez más amplio a nivel mundial que afirma la necesidad de una alianza estratégica entre los países del Sur para promover nuevas formas de convivencia planetaria, basadas en el respeto mutuo, la tolerancia como principio fundamental, la diversidad cultural y civilizatoria como posibilidad de enriquecimiento y no de exclusión y la cooperación Sur-Sur basada en el principio de los beneficios compartidos. Estamos viviendo un cambio profundo de paradigma: del “choque de civilizaciones” hacia un nuevo enfoque de “alianza de civilizaciones”.

El Informe sobre Desarrollo Humano 2013 que lleva por título “El ascenso del Sur: Progreso humano en un mundo diverso”, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), sostiene que “el Sur ha surgido con una velocidad y una escala sin precedentes” dando lugar a una “mayor diversidad de opiniones en la escena mundial”, lo que presenta una oportunidad para desarrollar instituciones de gobierno que representen plenamente a todo el electorado y que podrían utilizar esta diversidad para hallar soluciones a los problemas del mundo. Según este enfoque, se trata de convertir la diversidad del Sur en un instrumento de solidaridad.

Ciertamente, esto representa un cuestionamiento radical a la visión eurocéntrica como forma de ver el mundo y de entender la dinámica global. La diversidad, entendida en su sentido más profundo como diversidad civilizatoria, nos coloca frente a la necesidad de construir un encuentro de civilizaciones como instrumento fundamental para desarrollar nuevas formas de coexistencia global.

La creciente densidad diplomática del Sur que marca el inicio del siglo XXI, coloca en la agenda económica y política asuntos de interés estratégico, como las inversiones compartidas en los sectores de infraestructura, energía y telecomunicaciones; la creación de nuevos mecanismos de cooperación entre los mercados de valores, en dirección al establecimiento de una plataforma unificada de comercio; la creación de instrumentos de financiamiento comunes, como el Banco de Desarrollo de los BRICS, con el objetivo de promover financiamiento para el desarrollo. Esto no es casual, los datos muestran que el mayor volumen de reservas monetarias a nivel mundial se encuentra en las economías emergentes. Según el Informe sobre Desarrollo Humano 2013 del PNUD, para el año 2011, 70% de las reservas oficiales en divisa extranjera del mundo (US$ 10,18 millones de millones) estaba en las economías emergentes

Construir una visión estratégica del Sur, pautada por la solidaridad y la cooperación y orientada al desarrollo integral en beneficio de sus pueblos, es una de las tareas más importantes de este siglo.

Por una agenda estratégica de América Latina y una alianza desde el Sur

La coyuntura latinoamericana contemporánea, que mostró grandes avances en los proyectos y procesos de integración regional, a partir de un nuevo ciclo de acumulación política de las fuerzas progresistas y de izquierda en la región que se inicia con el siglo XXI, se muestra, hoy en día, como un amplio espacio de disputa entre dos proyectos antagónicos.

De un lado, están los intentos de reorganización de los intereses hegemónicos de EE.UU. en la región, articulados a un creciente proceso de militarización y a estrategias multidimensionales de desestabilización política de los gobiernos democráticos en la región. Entre los principales instrumentos de esta estrategia se utilizan las guerras psicológicas y económicas que cuentan con poderosos aliados locales, particularmente los medios de comunicación monopólicos y las empresas transnacionales que operan globalmente a partir de una estrategia bien definida.

Por otro lado, se encuentran los diferentes proyectos de integración que, desde una visión soberana, están desarrollando diversos mecanismos de integración política, económica y cultural que, a pesar de los diferentes ritmos, han conseguido avanzar en la formulación de una agenda latinoamericana. Sin embargo, esta agenda aún adolece de una visión estratégica capaz de colocar en tensión todas las fuerzas y potencialidades de la región que le permita ejercer un papel más activo y de mayor impacto en los cambios profundos que se vienen desarrollando en el sistema mundial.

A la dinámica compleja de integración de los Estados y gobierno, acompaña también la integración de las naciones, de los pueblos y de los movimientos populares, que han mostrado un creciente poder de presión social y participación en la elaboración de políticas públicas, que refleja la creciente madurez del movimiento democrático.

En este contexto, la diplomacia regional adquiere una densidad sin precedentes. Un conjunto de nuevas articulaciones se traduce en instituciones subregionales, regionales y continentales, que transforman el proceso de integración en una compleja realidad donde están involucrados los Estados y los gobiernos, acompañados de un proceso, a veces paralelo, a veces convergente, de integración y unidad de los pueblos y de los movimientos sociales, incluyendo a los sindicatos y a los movimientos campesinos y estudiantiles que ya tenían una cierta tradición de integración en la región. Forman parte de este nuevo cuadro la afirmación de la identidad de los pueblos originarios que se convierte, al mismo tiempo, en inspiración e instrumento de movilización política capaz de transformar los Estados y crear nuevos principios constitucionales. De esta forma se redefine la relación con la naturaleza, confiriendo al movimiento ambientalista un sentido político y filosófico más profundo.

Un principio que adquiere cada vez mayor centralidad es el de la soberanía, como la capacidad de autodeterminación de los Estados, las naciones, los pueblos y las comunidades. Esta soberanía significa también la apropiación de la gestión económica, científica, social y medioambiental de los recursos naturales, que permita elaborar nuevas estrategias y modelos de desarrollo en beneficio de los pueblos.

La aproximación de América Latina a China, a Rusia y a los BRICS en su conjunto, representa una oportunidad de desarrollar alianzas estratégicas que dejen de reproducir el modelo primario exportador y se orienten hacia el desarrollo integral de sus pueblos. Se trata de acometer una profunda ruptura con la visión extractivista y los devastadores efectos sociales, económicos y ambientales que esta práctica acarrea y avanzar hacia un proceso de reapropiación social de la naturaleza y de los recursos naturales como base para el desarrollo y bienestar de los pueblos.

Se hace necesaria una política regional de industrialización de los recursos naturales. Esta política precisa apropiarse de la investigación científica y tecnológica, orientada al desarrollo de tecnologías de extracción que tengan el menor impacto ambiental posible, al conocimiento profundo de los materiales y su aplicación industrial, a la innovación tecnológica y a los nuevos usos industriales. Estos objetivos exigen también la creación de instrumentos de análisis para una gestión más eficiente de estos recursos.

Al mismo tiempo, es necesario tener claridad sobre el crecimiento de la disputa por minerales como una de las tendencias dominantes en el plano mundial. América Latina aparece como una de las grandes regiones en disputa. La diversidad de actores mundiales puede ser utilizada como instrumento positivo para asegurar la soberanía y aumentar la capacidad de negociación de la región.

La creciente aproximación entre las potencias emergentes, BRICS, el estrechamiento de las relaciones entre China y América Latina, la nueva dinámica de la cooperación Sur-Sur, abren un nuevo ciclo histórico de afirmación del Sur, basado en los principios de cooperación, autodeterminación y soberanía que inspiraron la declaración de la Conferencia de Bandung.

América Latina tiene una oportunidad histórica de desarrollar una cooperación estratégica con los países del Sur que le permita romper la relación de dependencia que marcó su inserción en el sistema mundial. Dejar de reproducir el modelo primario exportador significa poner en marcha estrategias de industrialización regional basadas en el desarrollo científico-tecnológico y en la producción de conocimiento y de información orgánicas a este proceso. Para este fin, se hace necesario asegurar y profundizar los avances democráticos conducidos por las fuerzas populares. Esto significa la construcción de una gran agenda estratégica que no se limite a administrar coyunturas impuestas por la dinámica mundial, sino que se proponga conducir el destino de la región.

Cabe a los países de la región aprovechar esta oportunidad o reproducir la lógica de la dependencia y la sumisión a los centros de poder del capitalismo mundial. La recuperación del espíritu de Bandung se convierte en una herramienta de transformaciones globales y representa la principal amenaza para las estrategias imperiales en la compleja geopolítica mundial.

- Monica Bruckmann es socióloga, profesora de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y directora de investigación de la Cátedra UNESCO sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable, REGGEN.

- Theotonio Dos Santos es sociólogo, presidente de la Cátedra UNESCO sobre Economía Global y Desarrollo Sustentable, REGGEN, profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).

Notas:

[1] Entre los que se encontraban Nehru (India), U Nu (Birmania), Sukharno (Indonesia), Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia), Chu En-lai (China).
[2] El papel fundamental de Cuba en la defensa de Angola y la derrota del ejército racista sudafricano transformaron los ideales de la Tricontinental en una realidad histórica que fortaleció los principios de Bandung, convirtiéndose en una expresión concreta del sentimiento y los ideales de solidaridad.
[3] Esto confirma las previsiones de Orlando Caputo en sus estudios sobre la economía mundial.
[4] Cfr. BRICS experts back development bank, http://www.southafrica.info/global/brics/bank-190312.htm#.UVC4gb-Iwb0

América Latina en Movimiento (ALAI) - 26 de mayo de 2015

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