30 años precarizadxs, una crónica del desamparo laboral
Documento publicado por la Cátedra Libre de Estudios Agrarios Ing. Horacio Giberti - Octubre 2024
Las historias de los trabajadores del Estado no son un cuento, son mucho más que las frías estadísticas de los despidos y la estigmatización histórica, acrecentada en tiempos neoliberales, de ser nombrados “ñoquis”, ahora orcos, o trabajadores que no hacemos mucho por la sociedad. Somos más que las noticias sobre las exiguas paritarias, o el desconocimiento de nuestras luchas. Nuestras historias son nuestras familias, nuestras vidas, las de miles de personas, laburantes de Argentina.
Los ’90 – “Estamos mal, pero vamos bien…”
Nacimos a la vida laboral así: precarizados. En los ’90 las políticas neoliberales arremetían contra losderechos ganados, generando pobreza y desempleo generalizado. Las oportunidades laborales para los jóvenes profesionales del desarrollo rural escaseaban y las que había proponían inscribirse en la AFIP, facturar “honorarios” y firmar cada cierto tiempo un contrato de locación de obra o de servicios a término. Así, los trabajadores del entonces Programa Social Agropecuario acumulamos factureros y contratos durante más de quince años, firmamos cada año que no había (¿no había?) relación laboral con el Estado empleador, pagamos de nuestro bolsillo la obra social, seguros, impuestos provinciales y aportes jubilatorios (en el mejor de los casos). Recorrimos los caminos polvorientos del campo adentro con nuestros propios vehículos y nuestras piernas. Cumplimos horarios e hicimos informes de todo lo actuado, como siempre, como hasta ahora. No había vacaciones ni licencias por enfermedad o por maternidad/paternidad, ni aguinaldo, ni paritarias. Cavallo y Bullrich nos descontaron el 13% de nuestros honorarios a pesar de no ser empleados reconocidos por el Estado, y esgrimiendo la misma razón, es decir por precarizados, nunca nos devolvieron el descuento, aunque sí al resto de los empleados públicos y jubilados.
Siendo precarizados, poco te escuchan y es fácil que te digan “si no te gusta, ahí tenés la puerta”. Siendo precarizados, la incertidumbre y el atropello a las condiciones laborales se hacen costumbre.Quizás por eso nos llevómucho tiempo y esfuerzo organizarnos gremialmente. Siendo precarizados los gremios no tienen de dónde descontar el aporte sindical para ser oficialmente afiliados. Sin embargo, ATE nos dio esa oportunidad: empezar a plantear otras condiciones laborales y acceder a nuestros derechos como Trabajadores del Estado.
La década ganada: Formalmente precarizados
Vientos políticos de mayor inclusión lograron la institucionalización del trabajo en desarrollo rural, allá por el 2008. Nuestra organización gremial y la decisión política permitieron que nos contraten por fin, después de 17 años, con el artículo 9 de la Ley Marco: “personal por tiempo determinado comprenderá exclusivamente la prestación de servicios de carácter transitorio o estacionales, …, que no puedan ser cubiertos por personal de planta permanente”. A partir de fines del 2010 tuvimos contratos “en blanco” con aportes jubilatorios, obra social, aguinaldo, licencias. Teníamos por fin algunos derechos laborales.
El Estado generó políticas públicas junto a las organizaciones de la agricultura familiar, abarcando en un marco de acceso a derechos las diversas problemáticas que afectan al sector más vulnerable del campo. Se impulsaron líneas estratégicas integrales tales como el acceso al agua para riego y uso doméstico, tierra, hábitat, valor agregado, comercialización, enfoque de género, inclusión de jóvenes rurales, interculturalidad, registro y formalización de las organizaciones, que se sumaron a nuestras tareas tradicionales de fortalecimiento productivo y organizacional de las familias campesinas e indígenas. Crecimos profesionalmente, mejoraron las condiciones laborales y se logró una cobertura territorial como no ha tenido otra institución del Estado, junto al desarrollo autónomo de miles de familias, grupos y organizaciones de pequeños productores. Pero nosotros, los trabajadores de agricultura familiar, seguíamos con contratos de duración anual, precarizados.
El pase a planta permanente quedó entre nuestras principales reivindicaciones gremiales, que el Estado que nos contrató nunca quiso oír. Porque sería admitir que se encuentra en falta, que supera con creces el porcentaje que la misma ley marco determina para la cantidad de personal contratado. Sería reconocer que el 100% de los técnicos que trabajamos en la (ex)Secretaría de Agricultura Familiar con el sector más vulnerable del campo somos trabajadores precarizados. Sería reconocer que el Estado ejecuta un sinnúmero de políticas públicas con personal contratado que cumple funciones y tiene la trayectoria histórica de personal permanente. Y que el Estado no cumple lasleyeslaborales.
Cambiamos futuro por pasado
Desde el 2016 la precarización laboral tomó nuevas dimensiones en nuestras vidas. Nos mostró nuevamente, como en los ’90, la peor cara del neoliberalismo. La cuota de cinismo ejercida por los que propiciaban el “Cambio”, hizo que la precarización laboral se asimile a la precarización global de la vida y de la dignidad humana. En nuestro pequeño universo sufrimos, como el resto de los empleados públicos, la estigmatización de que nos llamen “ñoquis” o “grasa militante”, gracias a los trolls y la maquinaria mediática de generar odio. Fuimos y somos trabajadores, apasionados, y quizás militantes de las causas justas. Por eso elegimos trabajar con campesinos. En cambio, la nueva conducción institucional ni siquiera hizo un esfuerzo por tener presencia diaria en las oficinas, menos cumplir las 8 horas de trabajo. En aquellos días, fuimos oculta y maliciosamente “evaluados” por la nueva conducción.
El presupuesto disminuyó hasta hacerse inexistente. Los vehículos se deterioraron, se vencieron las revisiones técnicas obligatorias y así todo se siguió trabajando. Hasta tomar conciencia que eso no sólo atentaba contra nuestra integridad física, sino que también éramos penalmente responsables ante cualquier siniestro. Se dejó de alquilar oficinas, nos acomodamos como pudimos en lugares prestados. Dejamos de hacer capacitaciones y proyectos con fondos propios, y ante esto nos hicimos expertos en buscar y ejecutar fondos de otras instituciones, que valoran nuestra experiencia y transparencia en la ejecución de financiamiento.
Se cambiaron nuestras funciones laborales, bajó la presencia en terreno, no nos pagaron viáticos sobre comisiones fehacientemente realizadas. Nuestros informes nunca fueron leídos, “porque son muy largos”, “hagan algo de una o dos hojitas”. La comunicación institucional fue reemplazada por tweets y mini noticias en las redes sociales. Se vació de contenido el desarrollo rural: la integralidad de nuestro trabajo fue definida como una colección de anécdotas que “no se pueden medir, entonces no valen”. Ya no hay capacitaciones, ni reuniones, ni proyectos, ni planificación, ni Monotributo Social Agropecuario, ni ferias: las familias campesinas fueron despojadas de sus derechos.
Nuestro ambiente laboral, a pesar de nuestra mística y cariño, se fue enrareciendo para estar a tono con la época del cambio. La construcción colectiva se opacó cada día un poco más, por una conducción inoperante y jerárquica, por los serviles y soplones que nunca faltan, por la apuesta al individualismo, por el miedo al despido. Precarizados, cambiamos.
Precarios hasta el despido
La precarización, que no elegimos, nos expulsó de la peor manera. Después de 25 años de trabajo, nos botaron. Como cosas, como excedentes, como gastos que había que achicar. Los miles de millones de dólares prestados y que se fugaron y enriquecieron al puñado de familias que gobernaron el país entre 2016 y 2019, los pagamos los trabajadores. La nueva gestión inició los despidos en la administración pública a principios del 2016, bajo el eufemismo de “no renovación de contrato”. Como goteras, cientos, miles de trabajadores precarizados en programas e instituciones públicas fueron perdiendo su fuente laboral y con ello, todos perdimos derechos en materia de salud, educación, cultura, ciencia, previsión social, e inclusión de grupos vulnerables. Y nosotros vimos casi desaparecer las políticas públicas para la agricultura familiar.
La guadaña de los despidos nos mojó en lágrimas en abril de 2018. Esa vez nos tocó a nosotros. Cientos de compañeros quedaron en la calle, así,sin preaviso,sin ningún indicio más que losrumoresy las noticias cada vez más recurrentes del ajuste del Estado. 330 despidos en el Ministerio de Agroindustria. Redoblamos la lucha y los abrazos, nos hermanamos en las denuncias y las gestiones,en las marchas en las calles junto a miles de trabajadores, en los escraches a los funcionarios responsables de los despidos, en la creación de un fondo solidario para sostener a los compañeros, en la difusión en las redes (que nos hackearon), en los banderazos en los semáforos, en el festival solidario, en la venta de rifas y de locro… En agosto fue peor, ya lo veníamos venir, la guadaña amarilla continuó cercenando derechos: casi 600 despidos en Agroindustria, 550 de los cuales fueron en Agricultura Familiar. Yo incluida, con 23 años de antigüedad y 50 años en la vida. Intestino irritable, mi acidez acrecentada y bienvenida oficial a la menopausia.
Precariamente, nos fuimos enterando que hubo una lista, o más de una, confeccionada por los coordinadores (y los traidores), con los criterios “objetivos” de deshacerse de quienes “no respondían a la coordinación”. Con angustia recibimos la carta documento que nos decía que nuestros contratos precarios fueron finalizados con anticipación. Muchostuvieron que presionar en el correo para que les entreguen el documento que no llegó al domicilio. Y más tristes fueron los casos donde los hijos recibieron el dichoso telegrama y tuvieron que comunicar a su madre o padre que ya no tenía trabajo…
Precaria y cobardemente, nadie dio la cara ni dio razones objetivas de los despidos. Alguien de Modernización definió las “dotaciones óptimas” de cada repartición pública. Nadie avisó a las organizaciones de productores que se quedaron sin técnico ni qué pasaría con los proyectos en marcha. Nadie contestó las notas de apoyo que recibimos, ni los cientos de firmas que pidieron nuestra reincorporación, ni los pronunciamientos de las cámaras legislativas y tampoco nadie acusó recibo de las gestiones políticas y acciones gremiales. Precariamente nos enteramos que nuestros contratos no permiten acceder al seguro por desempleo y tampoco el derecho a la indemnización.
Despedidos-as
Resistimos y luchamos mientras pudimos. Ser despedido es duro, no importa si sos joven o veterano. Más en tiempos de desempleo generalizado. Esinjusto y cruel. Es violencia, la bronca con los dientes apretados. Eslo que nos unió en la lucha, la fuerza de todos y todas, nuestras convicciones intactas. Es impotencia, miedo y tristeza. Es el recuerdo vivido en carne propia de lo que pasaron nuestros viejos o nosotros mismos en los ‘90. Es el abrazo apretado, lleno de lágrimas y mocos, de la familia, amigos y compañeros que nosreconforta un instante, sólo ese instante.
Es la preocupación que no le querés confesar a tus viejos, el mal trago que no querés que pasen tus hijos. El golpe certero en la autoestima, que cuestiona hasta tu valía como profesional. Es la desvalorización, la paralización y el enojo. También lasinmensas ganas de patearles el culo a todos los funcionarios responsables de despedirnos.
Al cumplirse un año de los despidos murió Gustavo, despedido, reincorporado y nuevamente despedido. En esos díastambién falleció Felipa, despedida faltando poco para jubilarse. Unos meses antes Maximiliano decidió quitarse la vida ante la angustia de quedarse sin trabajo. El corazón de Roberto no se bancó la desidia en la que sumergieron al Estado en esos años. Melisa se desplomó ante la inminente injusticia de su esposo despedido. El cuerpo de Naty se enfermó: no resistió tanto agobio y persecución. También Guillermo, también Marcelo ya no están aquí…
El despido es la angustia de ser sostén de familia y no saber para dónde agarrar. Es tener una “liquidación final” depositada que no llega a tres meses de sueldo. La billetera vacía. Las deudas y el cómo cubrirlas. La vergüenza de pedir al fondo solidario de lucha. La mirada de nuestros hijos adolescentes que nos pregunta algo, en silencio. Es sentir que ya no perteneces adonde estabas, saber que de a poco todo se olvida y te olvidan. Es ver a los soretes empoderados. La certeza que tu cuerpo no es el mismo de hace 25 años y que tus rodillas están gastadas. Jugar al Candy Crush para alienarte. Usar champú Plusbell y comprobar que no es tan malo. Comer menos carne y de paso bajar el colesterol. Achicar los gastos y ajustarte. Armar nuevamente el currículum. Volver al monotributo. Buscar qué hacer, y dar vueltas sobre tu propio eje. Salir al ruedo.
También es sentir el apoyo y el afecto de quien menos esperabas. La lejanía de quienes no esperabas. Es hacer consciente que el colectivo laboral donde pertenecías ya no existe. Es que te borren del padrón de afiliados. Es vivir con changas. La gastritis eterna, mi dolor de panza demasiado presente. Nudo en la garganta, años de vida, sueños arrebatados. Es estar lejos. Es llorar a mares y también reírte.
Es la soledad de estar con tus infiernos.
La resiliencia
Somos trabajadores, que no es poco. Tenemos capacidad y valores, lo que es mucho. Hay montones de gente que nos quiere y nos valora, que reconstruye. Hay afectos que sostienen. Hay una trama, tejida hace años. Y caminos y senderos nuevos para andar. En la desesperanza, nos reinventamos. Así, recogiendo nuestros andrajos y lamiendo nuestras heridas, rellenamos nuestras grietas a pura voluntad y cariño, fuimos de a poco encontrando la dignidad del trabajo en otros lugares. Morimos un poco para brotar de nuevo, cual semillas. Resistentes, resilientes. Nos embarcamos colectivamente en una acción judicial que restituya nuestros derechos como trabajadores del Estado. Que nos devuelva la sonrisa arrebatada. Que haga justicia.
2020-2023 - Volver para ser ¿mejores?
La lucha de los que creímos y creemos en la solidaridad continuó, con la convicción de que la vulneración de los derechos de los trabajadores es una injusticia. Muchas historias y una pandemia pasaron en este tiempo, cada uno sabrá si tuvo que reír o llorar y cuánto afectó nuestra salud física y mental y la de nuestras familias. O si tuvo que despedir a seres queridos. A pesar de ello, nos esperanzamosnuevamente. Los compañeros despedidos fueron (fuimos) siempre bandera y se logró a partir de 2020 la recontratación de varios de nosotros con la promesa que seríamos todos, y en igualdad de condiciones que antes del despido. Previamente debimos renunciar al juicio que nos daba la ilusión de obtener algún resarcimiento.
Pero pasaron cosas… Ni losfuncionarios “compañeros” ni los gremios que nos representan estuvieron a la altura de las circunstancias. No todos fueron reincorporados ni fueron iguales las condiciones del reingreso. A los recontratados no se nos respetó la función anterior, ni nos pagaron el ítem de destino geográfico o zona sino después de meses de reclamos, sin retroactivo, en algunos casos tampoco se respetó la categoría y la antigüedad que se tenía antes de los despidos. Agotamos todas las instancias de diálogo para completar el proceso de reincorporación, nos tragamos las promesas incumplidas y que nos digan en la cara que deberíamos rever nuestras prácticas gremiales si en tantos años no logramos nuestra estabilidad laboral. Nunca dejamos la lucha del pase a planta: con banderazos, marchas tras marchas, notas, redes, hablamos con diputados, senadores, ¡hasta con obispos! Movilizamos, escribimos, gritamos, paramos, pusimos el cuerpo, nos echaron… ¿Y nosotros debemos rever nuestra lucha? ¿Qué tienen que decir los funcionarios “compañeros” que ahora tienen el rol de gestionar el Estado? ¿No volvieron para ser mejores? ¿O acaso el Estado es una entelequia que decide por sí sola? ¿Qué dijeron durante este tiempo los dirigentes gremiales que callaron y estuvieron mudos e inmóviles cuidando su caja y defendiendo su interna? ¿O cuántos años hay que trabajar precarizados para aspirar al derecho de la estabilidad laboral? Hace años nos encandilan con los espejitos de colores de los concursos para pasar a planta… ¿Qué idoneidad tenemos que probar?
En Salta sostuvimos un paro por 70 días hasta que vuelvan todos. No volvieron. Algunos continúan el juicio, ojalá ganen. Lo que permanece es la pobreza, las políticas públicas paupérrimas, una inflación imparable, el FMI marcando la política, nuestras condiciones de trabajo más precarias, post 4 años de macrismo y 4 años más de promesas. La justicia, miserable. Sin vehículos, computadoras ni internet. Ni papel, ni tinta ni agua. Sin rumbo. Este año se cumplieron 30 años de la creación de aquel viejo programa de alivio a la pobreza rural que sostuvimos a pura mística y ovarios (o huevos, según corresponda). 30 años con los mismos contratos anuales. Con un nuevo cambio de pertenencia institucional que nos pone más vulnerables ante el cambio de gobierno. Precarizados, pero más viejos. Casi nadie tiene suficientes aportes para poder jubilarse a la edad que corresponde. No volvieron mejores. Estamos peores.
7 de diciembre de 2023 - La espera, que no es esperanza
Renuevo este escrito desde hace 5 años, en un intento egoico de recuperar mi historia. Mi trabajo fue una parte importantísima de mi vida, tanto que siempre cumplí horas de más, me preocupé y ocupé demás, me comprometí demás, ese mambo que aún no supero de ser la chica 10, la mejor alumna, la aplicada, la correcta… para huir de mí misma. Fui delegada gremial en la época que nos pasaron a ley marco, y puse mucha letra para que todos tengamos la posibilidad de acceder a un mejor nivel escalafonario. Hasta creí en los mecanismos formales del Estado para lograr la tan ansiada estabilidad laboral: me presenté en los concursos en 2015 y quedé puntuada en primer lugar por mis antecedentes laborales para acceder incluso a un cargo con nivel mayor al que tengo. Pero, como pasaron cosas, los concursos fueron anulados…
La vida, luego, se encargó de cachetearme duramente, aclarándome atrozmente cuáles son las verdaderas prioridades: me arrebató a mi hija mayor hace 3 años y medio. Sobrevivo desde ese entonces a ese horror, al dolor que se asoma en lágrimas cuando me descuido, invierto mucho en la salud mental de mi otra hija y en la mía. Apuesto a la vida cada día y aspiro al buen vivir de todos, intento transitar un camino espiritual que me acerque un poco a la paz, creo en los sueños colectivos, en la magia de los rituales, en la posibilidad de un mundo más justo. Sin embargo, no dejo de ver el vaso más vacío que de costumbre. Aún no puedo digerir que millones de trabajadores hayan votado el ajuste y los despidos, la promesa de sufrimiento de los de siempre para sostener el desparpajo de los poderosos, que aplaudan el odio y el deseo de eliminar a los diferentes, los desvalidos, los excluidos de siempre. Que no haya un mínimo de memoria, de análisis de la historia, de sentido soberano y patriótico. Que la idea de pueblo y de justicia social suenen mal y que la marginalidad violenta se sienta habilitada a desplegar, nuevamente, el terror. Que aspiren a una sociedad dominada por las leyes del dios mercado y que, con ello, todo, pero todo, se vaya al mismísimo carajo.
Trato de filtrar las noticias, otras veces no puedo: “el ajuste en el Estado será sólo sobre los cargos políticos” versus “habrá miles de despidos”, lo que está bien versus lo que está mal, los que entraron por la ventana versus los que pedimos a gritos se nos reconozca la puerta… ¿Quién o quiénes definen eso? ¿Tendremos los trabajadores precarizados del Estado nacional la oportunidad de mostrar nuestra historia y nuestra verdad? ¿O primará el estigma de “grasa militante”, “ñoquis”, “orcos” y el mito que somos la causa del déficit cuando todos sabemos que no es así? ¿O acaso sólo se escuchará la voz de algún funcionario saliente, que no cree en el Estado y menos en sus trabajadores? ¿Caeremos en la volteada por todo lo que hicieron mal los que no volvieron mejores?
Espero que no. Espero que alguien con un profundo sentido humano lea esto. O que al menos tenga un mínimo de empatía, que haga un análisis básico de esta situación, a todas luces increíblemente injusta. Espero que me crea, que nos crea, que hace mucho trabajamos y desplegamos nuestras capacidades en el campo adentro, que creemos en el principio de la universalidad de la política pública, que honramos nuestras profesiones y creemos en un Estado presente, transparente y eficiente para asistir a quienes lo necesitan. Espero, mientras me carcome la ansiedad y firmo mi contrato precario hasta el 31/12/2023. Mientras espero, pasan por mi mente miles de historias vividas en el que fue uno de los mejores ámbitos laborales hasta hace uno años, donde encontré además de compañeros, a verdaderos amigxs 1 . Gracias por eso, fue hermoso.
Espero que el dichoso ajuste no sea tan doloroso. Espero que no haya más sufrimiento, ni gente con hambre, ni violencia ni represiones. Que la solidaridad y el amor por el prójimo vuelva a nuestras vidas. Espero que haya trabajo, digno, para todos. Y que yo y mis compañeros, desparramados a lo largo y ancho de todo este bendito país, conservemos el nuestro. Porque el trabajo no será lo más importante de nuestras vidas, pero sí lo que nos permite tener las condiciones materiales de llevarla adelante. Espero también, tengamos la posibilidad y capacidad de protagonizar las transformaciones necesarias para mejorarlo.
19/3/2024: Llegó el día nefasto
A dos días de cumplir mis 56 años, recibimos el anuncio con la sorna y desparpajo del vocero de la crueldad, que el INAFCI se cierra y con el ello el despido de 900 (no) trabajadores. Junto a otro puñado de mentiras infames aclara que los despedidos serán del interior del país ¿Qué más explicar que lo resumido en estas páginas? Los que me y nos conocen saben de nuestra historia, de nuestro compromiso inquebrantable con éste, nuestro trabajo, el de los nombres cambiantes pero con 30 años de existencia, real, en los cerros, en las quebradas, en los caminos polvorientos, en el calor abrasador, en el viento y en el frío, en las cornisas, en la selva, en las alturas y llanuras, en la sed ancestral de la aridez, en el hambre de los niños indígenas, en las pobrezas en las que viven miles de familias rurales, en la Argentina diversa y federal que no todos quieren ver ni animarse a conocer. Tanto trabajamos que nos olvidamos de mandarte un tweet para que te enteres y no te rías del sufrimiento ajeno. Y sabelo, somos los que creemos que el amor vence al odio.
Ing. Agr. Ana Herrera – 27 años 17 días de antigüedad, precarizada en el Estado Nacional