Cambio climático y desigualdad en salud
Un informe elaborado por investigadores de 38 instituciones académicas y organismos de la ONU, que monitorea el impacto en la salud del cambio climático, muestra que están empeorando las inequidades sociales y sanitarias. ¿Cuál es la situación particular de América Latina y qué acciones podrían acompañar la recuperación posterior a la COVID para cuidar el ambiente?
“Los impactos en la salud del cambio climático están empeorando en todos los indicadores rastreados, afectando a personas en todos los rincones del mundo. La Argentina, al igual que toda América Latina, ha visto una tendencia negativa en todos los indicadores de los temas que trabaja Lancet”, le dijo a TSS Stella Hartinger, directora de Lancet Countdown Sudamerica y co-directora de Clima, tras el lanzamiento del sexto informe de The Lancet sobre cambio climático y salud.
El documento, que fue elaborado por investigadores de 38 instituciones académicas y organismos de Naciones Unidas (ONU) y se conoció poco antes de que comenzara la Conferencia de las Partes, que incluye a los países que forman parte de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (más conocida como COP26), analiza 44 indicadores y sus impactos en cinco grandes temas: exposición y vulnerabilidades; adaptación, planeación y resiliencia por la salud; acciones de mitigación y co-beneficios en salud; economía y finanzas, y compromiso público y político.
Entre los datos más preocupantes, se destaca que el cambio climático amenaza con acelerar la inseguridad alimentaria, que en 2019 afectó a 2.000 millones de personas. Por un lado, porque el aumento de las temperaturas ha incrementado las sequías pero también porque acorta el tiempo en el que las plantas alcanzan la madurez, lo que implica menores rendimientos y una mayor tensión en los sistemas alimentarios. Por ejemplo, el rendimiento potencial de los cultivos de maíz disminuyó 6%; el del trigo, 3%; y el del arroz, 1,8 %, en comparación con los niveles registrados entre 1981 y 2010. El aumento de temperatura también se registra en la superficie del mar, lo que pone en riesgo a las 3.300 millones de personas que dependen de los alimentos marinos.
“Este informe nos permite ver una tendencia clara y sombría en la que los 44 indicadores que monitoreamos muestran resultados agravados en los impactos a la salud por el cambio climático. Hemos llegado a un punto en el que el cambio climático ya no es una cuestión técnica, económica o financiera. Es algo real que está ocurriendo. Urge tomar medidas efectivas, a nivel país y personal, y también urge combatir la desinformación”, destacó Hartinger, que es epidemióloga en Perú, y detalló que, en América Latina en particular, junto con la seguridad alimentaria y la desnutrición, también monitorearon otros fenómenos que resultaron particularmente significativos como las migraciones, el desplazamiento poblacional y el aumento del nivel del mar.
“Este informe nos permite ver una tendencia clara y sombría en la que los 44 indicadores que monitoreamos muestran resultados agravados en los impactos a la salud por el cambio climático”, dice Hartinger.
“Los cuatro primeros temas requieren atención directa de todos los actores involucrados. Como el reporte nos indica, ya estamos en código rojo a nivel sanitario”, alertó la investigadora y afirmó que el vínculo entre temperatura y salud fue otro de los temas “de particular interés” para la región, debido a la vulnerabilidad a temperaturas extremas detectada. “En el año 2019, la Argentina fue uno de los países con más alta vulnerabilidad al calor por el perfil poblacional que tiene, con un nivel de vulnerabilidad de 42, mientras que en 1990 su vulnerabilidad era de 39”, ejemplificó Hartinger, y advirtió que esta situación se puede extrapolar a todo el continente.
Con respecto a la región, la especialista agregó que la frecuencia y la intensidad de los eventos extremos son variables “clave” que se traducen en impactos a la salud, ya sea con pérdidas de vidas humanas, lesiones, propagación de enfermedades infecciosas, y hasta impactos en la salud mental. Y sumó una tercera preocupación: la relación que existe entre variables climáticas y enfermedades infecciosas, teniendo en cuenta el índice de desarrollo humano (IDH), que permite analizar cuáles son los grupos poblacionales más afectados y vulnerables en cada país.
“América Latina fue uno de los continentes más golpeados por la COVID-19, donde las restricciones fueron más duras y tuvieron una mayor duración, en comparación con otros continentes, lo que afectó de manera directa a las economías locales”, dijo Hartinger, y advirtió sobre la relevancia de buscar que la reactivación económica se desarrolle con una visión de una recuperación saludable y sostenible, que respete el ambiente.
“Tenemos la oportunidad de diseñar planes que incorporen otras variables que antes no se consideraban, como leyes para evitar el cambio de uso de tierras o regímenes laborales que protejan a los trabajadores de las temperaturas extremas”, ejemplificó la especialista. Sin embargo, advirtió que el principal problema que observan en la región es que casi ningún país tiene una gobernanza climática que incluya los efectos sobre la salud de las personas.
datos de una encuesta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2021, indican que solo el 49% de los países encuestados tiene una estrategia nacional vinculada a la salud y al cambio climático.
“Cuando hablamos de gobernanza, hablamos de lineamientos claves, de mucha coordinación intersectorial y de un liderazgo clave desde el sector salud. Muchos países han avanzado bastante en sus objetivos de NDC –Contribuciones Nacionalmente Determinadas, por su sigla en inglés, referidas a la reducción de emisión de gases de efecto invernadero –; sin embargo, pocos los relacionan con salud”, agregó Hartinger. Países como la Argentina, Colombia y Costa Rica han incluido este tema como uno de los componentes clave en sus objetivos de desarrollo, pero no es el caso de la mayoría de los países de la región, que dejan pasar “una enorme oportunidad de mejorar la salud pública”, al no incorporarlo como eje transversal de sus políticas climáticas.
Esta situación se repite en muchos países. Según este informe, la mayoría de está muy poco preparada para hacerle frente a los efectos que el cambio climático tiene en la salud. Por ejemplo, datos de una encuesta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2021, indican que solo el 49% de los países encuestados tiene una estrategia nacional vinculada a la salud y al cambio climático, mientras que el 69% de los países consultados afirmó que una barrera para implementar este tipo de planes es la falta de financiamiento.
Ante este panorama de emergencia y preocupación, el informe recomienda que, a medida que los gobiernos pasan del gasto de emergencia a la recuperación a largo plazo, de la crisis que ha provocado la pandemia por COVID-19, “es fundamental que más de estos fondos se gasten en formas que reduzcan el cambio climático”, como en fomentar las energías sin emisión de carbono, donde la inversión no es suficiente para mantenerse dentro de los 1,5 °C de calentamiento global, propuesto por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU, tras el acuerdo de Paris establecido en 2015, en una reunión COP similar a la que comenzó esta semana en Glasgow.
Emisiones pospandemia
Tal como lo expresa el informe, las medidas de aislamiento tomadas a nivel global debido a la COVID-19, sumada a la disminución de los viajes y las actividades económicas, han provocado una disminución “temporal pero sustancial” de las emisiones de carbono, que ya están comenzando a incrementarse tras la reactivación económica.
Así como el mundo no está dando una respuesta equitativa al COVID-19, existen profundas desigualdades en la respuesta global al cambio climático”, sostiene Hartinger.
Al respecto, según datos que se acaban de dar a conocer, en este caso detectados a través del Proyecto Global del Carbono, una investigación internacional que se desarrolla dentro de la iniciativa de investigación Future Earth sobre sostenibilidad global, se prevé que las emisiones mundiales de carbono se acercarán a los niveles anteriores a la crisis durante este 2021 y, si se mantiene la tendencia, es posible que aumenten en 2022, especialmente si los sectores del transporte terrestre y la aviación vuelven a su actividad anterior a la pandemia.
En detalle, estima que las emisiones de carbono fósil se redujeron un 5,4% en 2020, pero prevé un aumento del 4,9% este año (del 4,1% al 5,7%), hasta alcanzar los 36.400 millones de toneladas en total. De manera similar, se prevé que las emisiones procedentes del uso del carbón y gas en 2021 superen los niveles de 2019. Solo las emisiones de CO2 procedentes del petróleo se mantienen en 2021, muy por debajo de los niveles de 2019.
El informe también detalla que los principales responsables del incremento de emisiones serán China, Estados Unidos, la Unión Europea e India, mientras que para el resto del mundo en su conjunto las emisiones de CO2 fósil se mantendrán por debajo de los niveles de 2019. En la Argentina, en particular, las emisiones en 2020 fueron un 6,6 % menores, en comparación con el año anterior.
“Esta es una situación apolítica que requiere acciones rápidas, efectivas y sostenibles por el bien todos. Así como el mundo no está dando una respuesta equitativa al COVID-19, existen profundas desigualdades en la respuesta global al cambio climático. Sin embargo, la recuperación de COVID-19 también presenta una oportunidad sin precedentes para un futuro mejor. Podríamos disfrutar de la sostenibilidad económica y medioambiental, una mejor salud y una reducción de las desigualdades si los líderes mundiales se comprometieran a tomar medidas urgentes y actuaran juntos para garantizar que nadie se quede atrás”, concluyó Hartinger.
Agencia TSS (UNSAM) - 4 de noviembre de 2021