China, un actor global
A inicios de los años ’90 la Unión Soviética y los países de la Europa del Este que orbitaban alrededor de ella estallaron por los aires; Estados Unidos reivindicó el triunfo del capitalismo sobre el comunismo y festejó que iniciaba con ello un mundo unipolar, tras medio siglo de Guerra Fría.
Pero se olvidaba de China. Un cuarto de siglo después, el país más poblado de la Tierra, con cuatro veces más habitantes que EE.UU., sigue controlado férreamente por el Partido Comunista Chino –partido único, con 70 millones de militantes–, como lo hace desde 1949, lo que no le ha impedido sin embargo abrazar firmemente el sistema capitalista a nivel económico.
Los gobiernos estadounidenses y sus poderosas multinacionales sintieron inicialmente como una victoria propia que no solo Rusia y el resto de países de la ex URSS sino China reconocieran las “virtudes” del capitalismo. Estimulado por ello, el gran capital estadounidense diseñó planes para un aterrizaje en toda regla en un mercado de nada menos que 1.300 millones de personas.
Pero China aprendió demasiado rápido las lecciones que necesitaba para elaborar su propio modelo, y en pocas décadas ya era capaz de cambiar el tablero mundial.
A diferencia del modelo de capitalismo imperante en EE.UU., Europa y buena parte del mundo, el chino reserva al Estado y no a la gran banca y multinacionales privadas el control tanto de la producción como de la exportación, el control de las divisas, todo el ciclo económico.
La prohibición de cualquier tipo de oposición política y sindical permite al Estado chino un control absoluto de salarios, precios y estabilidad de la producción, lo que lo hace altamente competitivo.
Desde los años ’80 hasta ahora, el altísimo crecimiento económico de China ha logrado sacar de la pobreza a casi la mitad de su población; ha inundado con sus mercaderías al mundo entero; tiene fortísimas inversiones en los cinco continentes y ha comprado buena parte de la deuda pública de un gran número de países, entre ellos la mayoría de los miembros de la Unión Europea... y EE.UU.
En cajas fuertes de grandes bancos estatales chinos se encuentran millones de bonos de la deuda pública estadounidense, toda una paradoja.
En los años ’90, las multinacionales españolas fueron las protagonistas de la segunda colonización de España en cinco siglos, esta vez sin genocidio de por medio; pasaron a comprar todas las grandes empresas públicas de importancia estratégica que privatizaban y vendían a precio de saldo gobiernos ultraliberales y corruptos de muchos países latinoamericanos, Argentina incluida. Hoy día es China la que compra empresas españolas y de otros países europeos privatizadas siguiendo recetas ultraliberales semejantes, en este caso elaboradas por la “troika”.
Según dice Xulio Ríos, uno de los mayores sinólogos de habla hispana, en su libro Bienvenido Míster Mao, se prevé que para 2020, dentro de cinco años, "la inversión total (china) en Europa alcance los 250.000 millones de dólares".
En África cuenta ya con 2.500 empresas propias y en América latina y el Caribe se ha convertido en el principal competidor de EE.UU. y España –que ocupan el primer y segundo puesto en inversiones, respectivamente– y en el máximo prestamista de toda la región.
Y es que China no solo compra masivamente materias primas en la zona; invierte en infraestructuras de gran calado e instala plantas automotrices. Según datos del Global Economic Governance Initiative de la Universidad de Boston, "entre 2005 y 2013 el financiamiento total proporcionado por los principales bancos chinos, Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportación e Importación, alcanzó los 102.000 millones de dólares. Con ello, superaron ampliamente a los préstamos otorgados en el mismo período por el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Exportación e Importación de EE.UU.
China cuenta con la mayor reserva de divisas de todo el mundo, cuatro billones de dólares.
Los gobiernos que negocian con China encuentran una ventaja fundamental con respecto a las negociaciones que tradicionalmente mantienen con EE.UU.: China no se inmiscuye en su vida política, no los convierte en objeto de su espionaje; no les hace chantajes ni intenta imponer su estilo de vida.
Sin embargo, no por ello China permanece al margen de lo que pasa en la “comunidad internacional”. No solo participa activamente en los Brics –los principales países emergentes, entre los que figuran también India, Sudáfrica, Brasil y Rusia– o en el G-8, que reúne a los países más industrializados del mundo. China es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y es el mayor contribuyente a sus misiones de paz.
El gobierno chino siempre tuvo claro que para poder mantener el nivel de crecimiento necesario para completar la modernización del país tiene que asegurarse el abastecimiento energético, y sus necesidades son inmensas. Esta razón lo ha llevado a potenciar las relaciones con amplias zonas de Asia Central y Oriental.
Por razones económicas, estratégicas y de seguridad –temor al islamismo radical–, China ha hecho fuertes inversiones en infraestructura gasística y transporte en cinco ex repúblicas soviéticas de población musulmana, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Kazajistán, logrando arrancarle a Rusia su histórico protagonismo. China invierte igualmente en carreteras y transporte en Baluchistán, fronterizo con Irán, para asegurarse el paso del petróleo que importa del Golfo Pérsico.
El régimen chino ha logrado igualmente aglutinar a 21 países asiáticos en la creación del Banco de Inversión en Infraestructura de Asia (AIIB), con sede en Beijing, para financiar proyectos de gran envergadura.
A pesar de que China cuenta con un presupuesto militar bajo, 1,3% del PIB, con respecto a la media de las grandes potencias, 3%, a partir de los conflictos habidos en el Mar del Sur y a la fuerte presencia que mantiene EE.UU. en la zona desde la II Guerra Mundial, ciertos estrategas abogaron por aumentarlo considerablemente. En 2010, el coronel Liu Mingfu, de la Universidad Nacional de la Defensa, defendió en su libro El sueño de China la tesis de que en la medida que China se convierta en primera potencia económica mundial, su confrontación con EE.UU. será inevitable, Para ello, sostenía, China debía transformarse también en la primera potencia militar del mundo. En los últimos años el gobierno chino puso en marcha un amplísimo plan de modernización de sus fuerzas armadas del que poco se conoce y que ha dado lugar a especulaciones de todo tipo.
El coloso chino no se conforma con convertirse en la primera potencia económica mundial, quiere hablar de igual a igual a EE.UU. en todos los terrenos, siente que ha llegado su hora.
Datos
2500 empresas propias en áfrica, y en América latina y el Caribe se ha convertido en el principal competidor de EE.UU. y España.
250.000 millones de dólares se prevee que llegue el monto de inversiones de empresas chinas en europa en el año 2020.
Miradas al Sur - 8 de febrero de 2015