Del G7 a los BRICS: sobre el cambio estructural en el mapa del poder mundial

Gabriel Merino


Casi como un detalle de mal gusto o una amenaza velada en plena escalada contra China en el Pacífico, se llevó adelante en la ciudad japonesa de Hiroshima la cumbre del Grupo de los 7 (G7) que reúne a los principales Estados del Norte Global —el viejo centro o núcleo orgánico del capitalismo mundial. Este selecto club está conformado por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Japón.

En el lugar que fuera devastado por un ataque nuclear lanzado por Estados Unidos hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial —el único que ha presenciado la humanidad hasta entonces— se reunió el G7 para definir la agenda y la estrategia a seguir con el fin de definir los destinos del mundo. Pero el problema es que el mundo unipolar ya no existe y los destinos no lo escribe solamente el Norte Global bajo la conducción estadounidense, aunque todavía no ha habido un ajuste en este sentido.

El importante periódico chino publicado en inglés, Global Times, tituló su editorial sobre la reunión del G7 como un espacio que se ha convertido en un taller o conversatorio anti-china (G7 has descended into an anti-China workshop) y no le falta razón a dicha opinión si se lee el documento, que con la impunidad habitual de Occidente interfiere sistemáticamente en los asuntos internos de los demás países. El problema es el desacople entra la nueva realidad del poder mundial y la autopercepción de los integrantes del grupo. La editorial concluye de forma lapidaria y propia de estos cambiantes tiempos: “Aconsejamos a los líderes del G7 que dediquen más tiempo a sus asuntos internos y menos tiempo señalando con el dedo a los demás, lo que puede salvar la reputación en grave deterioro del G7.”

Los puntos salientes de la cumbre están en estrecha relación con la disputa geopolítica y la guerra:

1- A partir de 2024 la OTAN abrirá una oficina en Tokio, Japón, alejado de las aguas del Atlántico Norte, pero en el centro de la región central del siglo XXI, Asia Pacífico, en donde EE.UU. busca desde hace dos décadas construir y conducir una alianza similar a la OTAN contra China.

2- El anuncio conjunto de más ayuda militar y apoyo en general a las fuerzas ucranianas pro-occidentales (que la OTAN ya financió con 100.000 millones de dólares desde el año pasado), incluyendo la posibilidad de abastecer con aviones F16 a Ucrania y entrenar pilotos ucranianos. Ello se decide en el marco de la victoria de las fuerzas pro-rusas en la ciudad de Bajmut —parte de una línea defensiva importante para Kiev en Donetsk y centro logístico con valor operacional—, luego de una carnicería de 10 meses, la batalla más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

3- Más sanciones económicas a Rusia.

4- Buscar disminuir la “dependencia excesiva” de China. En este punto hay un debate importante entre los aliados del G7, que expresa contradicciones estructurales. Por un lado, el polo angloestadounidense (representado allí por Estados Unidos, Reino Unido y Canadá) promueven un desacople estratégico con China (decoupling) bajo la mentalidad de nueva Guerra Fría. Por otro lado, el eje europeo continental (Francia, Alemania e Italia) a pesar de su debilidad y subordinación estratégica, resiste avanzar en el enfrentamiento con China y promueven una disminución de lo que denominan dependencia excesiva  y  estratégica, lo cual también se presenta como una estrategia centrada en la disminución de riesgos (derisking). Japón, cuya economía está profundamente entrelazada con la de China, también se acerca a esta última posición. Tanto para Europa continental como para Tokio el decoupling sería desastroso para sus economías, profundizando el declive. Washington y Londres no están pudiendo imponer completamente a los aliados su estrategia contra China. Sobre estas contradicciones opera Beijing, procurando seducir a estos países y mantener dividido al Norte Global.

(Nota de color, resulta bastante irónico ver como desde el Norte Global, a medida que se produce un declive relativo de su poder y especialmente a partir del disruptivo ascenso de China, toman prestado o redescubren categorías propias del pensamiento del Sur Global como dependenciaautonomíatrampa de la deuda, etc., que años atrás rechazaban rotundamente tanto a nivel político como en el debate académico. También están redescubriendo el Estado “empresario” o “emprendedor” a medida que el capitalismo financiero neoliberal muestra profundas debilidades).

EL G7 y la pérdida de poder relativo

El ‘Grupo de las Siete Potencias Industriales’ o G7 se creó en 1975 como parte de un reordenamiento de la hegemonía estadounidense o anglo-estadounidense luego de la crisis de 1967-1973. Expresó una nueva correlación de fuerzas económicas dentro del centro capitalista a partir del fortalecimiento de Europa occidental (particularmente del núcleo Alemania-Francia-Italia) y de Japón en Asia Pacífico —los dos ‘protectorados’ militares de Estados Unidos pero a la vez centros económicos. El G7 como nuevo espacio de gobernabilidad del capitalismo mundial es un producto del desarrollo de la Comisión Trilateral, que fue fundada por David Rockefeller en 1973, acompañado por su asesor estrella Zbigniew Brzezinski (más tarde Asesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter 1977-1981), reuniendo a los representantes de las principales corporaciones de Japón, América del Norte (Estados Unidos y Canadá) y Europa Occidental. Como en la Santísima Trinidad, Dios es único (en este caso el gran Capital Financiero) pero existe bajo tres personificaciones.

En otras palabras, la Comisión Trilateral y el G7 son parte de un mismo proceso que consiste en que los Estados Unidos y sus grupos de poder dominantes con Rockefeller al mando, amplían la mesa de conducción del capitalismo mundial, desde la cual se impulsó y comandó la globalización neoliberal a partir de 1980, y el orden unipolar luego de la caída de la URSS —que en un principio es uno y tres en su núcleo geopolítico y geoeconómico.

En 1982 los países del G7 representaban el 50% de la economía mundial medida a paridad de poder adquisitivo (PPA) o el 70% en términos nominales. En contraste, los países que hoy conforman los BRICS —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfica— en 1982 representaban en conjunto sólo el 10% de la economía mundial a PPA o poder de compra real, y mucho menos del 10% si la medición es en términos nominales. Es decir, la diferencia de magnitud era notoria, porque además sus empresas transnacionales controlaban el resto de los mercados.

Sin embargo, como se observa en el gráfico esos números que expresan poder económico se han modificado notoriamente: el G-7 ha disminuido su tamaño relativo y ha sido superado por los BRICS desde el año 2020 en el porcentaje del PIB en la economía mundial a paridad de poder adquisitivo, 31% a 32% respectivamente en 2021. Y si bien la brecha todavía es importante en términos de PBI nominal a favor del G7 —44% a 27% respectivamente— esta se va achicando de forma acelerada, a la vez que muestra una pérdida de más de una cuarta parte del PBI mundial por parte del viejo núcleo de la economía mundial. Además, ya no son las mayores potencias industriales: el producto bruto industrial de China, el gran taller manufacturero del mundo, es igual a la suma del productor bruto industrial de EE.UU., Alemania y Japón; a lo que se puede agregar que más de la mitad del producto industrial está en Asia.

Pero lo que es clave, es la pérdida de poder relativo en las actividades de comando por parte del viejo núcleo. El capitalismo transnacional funcionaba a partir del monopolio del Norte Global de las finanzas globales, el comercio mundial, la tecnología de punta y el conocimiento para el comando estratégico-organizacional. A su vez, como resalta el egipcio Samir Amin, resulta clave el control global de los recursos naturales, el poder militar y las armas de destrucción masiva (probablemente por estas dos razones intentaron incluir a Rusia a través del G8, aunque a cambio debía debilitarse estructuralmente y abandonar su lugar de jugador geoestratégico autónomo), y los medios masivos de comunicación y las plataformas de información. Ello se vuelve operativo a través de las redes financieras globales y sus trasnacionales, los Estados de los países centrales (especialmente Estados Unidos) y los organismos multilaterales construidos por estos poderes para la gobernanza global como el FMI, el Banco Mundial o la OMC.

En este sentido, no había problema mientras China producía los teléfonos y las computadoras diseñados y comercializados a nivel global por Apple —empresa apalancada por fondos financieros de inversión global de Wall Street y Londres, y que traslada al uso civil los avances del Complejo Militar-Industrial del Pentágono. O si Rusia se convertía en un gran exportador mundial de gas, petróleo y otras materias primas bajo el comando de las transnacionales occidentales asociadas a los oligarcas locales. El conjunto de los BRICS y otros países, se ubicaban como ‘mercados emergentes’, territorios en donde avanzaba hacia fines de los años noventa el capitalismo financiero transnacionalizado comandado por el Norte Global —quien se apropiaba de los beneficios, bajo una nueva dinámica del desarrollo desigual y combinado. Pero el problema es que los mercados emergentes, se volvieron poderes emergentes.

Los BRICS y el nuevo mapa del poder mundial

En 2006 fueron creados los BRIC pero su lanzamiento a la escena mundial fue en 2009, justamente un año después del estallido de la crisis financiera y económica de 2008 con epicentro en el Norte Global, que constituyó un parteaguashistórico-espacial. Este espacio, al que en 2011 se sumó Sudáfrica, articuló en un bloque a las potencias industriales y regionales de la semiperiferia con la búsqueda de democratizar la riqueza y el poder mundial, es decir, poner en crisis las jerarquías del sistema interestatal reflejadas en el orden mundial unipolar y las asimetrías propias de la división internacional del trabajo. Lo que desde allí comienza a ponerse en discusión son las actividades de comando de la política y la economía mundial. No es casualidad que desde 2008 el PIB de China se haya cuadruplicado nominalmente, ya que la acumulación económica y la fuerza política van de la mano, manifestándose ambas en la capacidad de romper los mecanismos de dependencia y subordinación geopolítica.

A partir de allí se pone de manifiesto una contradicción estructural del sistema mundial entre el polo de poder dominante y sus aliados, y los polos de poder emergentes, con lo cual comienza a abrirse una dinámica geopolítica relativamente multipolar que subyace y se articula con un conjunto de fenómenos, aunque no de forma lineal:

– La dualidad de la economía mundial entre el estancamiento del Norte Global frente al extraordinario crecimiento de China y gran parte de la región Indo-Pacífica.

– La contradicción entre un capitalismo neoliberal en crisis y que profundiza su proceso de financiarización, frente a la dinámica de desarrollo productivo del modelo denominado “socialismo de mercado” en China y otros proyectos  nacionales-continentales “desarrollistas” de los poderes emergentes.

Entre el monopolio del Norte global y especialmente el polo angloestadounidense sobre la tecnología avanzada, el comercio mundial y las finanzas globales, el conocimiento estratégico, el poderío militar, los medios masivos de comunicación, las plataformas de información y el control global de los recursos naturales y, por otro lado, la ruptura de estos monopolios por parte de China y, en menor medida, de otros polos emergentes de la semiperiferia. A ello se le agrega las posibles tensiones en tal sentido del propio Norte Global. No por casualidad el presidente francés, Emmanuel Macrón, resaltó en su visita a China que “La autonomía estratégica es el combate de Europa y sin ella el Continente arriesga salir de la Historia”.

A partir de la Pandemia el proceso se ha acelerado y la escalada en la guerra en Ucrania un nuevo catalizador. En 2022 el BRICS tomó un nuevo impulso y ya hay 19 países en la lista de los que quieren la membresía del club —entre ellos Argentina, Argelia, Arabia Saudita, Irán e Indonesia— bajo la mirada atónita del Occidente geopolítico conducido por las fuerzas globalistas que creyó que la guerra en Ucrania, el conflicto en Taiwán y la escalada en la Guerra Mundial Híbrida iban a debilitar el desafío de los emergentes. Todo lo contrario. Incluso en la próxima cumbre de Sudáfrica a principios de junio se prevé tratar algunas incorporaciones y también avanzar en una moneda de los BRICS, que junto con el Nuevo Banco de Desarrollo (ahora presidido por la brasileña Dilma Rousseff) y otras instituciones financieras multilaterales emergentes, están construyendo una nueva arquitectura financiera mundial.

Ello no quiere decir que los BRICS ya hayan superado en poder político y económico al G7, como algunos se apresuran en afirmar. Pero si muestra una tendencia estructural de la actual transición histórico-espacial del sistema mundial y una crisis total del viejo orden conducido por el Norte Global. Tampoco quiere decir que la contradicción G7-BRICS deba ser abordada desde una visión de antagonismo maniqueo o como parte lineal de una nueva bipolaridad. La presencia de Brasil e India en Hiroshima o las fracturas del propio G7 así lo demuestran. Es lo propio de la nueva dinámica multipolar. Pero sin dudas no fue en Japón y será en Ciudad del Cabo donde se exprese lo nuevo en el sistema mundial.

- Gabriel Merino, Sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Investigador Adjunto CONICET - Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales, UNLP. Profesor en UNLP y Universidad Nacional de Mar del Plata. Miembro del Instituto de Relaciones Internacionales y Co-coordinador de "China y el mapa del poder mundial", CLACSO.

 

Avión Negro - 1 de junio de 2023

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