A desenganchar
Resulta evidente que el rubro que genera nuestras mayores ventas al exterior tiene que ver con la disponibilidad de divisas en un país con un frente externo frágil. Sin embargo, también resulta claro, por el tenor de las discusiones, que hay un generalizado desconocimiento de las relaciones causa efecto, o de los principales actores del sector, tal vez como producto de una cultura ciudadana que se aleja cada segundo un poco más del contacto con el hábitat rural.
1. La liquidación de divisas
Se habla del grano de productores retenido en silo bolsas. Toda cosecha es estacional. Se extrae del suelo de una vez y su producido debe alcanzar para atender gastos y consumos durante el mayor tiempo posible. El silo bolsa es un invento del INTA que tuvo justamente ese objeto: ayudar al productor a dosificar la entrega de su cosecha, apelando a un instrumento mucho más barato que un silo metálico, con el cual muchos chacareros no contaban.
Además de esa conducta legítima, válida desde el ingenio azucarero a la estancia que esquila muchas ovejas, pasando por numerosas actividades primarias, el productor no manipula dólares. Vende en pesos al exportador. Éste es quien tiene el contacto con el mundo; quien puede comprar al contado o con la modalidad de precio a fijar; puede exportar sin procesar o procesado; puede triangular sus ventas por terceros países; puede subfacturar según le convenga; puede realizar todo tipo de maniobras, especialmente cuando está vigente un sistema de retenciones, donde compra su materia prima a un precio afectado por el sistema, pero cada tonelada que venda de manera irregular le genera beneficios extraordinarios.
Sin embargo, lo habitual es señalar la supuesta inconducta de los productores, sin que siquiera aparezcan los exportadores en la discusión. Los principales 10 vendedores al exterior acumulan más del 90% del valor total. Son un puñado. ¿Alguien recuerda una entrevista radial o televisiva a directivos de Cargill, Bunge, Nidera (hoy Cofco china) o alguna otra similar?
Fijemos la idea: el productor no solo no maneja divisas sino que es tomador de precios, no formador de ellos. La llave la tienen los exportadores, no más de 15 en total.
2. Las retenciones
El sistema de retenciones a la exportación es en la práctica establecer cambios múltiples, sea por producto o por actividad.
La primera experiencia en productos primarios la definió Adalbert Krieger Vassena, como Ministro de Economía, en 1967. En aquella oportunidad, se devaluó por una crisis financiera y para evitar un rebote inflacionario, se aplicaron retenciones al trigo, maíz, sorgo, girasol, carne vacuna, que eran las ventas agrarias dominantes, en un país que aún no producía soja, casi no exportaba harina o aceite, ni tampoco carnes blancas o de cerdo.
Desde entonces las retenciones pasaron por varias etapas de gobiernos, donde fueron recurso presupuestario; intento de evitar que los precios internacionales comandaran los locales; cuando apareció la soja y se extendió de Salta y Tucumán hasta La Pampa, también fueron una manera de equiparar la rentabilidad de este cultivo mágico con el maíz, siembra alternativa que era tradicional y corrió el riesgo de desaparecer en algunas zonas del país.
Cuando el precio de la leguminosa se disparó, de 2007 al 2010, también fue una forma de apropiarse para beneficio público de parte de la altísima rentabilidad que el cultivo otorgaba, al punto que florecieron los inversores financieros, que pagaban arrendamientos de hasta el 40/45% del valor de lo cosechado.
Como todo sistema de cambios múltiples, sin embargo, especialmente cuando su aplicación se extiende tanto tiempo, genera prácticas de evasión y de elusión ya mencionadas, por triangulación de ventas, por subfacturación, por venta en negro, por maniobras con los países vecinos, convertidos en puentes ficticios de salida. Esas maniobras se transforman en rutina, que seguramente produce más daño que el hipotético beneficio de la medida, sobre todo al estar tan concentrado el comercio en un grupo de corporaciones en que la mayoría puede asumir el papel de vendedor aquí y comprador en destino, con toda facilidad.
Un nuevo camino
Parece imprescindible barajar y dar de nuevo.
No es simple ni lineal, pero para garantizar principios de equidad distributiva y de verdadera integración al cuerpo social, deberíamos pensar en implementar ciertos pasos básicos:
Asegurar al productor y a quien da tierra en arriendo, que la cosecha no pierde valor, aunque haga líquido el producto.
Este objetivo es alcanzable si el productor puede recibir el pago de su grano con un instrumento financiero que a su vez pueda vender en pesos actualizados a la paridad del dólar, hasta la próxima siembra.
Eliminar todas las retenciones, estableciendo previamente un sistema de control muy riguroso del impuesto a las ganancias, además de un régimen de rotación de uso del suelo que evite el mono cultivo y busque mantener la fertilidad natural.
Hay suficientes datos históricos, a lo largo de más de tres décadas, sobre los daños del mono cultivo, con pérdida de tenor de materia orgánica y deterioro de la estructura del suelo, como para poder definir una ley de uso racional del suelo, que haga innecesario usar el diferencial de retenciones para incentivar esas prácticas.
Definir e implementar un sistema de producción e industrialización de granos para el mercado interno, que sea paralelo del sistema exportador y no se subordine a él.
Este es el aspecto más complejo de un programa que busque eliminar las retenciones, evitando que esa decisión deje a nuestros habitantes dependientes de la especulación internacional en commodities o de los excesos o faltantes de grandes compradores mundiales.
Necesita una explicación detallada.
Supongamos que hay un productor de trigo, de maíz, de girasol o de soja que está dispuesto a producir con la técnica más eficiente disponible y que calcula sus costos y agrega una renta que le asegure un beneficio en términos reales, o sea por encima de la inflación. Vende luego ese producto a un molino harinero, o aceitero, o a un tambo o un productor de pollos, en un valor que es altamente probable se ubicaría por debajo del precio internacional.
Si quien recibe esos insumos se compromete a trabajar con la misma productividad y rentabilidad que hoy, puede vender su harina o lo que sea que genere, a valores menores que los actuales y sin influencia alguna del precio internacional.
¿Quién estaría dispuesto a recorrer este camino, si es que existe la alternativa de producir para exportar, casi seguro con mayor beneficio?
Primero: el Estado en toda la tierra que hoy administran diversos ámbitos del país, porque es responsabilidad del sector público buscar el mayor beneficio colectivo y no una renta máxima.
Segundo: Las diversas Iglesias, como una obligación de su misión pastoral, en un país con los problemas sociales del nuestro.
Tercero: Las industrias que han de usar esos insumos, porque se les puede garantizar la rentabilidad actual y se les puede habilitar líneas de crédito especiales para que se integren verticalmente arrendando tierras.
Cuarto: Corporaciones locales de producción, que arrienden tierra en competencia con los que produzcan para exportar, financiadas con instrumentos de ahorro popular.
Quinto: Establecimientos mayores de un cierto número de hectáreas, que deban ceder en arriendo un porcentaje definido de la tierra o se sumen a la producción para mercado interno, con un porcentaje de su explotación. Un 20% de máximo sería una proporción razonable en este plan de “desenganche”.
¿Quién perdería en estos nuevos escenarios?
Se nos hace imposible caracterizar sector social o productivo alguno que se perjudicaría con la eliminación de las retenciones a cambio de sumarse a esta nueva modalidad.
Se instalaría progresivamente una nueva cultura, que vincule mejor la producción agropecuaria al resto de la actividad nacional; que eliminaría los atajos y la seducción de fugar hacia la ilegalidad; que tal vez podría marcar el umbral de un encuentro con la equidad social.
Para alcanzar un panorama agropecuario sereno, faltaría sumar la titularidad de más de 2 Millones de hectáreas cuyos ocupantes ancestrales no son respetados por el poder político argentino; ordenar la producción minifundista y hortícola pequeñas, dando derechos e instrumentos a los campesinos; dar jerarquía al manejo agroecológico del ambiente en todo el país. Temas gruesos que la descripción anterior no contempla.
Pero sería un comienzo válido para percibir que nos hemos bajado de la calesita del conflicto eterno.
Producción Popular - 7 de octubre de 2020