¿Qué está mal en la economía contemporánea?
En la educación de los economistas deberíamos sacrificar algunos de los aspectos más técnicos (que se pueden aprender más tarde) para incluir, de manera obligatoria, la filosofía, la ciencia política y la historia económica. Este escrito expone tres razones para esos estudios interdisciplinarios. En la discusión del lugar de las matemáticas en la economía, la borrosidad entra cuando los símbolos a, b, c se identifican con personas, firmas o fincas individuales. La identificación de un símbolo bien definido con la realidad a menudo ambigua y borrosa invita a una falta de precisión y oscurece los conceptos. Si las ciencias sociales, incluida la economía, se consideran como tecnología ¿blanda? en comparación con la tecnología ¿dura? de las ciencias naturales, los estudios del desarrollo se han llegado a considerar como la parte más vulnerable de la ¿ciencia económica?. En economía del desarrollo, la pregunta importante es: ¿cuáles son las fuentes del desarrollo? Debemos confesar que no podemos responder esta pregunta, que no sabemos qué ocasiona el desarrollo exitoso.
Contradicción
Desde hace varios años se ha instalado la idea de que existe una deliberada política oficial para perjudicar el desarrollo de las empresas privadas. Análisis sobre la intervención nociva de ministros y secretarios en el funcionamiento de la economía se reiteran con fervor militante. Economistas del establishment insisten con apelaciones a la ausencia de un amigable clima de negocio. Dirigentes de cámaras empresarias advierten sobre lo que consideran inseguridad jurídica que aleja inversiones. Todas esas observaciones críticas describen un escenario negativo para el mundo empresario, que derivan en lamentos sobre la dificultad que enfrenta el sector privado para expandir sus potencialidades de crecimiento. En un momento se llegó a especular que esa reacción estaba motivada en resistencias políticas o prejuicios ideológicos. En otra instancia, en presiones sectoriales para obtener algún tipo de beneficio impositivo o facilidades de financiamiento.
La tierra agrícola ya vale casi la mitad del PBI en la Argentina
La soja lo hizo. El potente negocio que gira alrededor de ese cultivo provocó una fuerte revalorización del principal activo con que cuenta la Argentina: sus tierras agrícolas. Desde 2001, según un estudio de la Bolsa de Comercio de Rosario, el valor de los campos registró un aumento en dólares superior al 120% . Así, las más de 31 millones de hectáreas que hay en producción pasaron a valer la friolera de 155.000 millones de dólares, el equivalente a 42% del PBI . O más del dinero que se necesitaría para cancelar la deuda externa, ubicada hoy en US$ 127.000 millones.
Los datos sobre cuánto cuesta la superficie que este año aportará una cosecha de casi 100 millones de toneladas y 30.000 millones de dólares en exportaciones fueron calculados por los economistas rosarinos multiplicando la superficie sembrada en la campaña 2009/10 (algo más de 31 millones de hectáreas) por unos 5.000 dólares, el precio promedio por hectárea. Es que, según su ubicación y aptitudes productivas, el valor de un campo puede variar significativamente, desde menos de 1.000 dólares a picos de 16.000 dólares en las mejores zonas agrícolas.
Es el caso de la llamada zona maicera (donde, en realidad, hoy abunda la soja), ubicada entre el sur de Santa Fe y el norte de Buenos Aires. Allí, la cotización de la hectárea agrícola pasó de unos 4.000 dólares en 2000 a unos 15.000 dólares en la actualidad.
Pero como la divisa se depreció cerca del 70% desde entonces, el análisis partió de un valor base para principios del milenio de 6.800 dólares por hectárea. “El incremento real habría sido de 121%”, determinaron los expertos.
Las cifras coinciden con las que publica la inmobiliaria especializada Compañía Argentina de Tierras. Para 2010, la firma calculó que en los partidos de Salto, Pergamino o Rojas los precios de los campos promediaban los 15.500 dólares en marzo pasado. Solamente en un año, habían aumentado más de 20% en dólares.
El fuerte crecimiento de la soja en el esquema agrícola argentino tuvo que ver mucho con esta revalorización. En 2000/01, el poroto ocupaba menos del 40% del área sembrada, mientras que ahora su participación trepa a más del 58%.
Pero el informe de la Bolsa aclara que “el valor de la tierra aplicada a otros cultivos no se ha incrementado tanto”. Esto explica por qué el promedio nacional es apenas una tercera parte del costo de la mejor tierra agrícola.
“El precio de la tierra depende, fundamentalmente, del precio del bien que produce esa tierra. Y esto se puede ver claramente teniendo en cuenta el precio que tenía la soja en 2000/01, cuando su valor FOB llegaba a 160 dólares, contra alrededor de los 500 dólares o más a que cotiza en los últimos tiempos”, razonó el trabajo.
El alto valor de la tierra agrícola ha sido un argumento muchas veces utilizado por el Gobierno para desacreditar los reclamos del agro. Según el razonamiento, no tienen razones las quejas de un chacarero de 100 hectáreas del sur santafesino por el hecho sencillo de que dispone de un capital cercano al millón y medio de dólares, lo que a los ojos de cualquier mortal lo convierte en un millonario.
Sin embargo, según diferentes estudios, en un año de excelentes precios como el actual, la rentabilidad del sector productor (antes de impuestos) se podría ubicar entre 3.000 y 4.000 millones de dólares. Es decir, el retorno que recibe el sector equivale a 2 a 2,5% del valor de la tierra que cultiva.