El día que cambió el mundo

Ignacio Ramonet
El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. Con aquel Muro, se derrumbaba la aspiración de millones de personas a vivir dignamente. Y, si bien no se trató de una victoria del capitalismo por sobre el comunismo –que cayó por su descomposición interna–, ello le dio nuevas fuerzas a Estados Unidos, quien ya no encontró frenos para imponer la globalización económica.

Ya han transcurrido más de dos décadas desde que el Muro de Berlín fuera derribado pero, en ese lapso, se han construido otros no menos infamantes, y no ha hecho más que fortalecerse la muralla que separa a ricos y pobres, al Norte y al Sur.

El 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín. Veinticinco años después, mientras el capitalismo, a su vez, vacila bajo los golpes de una crisis sistémica, ¿qué balance se puede establecer de las dos décadas que acaban de transcurrir? ¿Por qué otros muros, igual de indignantes, no se han derribado?

Simbólicamente, el hundimiento del Muro de Berlín marca la conclusión de la Guerra Fría así como el fin –aunque la Unión Soviética no se disolvería hasta diciembre de 1991– del comunismo autoritario de Estado en Europa. Pero no el fin de la aspiración de millones de pobres a vivir dignamente en un mundo más justo e igualitario.

Las causas

El Muro de Berlín se hunde debido, por lo menos, a tres hechos capitales ocurridos durante la década de 1980:

1. Las huelgas de agosto de 1980 en Polonia, que ponen en evidencia una contradicción fundamental: la clase trabajadora se opone a un presunto “Estado obrero” y al supuesto “Partido de la clase obrera”. La teoría oficial sobre la que se basaba el comunismo de Estado se viene abajo.

2. En Moscú, en marzo de 1985, Mijail Gorbachov es elegido secretario general del Partido Comunista de la URSS. Lanza la “perestroika” y la “glasnost”, y activa, con las precauciones de un artificiero, la reforma del comunismo soviético.

3. Durante la primavera boreal de 1989, en Pekín, en vísperas de una visita de Mijail Gorbachov, miles de manifestantes reclaman reformas similares a las que se llevan a cabo en la URSS. El Gobierno chino hace intervenir al Ejército. Resultado: cientos de muertos en la Plaza de Tiananmen y condena internacional del régimen de Pekín.

Cuando, en el otoño boreal de 1989, ciudadanos de Alemania del Este salen a la calle para exigir reformas democráticas, las autoridades dudan en disparar o no sobre las multitudes. Moscú anuncia que sus tropas estacionadas en Europa del Este no participarán en ninguna represión. La intensidad de las manifestaciones se multiplica. La suerte está echada. El Muro de Berlín cae. En unos meses, uno tras otro, los regímenes comunistas de Europa son barridos. Incluidos los de Yugoslavia y Albania.

Constatación importante: el sistema se desploma por descomposición interna, y no a causa de una ofensiva del capitalismo que lo habría derrotado. En esos años, Estados Unidos se halla en grave recesión tras el “Lunes negro” de Wall Street acaecido dos años antes (el Dow Jones había caído, el 19 de octubre de 1987, un 23%). Pero la interpretación que se dará es que, en el enfrentamiento que opone, desde el siglo XIX, el comunismo al capitalismo, éste se ha impuesto. Por nocaut. De ahí una suerte de ebriedad intelectual que hará creer a algunos en el “fin de la historia”.

Error fatal. Al perder a su “mejor enemigo” –el que, mediante una relación de fuerzas constante, le obligaba a autorregularse y a moderar sus pulsiones– el capitalismo se dejaría arrastrar por sus peores instintos. Olvidando la promesa de hacer que el mundo se beneficie de los “dividendos de la paz”, Washington impone en todas partes, a marchas forzadas, lo que cree ser la idea triunfal: la globalización económica. Es decir, la extensión al conjunto del planeta de los principios ultraliberales: financiarización de la economía, desprecio por el medio ambiente, privatizaciones, liquidación de los servicios públicos, precarización del trabajo, marginación de los sindicatos, brutal competencia entre los asalariados del mundo, deslocalizaciones, etc. En resumen, una vuelta al capitalismo salvaje. El multimillonario estadounidense Warren Buffet proclama: “Hay una lucha de clases, por supuesto, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que dirige la lucha. Y nosotros ganamos” (1).

Inmensa derrota moral

En el plano militar, Washington despliega su hiperpotencia: invasión de Panamá, guerra del Golfo, ampliación de la OTAN, guerra de Kosovo, marginación de la ONU... Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush y sus “halcones” deciden castigar y conquistar Afganistán e Irak. Reducen la ayuda a los países pobres del Sur y lanzan una cruzada contra el “terrorismo internacional” utilizando todos los medios, incluidos los menos nobles: vigilancia generalizada, tortura, “desapariciones”, prisiones secretas, cárceles ilegales como la de Guantánamo... Creen en un mundo unipolar, dirigido por un Estados Unidos hegemónico, seguro de sí mismo, arrogante.

El balance será desastroso: ninguna victoria militar real, una inmensa derrota moral y una gran destrucción ecológica. Sin que los principales peligros hayan sido eliminados. La amenaza terrorista no ha desaparecido, la piratería marítima se agrava, Corea del Norte se ha dotado de armas nucleares, Irán podría hacerlo... Medio Oriente sigue siendo un polvorín...

El mundo ha pasado a ser multipolar. Varios grandes países –Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica– forjan alianzas al margen de las potencias tradicionales. En Suramérica, Bolivia, Ecuador y Venezuela exploran nuevas vías del socialismo. Hasta el recurso al G-20 con motivo de la crisis económica global confirma que los países ricos del Norte no pueden solventar en solitario los principales problemas mundiales.

La oportunidad histórica que constituía la caída del Muro de Berlín se ha desperdiciado. El mundo de hoy no es mejor. La crisis climática hace pender sobre la humanidad un peligro mortal. Y la suma de las cuatro crisis actuales –alimentaria, energética, ecológica y económica– da miedo. Las desigualdades han aumentado. La muralla del dinero es más imponente que nunca: la fortuna de las quinientas personas más ricas es superior a la de los quinientos millones más pobres... El muro que separa el Norte y el Sur permanece intacto: la malnutrición, la pobreza, el analfabetismo y la situación sanitaria incluso se han deteriorado, particularmente en África. Por no hablar del muro tecnológico.

Además, se han levantado nuevos muros: como el edificado por Israel contra los palestinos; o el de Estados Unidos contra los migrantes latinoamericanos; o los de Europa contra los africanos... ¿Cuándo decidiremos destruir de una vez para siempre todos esos muros de la vergüenza?

Le Monde Diplomatique Nº 185 - noviembre de 2014

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