El futuro inmediato

Horacio Rovelli
Argentina actual es un país que cuenta con 9.300.000 de trabajadores registrados que realizan mes a mes sus aportes previsionales y sociales, y según el Ministerio de Trabajo de la Nación infiere que existe un 34,5% más de trabajadores no registrados, que en conjunto conforman un significativo número que a su vez poseen cierta disciplina laboral y determinado nivel de capacitación, y lo más importante, con facultades de asimilar mayor conocimiento, que implica un potencial productivo mayor todavía. Si a ello le sumamos la potestad de la tierra más fértil del mundo, con reservas ciertas de petróleo y gas en las piedras, con dotación significativa de agua potable, sin considerables conflictos internos ni externos, con cierta armonía y paz social, podemos considerar que, como diría un famoso jugador y técnico de futbol, “la base está”.

El problema reside en que la inversión, y sobre todo en la industria, no es suficiente para permitir economía de escala mediante, generar puestos de trabajo, incrementar la productividad, y con ello, la producción final. Y no es que la falta de inversión se genere por rendimientos escasos, muy por el contrario, la economía Argentina funciona en promedio, con sus más y sus menos, con alta tasa de ganancia y precios que son convalidados por una generosa demanda. El problema es que el excedente en su mayor parte se fuga; según estimaciones oficiales durante el gobierno de los Kirchner se fueron del país no menos de U$S 70.000 millones y la mayor parte en los últimos tres años (cifra que es un poco menor al monto de inversión total anual de nuestro país).

La primera respuesta que se dio ante la fuga de capitales fue el mal llamado “cepo” cambiario, que fueron medidas de fuerte restricción para la compra de divisas y de obligar a liquidar todas las exportaciones en el país (y al tipo de cambio oficial), por ejemplo las ventas de las mineras y petroleras que por una disposición del gobierno de Frondizi podían liquidar hasta el 70% de las mismas en el exterior.

La segunda respuesta fue la del corriente año 2014 que consistió en ajustar el mercado interno para que cayera la demanda de importaciones (menos demanda de energía, de insumos, de bienes y servicios del exterior), priorizando el sector externo, máxime que se esperaba (y se espera) un menor ingreso por exportaciones ante la disminución de la demanda de Brasil (verbigracia, la fabricación, importación y exportación de vehículos), y la disminución del precio de la soja (que bajó de U$s 450 la tonelada a menos de U$s 370 en un año). El camino elegido fue devaluar el tipo de cambio con el claro objetivo de encarecer las compras externas y “abaratar” en moneda dura el precio de nuestras ventas.

Obviamente el resultado no fue el esperado, se adelantaron importaciones y se atrasaron exportaciones porque los que poseen divisas y los que las generan, tienen la expectativa de una mayor devaluación de nuestra moneda. Pero sí logró acrecentar fuertemente los precios internos que superan al incremento de los salarios, con lo que se obtuvo como resultado una merma en la demanda agregada (además de la caída del poder adquisitivo de las remuneraciones al trabajo).

En ese marco depresivo (el PIB va a ser menor este año que en el 2013) con reducción del Consumo, de las Exportaciones y de la Inversión, el único componente de la Demanda Agregada que podía compensar (y en cierta forma lo hace) el derrape es el Gasto Público. Según la ejecución (base caja) del presupuesto nacional al 30 de septiembre de 2014, el déficit fiscal acumulado es de $ 88.048,6 millones de pesos , que es el 11,18% del gasto total a esa fecha, déficit que se justifica en el aumento de los gastos por subsidios (energéticos, transporte, AUH, planes sociales, etc.), previsionales (ANSeS) y obra pública, confiriéndole un sentido “keynesiano” al gasto, pero no así en cómo se financia, dado que el Gobierno entró a colocar títulos de deuda ajustado por dólar oficial, lo que si bien es cierto por un lado está planteando que el Gobierno va a ser cuidadoso y tratar de asegurar el valor del dólar, también no es menos cierto que implica un riesgo sistémico en el sentido que los títulos vencen después de que cesen las actuales autoridades, abriendo la posibilidad de ser un negocio muy rentable para sus adquirentes.

En efecto, tanto el Bonad 2016 como el Bonad 2018 se ajustan por el dollar-linked, y son títulos emitidos en dólares pero para suscribir y pagar en pesos a tipo de cambio oficial del Banco Central, con lo que llevan el riesgo que asuma otro gobierno y quiera complacer a los “devaluacionistas”, con lo que no sólo se perjudica a los trabajadores, sino que además es un pingue negocio para sus tenedores. La otra forma de financiar el gasto público ha sido mediante la emisión monetaria pero con la contrapartida de absorción por colocación de letras del BCRA (Lebac, Nobac, Pases Pasivos) con tasas de interés mayor que las tasas pasivas (que son las que pagan los bancos), por ende en ambos casos de obtención de recursos para el Estado implica mayores ingresos al sector financiero y a los especuladores cambiarios.

Si hacemos un somero análisis de cómo debe financiarse el déficit, recordemos que John Maynard Keynes le recomendó a Franklin D. Roosevelt en plena crisis del 30 que colocara entre sus amigos (que eran los más ricos de los Estados Unidos) un bono de ahorro forzoso, bien se podría seguir el ejemplo y colocar un “bono de ahorro forzoso en pesos” a los sectores más ricos de nuestro país, máxime cuando varios de ellos aparecen entre las 500 familias más ricas del mundo de la revista Forbes.

Entonces se reproduce el peor de los mundos, la Argentina de la “bicicleta” financiera de los VANA (Valores Nacionales Ajustables) de Isabel Martínez de Perón, de la “tablita” Martínez de Hoz, del “festival de bonos” de Sourouille, del dólar fijo y convertible de Cavallo, revirtiendo lo mucho que se había avanzado en una economía productiva (que lo que de ganancia sea producir) y en el financiamiento genuino del Estado vía tributaria (por ejemplo, las retenciones o derechos de exportación y la creciente recaudación del impuesto a las ganancias).

El tercer camino elegido es el de hacer trabajar en forma conjunta a los organismos de control: la Superintendencia de Entidades Financieras y Cambiarias del BCRA; la Comisión Nacional de Valores, la Procelac, la Unidad de Información Financiera y la AFIP, lo que ha dado importantes resultados multando a entidades y a sus directivos, suspendiendo funciones, etc. etc. y frenando de esa manera las operaciones de contado contra “liqui” cuando aparecen personas comprando en magnitudes que no se justifican por el nivel de ingresos declarados.

El cuarto camino ha sido el acuerdo de los swaps con la República Popular China y los convenios de inversión con dicho país y con Rusia, demostrando que se tiene acceso al mercado de capital internacional vía los países del BRIC que representan el 42% de la población y el 30% de la cantidad de bienes y servicios que se producen en el mundo.

Lo dijo claramente la Presidenta de la Nación cuando recibió el viernes 18 de julio 2014 en nuestro país a su par de la República Popular China: “La relación entre China y Argentina, que asume hoy un nuevo marco, es una política de Estado, ya no la política de un gobierno”, firmándose 20 –veinte– convenios que incluyen fuertes inversiones que abarcan la construcción de la represa Jorge Cepernic-Néstor Kirchner en Santa Cruz, por el equivalente a U$S 4.714 millones, la extensión y mejora de la red ferroviaria del Belgrano Cargas por U$S 2.099 millones, y el swap de monedas entre los bancos chinos y la Argentina principalmente. El swap (convergencia de reservas) por U$S 11.000 millones permite en cierto modo, al agrandar la posibilidad de ingresos, blindar los dólares del BCRA y prevenir una corrida desestabilizadora de nuestra moneda, aunque los swaps estén atados al comercio con China casi con exclusividad.

Igual sucedió días antes de esa fecha con los acuerdos celebrados con Rusia ante la llegada a la Argentina del Presidente Putin, donde se firmaron acuerdos de energía nuclear (sustentados por la gigante estatal rusa Rosatom para el futuro desarrollo de la planta de Atucha III), una industria termonuclear en Mar del Plata y otros proyectos en la Patagonia.

Todos estos acuerdos están planteando un futuro inmediato de posibilidades reales de inversión y comercio con los Brics y con la región, además de las importantes inversiones estadounidenses y europeas en la Argentina, porque nuestro país tiene mucho que ofrecer, muchas ventajas comparativas que deben dinamizarse y potenciarse, pero preservando el trabajo nacional.

Es fundamental determinar que la Argentina se construye desde el trabajo y la producción, y no de las rentas extractivas y financieras, esa es la verdadera discusión estratégica, y ese había sido el gran logro del “kirchnerismo” y no se puede perder en el altar de asegurar el tipo de cambio y la rentabilidad de los bancos.

Pero esa discusión se oculta en las elecciones nacionales, donde los candidatos no abren la boca para plantear qué medidas van a tomar, qué rumbo van a seguir, y sólo se limitan a decir que es importante y significativo que desde el 2 de enero de 2015 se llegue a algún tipo de acuerdo con los fondos buitre y que ello aseguraría el ingreso de capitales del exterior, cuando ambas premisas han demostrado su falsedad.

Partiendo de esa falsas premisas construyen un teórico futuro de armonía y convergencia entre tipo de cambio, tasa de interés y precios, que no sólo no tienen ningún tipo de asidero, sino que lo único que buscan es que se caiga el valor del salario real para valorizar el capital repitiendo la historia ya fallida, por ejemplo, del Plan Austral y del Plan de Convertibilidad, y todos sabemos qué significa y cómo terminaron esas experiencias.

Los candidatos a administrar la Nación deberían presentar programas de gobierno con ejes claros de acción y objetivos a cumplir, porque “la base está”, lo que se desconfía es lo que realmente se proponen y quieren los que pretenden conducirla.

Miradas al Sur - 21 de noviembre de 2014

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