Este glorioso fracaso podría ser todavía la hora más señera de Escocia
Los partidos de Westminster tienen ahora que fijarse atentamente en quiénes son los votantes del “no”, especialmente los de la autonomía máxima (“devo max”) que lanzaron en el último momento. Muchos de ellos deben estar al límite de su paciencia y no se quedarán callados en ese bando si hay más amaños y promesas rotas.
Al inicio de la campaña, una victoria ajustada del “no” habría supuesto un resultado de pesadilla para el establishment. En principio, esperaban hacer un destrozo, que era la lógica que explicaba Cameron dejara fuera de la papeleta la opción de autonomía máxima antes de que tuviera que salir a escape al norte, humillado, al darse cuenta de que su legado político más perdurable podría ser el final de la unión.
El dinámico y eufórico movimiento del “sí” que fue evolucionando, durante el debate, de una pequeña base a estar a un pelo de una sensacional victoria, se sentirá masivamente decepcionado por no haber llegado a conseguirlo.
Tendrán que enfriar su ardor un poco más, aunque cualquiera que crea que se van a detener ahora cae en el pensamiento desiderativo. ¿Por qué se iban a parar? El proceso y el consiguiente debate, que ganaron con largueza, hizo pasar el apoyo a la independencia de cerca del 30% al 45% y rumbo al norte. Ahora ha quedado asentado como relato imperioso de la generación posterior a la autonomía, mientras que el “no” domina solamente entre un electorado en declive de votantes mayores. Puede que el “sí” haya perdido esta batalla, pero la guerra se está librando.
Mucho se ha hablado de lo ineficaz que fue la campaña del “no”. En cierto modo, esto es injusto: sólo puedes ir hasta donde llegas y básicamente no se emplearon con mucho celo. La unión que se esforzaban por proteger se basaba en la industria, el imperio y el esprit de corps de ambas guerras mundiales, y no se puede mantener una relación política únicamente sobre un sentimiento histórico desfalleciente.
Con los dos grandes e inclusivos cimientos de postguerra, como fueron el Estado del Bienestar y el NHS [servicio de salud], hechos pedazos por los dos partidos principales, la cuenta está a cero si se quiere hacer campaña sobre eso, especialmente cuando resulta que sólo pueden preservarse en Escocia gracias a un Parlamento autónomo.
Jactarse de utilizar los ingresos del petróleo para financiar proyectos de privatización y rescatar a los banqueros por su avaricia e incompetencia nunca puede ganar votos. Jugar a ser negativos era la única opción.
El referéndum fue un desastre personal para Cameron, que estuvo a punto de perder la unión. Los tories, lo bastante conscientes como para darse cuenta de lo detestados que son en Escocia, se hicieron a un lado para que los laboristas se ocuparan de la función con la idea de que pudieran conseguir de modo convincente que se votara “no”. Pero para los laboristas, el resultado ha sido casi tan malo; cuando se asiente el polvo, se verá, probablemente a ambos lados de la frontera, que han utilizado su poder e influencia contra las aspiraciones de democracia.
Los votantes laboristas detectaron este tufo maloliente, y el número de los que apoyan la independencia se dobló en un mes, pasando del 17% al 35%. A medio plazo, puede que la dirección haya actuado básicamente como oficina de reclutamiento del SNP.
Mientras que Cameron se mostró al principio ausente y sin mostrar interés, y luego amedrentado, también Miliband parecía igual de ineficaz y totalmente perdido durante la campaña. Se convirtió en una figura desdeñada en Escocia: a los líderes laboristas les ha hecho falta por lo general un tiempo en el poder para alcanzar esa distinción.
Mientras que las redes sociales llegaban a su mayoría de edad en una campaña política en estas islas, el resto del establishment ha quedado para siempre mancillado a los ojos de una generación de escoceses.
Que los altos ejecutivos de bancos y supermercados bailaran al son de Whitehall [la administración británica], con sus sandeces difundidas por la prensa londinense, no era algo inesperado, pero la BBC ha respondido ampliamente a cualquier pregunta sobre su papel en una Escocia posterior a la independencia.
Las élites no perderán el sueño por eso; la razón de que éste sea tan mal resultado para el establishment es que le obliga a actuar. La ajustada decisión en favor del “no”, conjuntamente con la explosión del impulso hacia el “sí”, deja la cuestión sin resolver. Aunque derrotado en las urnas, el movimiento ha emergido bastante más fuerte, de las estrechas preocupaciones de un partido nacionalista cívico burgués a un movimiento por la democracia honesto, dinámico, abarcador. El referéndum galvanizó y entusiasmó a los escoceses de una forma que no ha llegado a conseguir ninguna de las elecciones en todo el Reino Unido. Les guste o no, a menos que aparezcan con un victorioso acuerdo de máxima autonomía, todas las elecciones generales de Escocia se verán dominadas por la cuestión de la independencia.
La generación posterior a la autonomía en Escocia es de una estirpe diferente a la de sus predecesores; han estado construyendo un nuevo Estado en su imaginación, partiendo de la base de un parlamento limitado pero tangible en Edimburgo. Ven todas las posibilidades en un Estado pleno, y saliendo de ninguna parte le han asestado un puñetazo a las fatigadas y desfasadas élites. Los más listos han visto siempre la independencia como proceso, no como acontecimiento, y habiéndose quedado tan inesperadamente cerca, no van a sumirse en el bajón depresivo de la resaca. Están ansiosos por desquitarse y podrán hacerlo pronto.
Este voto asegura que Escocia siga estando en el centro del orden del día del Reino Unido. La unión estaba en el corredor de la muerte y el voto del “no” le ha conseguido un aplazamiento de la ejecución; los partidos del establishment se encuentran ahora en pleno proceso de organizar su capacidad de convocatoria. Eso ha de entrañar una descentralización real del poder y el final de las desigualdades regionales. ¿Tienen estómago y voluntad para esto? Una autonomía máxima que conceda a Escocia la capacidad de recaudar impuestos que sufraguen programas de bienestar, pero no reducirlos desligándose de los Trident [misiles nucleares de submarinos con base en Escocia] y de otros gastos de defensa, mientras se mantiene el flujo del petróleo al sur de la frontera, sin invertir siquiera en un fondo de reducción de la pobreza, es una farsa, sobre todo cuando se le ha negado en las urnas. Se puede percibir como algo equivalente a crear un parlamento escocés para que fracase o socavar la autonomía.
Sin embargo, probablemente el caso es que cualquier cosa que vaya más allá tiene pocas posibilidades de resultar aceptable para los partidos principales o para un electorado más amplio del Reino Unido.
Hoy el mayor problema para las élites de Westminster no estriba sólo en decidir qué hacer con Escocia sino, de modo crucial, en hacerlo sin provocar a la gente inglesa…que podría empezar a tener la impresión de que la cola del 10% está empezando a menear al perro del resto del Reino Unido.
El hecho es que la mayoría de los 25 millones que viven en Londres y el sudeste de Inglaterra están absolutamente encantados con que el grueso de las libras de la fiscalidad (por no decir nada de los ingresos petrolíferos) se gaste en proyectos gubernamentales, de infraestructura o de escaparate en la capital. ¿Cómo no iban a estarlo? El problema es que en un Estado unitario, centralizado, la riqueza cívica y de toma de decisiones – y por tanto, prácticamente toda la inversión privada a gran escala – reside en esa región.
De modo que ¿cómo se pueden cuadrar las dos? Los escoceses están demostrando que no van a seguir destinando sus impuestos o dineros del petróleo a construir un super-Estado en Londres situado en la autopista global de los ricos transnacionales, especialmente cuando se está volviendo inasequible para sus camaradas cockneys, a los que se expulsa de su propia ciudad para mandarlos a los satélites de la M25.
El nacionalismo inglés ha sido siempre el asunto sobre el que se hace la vista gorda y parece probable que las exigencias hechas al norte de la frontera precipiten una reacción del sur, y alienten una mayor polarización política. Tened cuidado con lo que deseáis fue el escarnio de Mejor Juntos [Better Together, la campaña del “sí”], que avisaba a los escoceses de los enredos potenciales – reales o fantasiosos – derivados de liberarse de la unión. Ahora tienen ellos ese dolor de cabeza, pues tratan de ver cómo pueden mantener unido este desbarajuste.
Los partidos principales, sobre todo el laborista, esa entidad tan consciente de las encuestas y la prensa, tan guiada por sus grupos de discusión mercadotécnica, obsesionada con el apoyo centrista de la Inglaterra media, pueden descubrir que tratar de reconciliar la aspiración escocesa de autonomía con el mantenimiento de un estado unitario, centralizado, en el Reino Unido, constituye una tarea imposible. Si el laborismo no puede descentralizar y proporcionar autonomía a su propio partido en Escocia, es difícil ver de qué modo puede empezar siquiera a hacerlo en el Reino Unido. La independencia escocesa, con el partido hacienda campaña codo con codo junto a los conservadores, proporcionó a los votantes laboristas más pruebas (y bien decisivas, probablemente) de que su partido ha sido cooptado por el establishment. Habrá aún más entre ellos que no se sientan inclinados a dejar pasar la oferta del hoy tradicional 'aguanta y calla' para 'tener a los tories a raya'.
En los distritos electorales laboristas marginales de Inglaterra, una baja participación podría hacerles daño. Puede que al sur de la frontera quien acabe beneficiándose sea la última recua xenófoba de mulas del establishment, el UKIP, que es como un BNP [British National Party, partido neofascista británico] con el graduado escolar aprobado. Con el claro objetivo de sacar al Reino Unido de Europa, los votantes laboristas podrían razonar que saben al menos lo que están votando con este demonio en particular.
Los liberal-demócratas y alguna gente en la izquierda han estado coqueteando con una solución federal para mantener el Reino Unido. Pero esta desesperación como de plan bosquejado al dorso de un sobre no hace más que delatar el mismo tipo de pensamiento de arriba a abajo del establishment. Tiene que haber alguna clase de demanda que proceda del pueblo; imponer un parlamento no deseado en Norwich a la gente de East Anglia sería tan poco democrático como eliminar el que existe en Edimburgo para los escoceses. Parece más sensato y más indoloro aceptar simplemente que el Reino Unido no es políticamente homogéneo y dejar que sus partes constitutivas encuentren su propio camino para subir a la montaña. Esta es la disyuntiva que debe resolver el establishment y que sería un desafío hasta para mentes más abiertas y tolerantes que las suyas.
Volviendo a Escocia, hay muchos (entre ellos, unos cuantos del bando del “no”) que han quedado decepcionados por la campaña negativa y desesperada orquestada desde Westminster, y el establishment en general, sobre todo por la forma en la que los intereses económicos y mediáticos han aparecido manifiestamente en colusión contra la democracia. Si la campaña del “sí” entusiasmó a los escoceses por las posibilidades del poder popular, la de la oposición mostró a la clase política, a sus amos del establishment y a sus groupies metropolitanos a la luz más cínica y oportunista. Del vacío y manipulador "bombardeo de amor" de los famosos a las burdas amenazas y calumnias publicadas por la prensa, cerca de la mitad de Escocia podría tener ahora la impresión de que ha sido clasificada como "enemigo interior", esa designación habitual para todos los que se resisten a los dictados de del poder centralizado de las élites.
El movimiento del “sí” llegó a esas cimas porque el estado del Reino Unido se ve como algo fallido; anticuado, jerárquico, centralista, discriminatorio, sin contacto con el pueblo y actuando en su contra. Esta elección no habrá hecho nada por disminuir esta impresión.
Contra esta mezquindad los escoceses han asestado un golpe por la democracia, con un 97% de inscritos en el censo para una votación que según declaró cansadamente el establishment, nadie quería. Sea que esta autoafirmación escocesa haga arrancar una improbable reforma para todo el Reino Unido (indeseada en la mayoría de las regiones inglesas) o canse a los del sur y precipite una reacción para librarse de ellos, sea que los escoceses, por medio de las urnas en elecciones generales, decidan ir a por todo el pastel de mutuo acuerdo, la vieja unión de base imperialista ha reventado.
Los escoceses, tan a menudo considerados como una tribu recalcitrante, con sus mejores años ya en el pasado, han mostrado que el modelo neoliberal, de dirección empresarial, de desarrollo de este planeta por medio de los estados de la 'esfera de influencia' del G7 sobre presupuestos militares hinchados, goza de un atractivo limitado.
A este país, cuando alguna vez aparecía en el escenario global dentro de la unión, se le vinculaba a la tragedia, con terribles acontecimientos como Lockerbie [1] y Dunblane [2]; ahora es sinónimo de verdadero poder popular. Olvidémonos de Bannockburn [3] o de la Ilustración Escocesa, los escoceses acaban de reinventarse y restablecer la idea de auténtica democracia. Este glorioso fracaso – uno más – podría también, paradójicamente, constituir su hora más señera.
Notas del traductor:
[1] Lockerbie es la localidad escocesa sobre la que el 21 de diciembre de 1988 estalló el vuelo 103 de Pan Am, objeto de un atentado terrorista que causó 259 muertos en el aparato y 11 más en la ciudad al caer sobre un barrio las alas y los tanques de gasolina.
[2] El 13 de marzo de 1996 se produjo una matanza en una escuela primaria de Dunblane en la que fueron asesinados 16 niños y una profesora a manos de Thomas Watt Hamilton, que se suicidó a continuación.
[3] La batalla de Bannockburn (23-24 de junio de 1314) supuso una rotunda victoria de las tropas escocesas comandadas por Robert Bruce sobre los ejércitos de Eduardo II de Inglaterra. La victoria hizo posible que perdurase la independencia de Escocia.
The Guardian (traducción Sin Permiso Digital) - 21 de septiembre de 2014