Festejos y velorios
A esa izquierda, a ese periodismo “independiente” y a Mauricio Macri, a Sergio Massa y a otros sectores de la oposición les dolió este fin de semana el triunfo de Dilma Rousseff en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay. “Tienen miedo de que con Dilma, Brasil se convierta en Venezuela o Argentina”, se escuchó decir en los cada vez más derechizados programas políticos de la televisión. “Argentina es mala palabra para los empresarios brasileños –decía un encuestador–, ellos pensaron que serían dos motores traccionando juntos, pero Argentina es una carga”, como si hubiera una gran diferencia entre las economías de los dos países.
Massa y Macri no ocultan su encuadramiento con los partidos conservadores. Les pusieron fichas a Neves en Brasil y a Lacalle en Uruguay y nadie les hubiera creído si hacían otra cosa. En FA-Unen la cosa está dividida, dubitativa. El Gobierno, en cambio, festejó abiertamente el triunfo de los progresistas en los países vecinos. Todos estos años han sido sus aliados, tienen trato personal y afectuoso entre todos ellos, se han puesto de acuerdo para evitar golpes, resolver conflictos y en muchos casos para ofrecer un frente internacional común. Si el Frente Amplio o el PT hubieran perdido, la derrota hubiera golpeado a la Casa Rosada. Como ganaron, es legítimo que capitalice esos triunfos vecinos, porque el mensaje que le llega tiene efecto local.
La lectura principal está en la forma que eligieron los pueblos para afrontar el panorama económico difícil que se presenta para estos años en la región y en el planeta.
La derecha ha tratado de convencer de que respetaría las políticas sociales de los gobiernos populares, al mismo tiempo que hacía un discurso muy neoliberal y expulsivo en lo económico. A pesar de lo que supone la izquierda antipopular, los sectores de bajos y medianos ingresos valoran esas políticas sociales. Las asumen como un derecho adquirido, aun cuando despotriquen por otros viejos y nuevos problemas reales. Las derechas no pudieron demostrar que podrían resolver esos problemas y no les creyeron cuando prometieron que mantendrían los logros sociales.
Los conservadores chilenos, Henrique Capriles en Venezuela, Aécio Neves en Brasil, Lacalle en Uruguay y la mayoría de todos los candidatos de oposición en Argentina han desarrollado estas argumentaciones tan ambivalentes. Durante las campañas electorales en Venezuela, Brasil y Uruguay, los candidatos opositores estuvieron favorecidos por las turbulencias económicas que agitan sus países y por la complicidad de los grandes medios. En los días previos a las elecciones abundaron las encuestas que daban por ganador en primera o segunda vuelta a los candidatos de las oposiciones conservadoras. Son todas situaciones que se repiten en una Argentina que avanza hacia las primeras presidenciales desde 2003 en las que no habrá un Kirchner de candidato.
Tampoco hubo un cheque en blanco. Hay problemas reales que se pusieron sobre la mesa. Pero los resultados de este fin de semana en Brasil y Uruguay demuestran que las sociedades desconfían de las propuestas conservadoras para resolver estos problemas y, por otro lado, tampoco les creen que vayan a mantener los logros sociales. El mensaje fue claro: confían más en los gobiernos populares para resolver esta coyuntura de bajón económico sin resignar los logros conseguidos.
Página/12 - 28 de octubre de 2014