Geopolítica del siglo XXI: volatilidad por todos lados

Immanuel Wallerstein


Puede argüirse que el ámbito más fluido en el sistema-mundo moderno, que está en crisis estructural, es el geopolítico. Ningún país está cercano a dominar este ámbito. La última potencia hegemónica, Estados Unidos, ya lleva tiempo actuando como un gigante incapaz. Tiene poder para destruir pero no para controlar la situación. Sigue proclamando reglas que espera que otros sigan, pero puede ser, y es, ignorado.

Hay ahora una larga lista de países que se consideran listos para desempeñarse de maneras específicas pese a las presiones de otros países. Una mirada por todo el globo confirmará puntualmente la incapacidad de Estados Unidos para imponer sus modos.

Los dos países que además de Estados Unidos tienen el poderío militar más fuerte son Rusia y China. Alguna vez se movían con cuidado para evitar la reprimenda de Estados Unidos. La retórica de la guerra fría hablaba de dos campos geopolíticos en competencia. La realidad era otra cosa. La retórica simplemente enmascaraba la efectividad relativa de la hegemonía estadunidense.

Ahora, virtualmente es lo contrario. Estados Unidos tiene que moverse con cuidado vis-à-vis Rusia y China para evitar perder la capacidad de obtener su cooperación en las prioridades geopolíticas de Estados Unidos.

Miremos a los así llamados aliados más fuertes de Estados Unidos. Podemos enredarnos discutiendo quién es el aliado más cercano, o ha sido ya por largo tiempo. Escojan entre Gran Bretaña e Israel o aun, ­algunos dirían, Arabia Saudita. O hagamos una lista de los que alguna vez han sido socios confiables de Estados Unidos, como Japón y Corea del Sur, Canadá, Brasil y Alemania. Llamémosles los números dos.

Ahora revisemos el proceder de todos estos países en los 20 años pasados. Digo veinte porque la nueva realidad precede al régimen de Donald Trump, pese a que sin duda él ha sido quien ha empeorado la habilidad de Estados Unidos para imponer sus modos.

Miremos la situación en la península de Corea. Estados Unidos quiere que Corea del Norte renuncie a su armamento nuclear. Este es un objetivo que Estados Unidos ha repetido con regularidad. Fue cierto cuando Bush y Obama fueron presidentes. Ha continuado siendo cierto con Trump. La diferencia es el modo de conseguir este objetivo. Previamente, las acciones estadunidenses utilizaban cierto grado de diplomacia además de las sanciones. Esto reflejaba el entendimiento de que demasiadas amenazas públicas de Estados Unidos terminaban siendo contraproducentes. Trump cree lo opuesto. Considera las amenazas públicas como el arma básica de su arsenal.

No obstante, Trump tiene días diferentes. En el día uno amenaza a Norcorea con devastación. Pero el día dos hace que su objetivo primordial sean Japón y Corea del Sur. Trump dice que le proporcionan insuficiente respaldo financiero para los costos derivados de una continua presencia estadunidense armada ahí. Así que entre el ir y venir de las dos posturas estadunidenses, ni Japón ni Corea del Sur terminan estando seguros de estar protegidos.

Japón y Corea del Sur han lidiado con sus temores e incertidumbres en modos opuestos. El actual régimen japonés busca asegurar las garantías estadunidenses ofreciendo un respaldo público total a las (cambiantes) tácticas estadunidenses. Confía, por tanto, en complacer a Estados Unidos lo suficiente como para recibir las garantías que quiere obtener.

El actual régimen sudcoreano utiliza una táctica bastante diferente. Emprende de modo muy abierto relaciones más cercanas con Norcorea, lo cual en gran medida va contra los deseos de Estados Unidos. Con esto confía complacer al régimen norcoreano lo suficiente como para que Pyongyang responda accediendo a no escalar el conflicto.

Que cualquiera de estas aproximaciones tácticas estabilicen la posición estadunidense es totalmente incierto. Lo seguro es que Washington no está en posición de mando. Tanto Japón como Corea del Sur están buscando obtener calladamente armas nucleares para fortalecer su posición dado que no pueden saber qué traerá el siguiente día en el frente estadunidense. La volatilidad de la postura estadunidense debilita aún más su poderío de­bido a las reacciones que genera.

O tomemos la más enredosa situación del llamado mundo islámico del Magreb a Indonesia, y en particular en Siria. Cada una de las potencias importantes de la región (o que lidian con la región) tiene un diferente enemigo primordial (o enemigos). Para Arabia Saudita e Israel, por el momento es Irán. Para Irán es Estados Unidos. Para Egipto es la Hermandad Musulmana. Para Turquía son los kurdos. Para el régimen iraquí, son los sunníes. Para Italia es Al Qaeda, que está haciendo imposible controlar el flujo de migrantes. Y así seguimos.

¿Y para Estados Unidos? Quién sabe. Ése es el miedo protuberante para todo el resto. Al momento Estados Unidos parece tener dos prioridades bastante diferentes. El día uno, es la aquiescencia norcoreana hacia los imperativos estadunidenses. El día dos es finiquitar su involucramiento en la región del este asiático, o por lo menos reducir sus desembolsos financieros. El resultado es más y más oscuro.

Podemos trazar retratos semejantes para otras regiones o subregiones del mundo. La lección clave es que a la decadencia de Estados Unidos no le ha seguido el advenimiento de otro hegemón. La situación se pliega en un zigzaguear general y caótico, la volatilidad o inestabilidad de la que hablamos.

Este, por supuesto, es el mayor peligro. Los accidentes nucleares, o los errores, o la locura, se vuelven de repente lo que priva en la mente de todos, especialmente entre las fuerzas armadas del mundo. Cómo lidiar con este peligro es el debate geopolítico más significativo a corto plazo.

 

La Jornada - 27 de febrero de 2018

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