¿La sociedad se corrió a la derecha o el peronismo se corrió de la sociedad?

Marcos Domínguez


Este artículo resume y ordena mi pensamiento en voz alta de los últimos 3 años volcados en diferentes escritos para este espacio y también otros. Pretende ser un humilde aporte para pensar los desafíos y las preguntas sin responder que tenemos en el peronismo en particular, pero que afectan a la política en general.

Para empezar: hay un repetido diagnóstico de “corrimiento a la derecha de la sociedad” que suele acompañar los análisis sobre el crecimiento de ciertas corrientes de opinión, ¿pero esto es realmente así? Alfonsín señalaba: “si la sociedad se hubiese derechizado, el radicalismo debe prepararse para perder elecciones”. Por el contrario, Juan Perón advertía que la sensibilidad y la imaginación son la base para ver, ver es la base para apreciar, apreciar es la base para resolver, y resolver es la base para actuar. Entonces, no se puede actuar sobre lo que no se termina de ver ni comprender. Sucede que las miradas sobreideologizadas, o bien no terminan de velar una sociedad que ya no existe, cayendo en un enfoque de museo, o bien guían sus interpretaciones por el pueblo que quisieran tener, y no por el que tienen. La historia muestra cómo consideraciones de este tipo “se estrellan contra la constante que es el pueblo”, como bien sugiere Rodolfo Kusch.

Al carecer las acciones de gobierno de orientación doctrinaria peronista, el vacío fue ocupado por la ideología progresista, que presenta enormes dificultades a la hora de vincularse con valores claves como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad –trabajo, esfuerzo, dedicación– y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. A todo esto, se suma el voyerismo político de funcionarios que comentan problemas en medios y redes sociales, en lugar de resolverlos. Así fue como, quienes más hicieron por destruirlas, se hayan adueñado de las banderas de la educación, la seguridad, el orden y el progreso social.

Apresurados y retardatarios de esta época deben recordar que el peronismo como concepción filosófica y vital pudo, durante mucho tiempo, evitar el vagabundeo entre derecha e izquierda, superando y diluyendo los extremos en un esquema de comunidad posible. Por eso digo que esta no es una cuestión de intelectualismo, sino más bien doctrinaria y espiritual, que debemos intentar resolver con discusión política real. No se puede seguir con la lógica setentista de bandear entre querer “tirar un viejo por la ventana” –porque “atrasa” cuando no se sube al coro progresista– y dar nula participación de reelaboración doctrinaria a las y los jóvenes, porque “no entienden al peronismo”.

Es recuperar primero, y actualizar después, una doctrina vital que debe volver a ser tomada como hoja de ruta y fuente de interpretación de los sentires y pesares profundos de nuestro pueblo. De lo contrario –y sin ánimos de romantizarlo– ese pueblo seguirá siendo acusado con el dedo de la soberbia de “votar contra sí mismo” cuando elige ser representado por el adversario. Para esto se requiere una autocrítica profunda que dé lugar a una fuerte participación política de los cuadros auxiliares, devolviendo a las instancias de formación doctrinaria el lugar que merecen.

Los modos de habitar la gestión

En el peronismo debemos empezar por reconocer que hubo una forma nociva de habitar la gestión pública. Cualquier hijo de vecino que haya estado en una dependencia ministerial de cualquier nivel sabe que existe un gran número de funcionarias y funcionarios que deambulan por los pasillos en un ir y venir desorientador, cuando no en una simulación irritante. Ese andar errante e insulso generó las evidentes discrepancias de “estilos” y arquitecturas intelectuales entre los distintos representantes de la coalición, cuyos “equipos” se transformaron en “bandos” dedicadas más a cancelarse e imputarse mutuamente que a ejecutar. El loteo afectó la coordinación operativa entre las distintas capas de una gestión gubernamental sobrehabitada de funcionarios y funcionarias y carente de dirigentes. El posibilismo moribundo fue haciéndose el habitus principal. Desde secretarios, secretarias, subsecretarios y subsecretarias de Estado hasta directores y directoras, con la lógica responsabilidad jerárquica de unos para con otros. Una remera que diga “usar la lapicera somos todos” sería una autocrítica válida, porque el poder político en el Estado se ejerce con reglamentaciones y expedientes, por lo cual, quien no conoce las reglamentaciones y no sabe o “no se anima” a empujar los expedientes se convierte en un –o una– infeliz con chofer y conferencias de prensa –como dice un buen amigo.

En simultáneo, esto impactó negativamente en el grado del siempre esmerilado prestigio de las burocracias estatales, el blanco fácil del antiperonismo que habla de “reducción del Estado”. Pero es cierto que muchos sectores de esas burocracias parecen haberse elitizado tanto que han perdido el contacto con la realidad de las ciudadanas y los ciudadanos. El potente discurso contra “la casta” no nace de un repollo. Todavía existe una burocracia plebeya más cercana a las demandas reales, pero necesariamente está opacada –y por momentos enfrentada– a esa burocracia extraviada que opera los destinos del gobierno.

Entre otras razones, es por todo lo anterior que existe una sensación generalizada de que se transita una etapa donde la administración reemplazó a la política. No es que no existan tremendas limitaciones de contexto, pero esto ha empezado a asimilarse hacia adentro de la coalición gobernante de manera preocupante, y pareciera que la rebeldía de correr el horizonte de lo posible ha sido abandonada. El regreso de los “partidos del no”: no a la casta, no al Estado, no al peronismo, no a Cristina, no “al pasado”, no a las mafias. La política en su conjunto parece estancada a niveles donde no puede ofrecer un “sí”.

Lo político experimentó el descenso permanente hacia los particularismos, en detrimento de las agendas de las mayorías, lo que ha generado un deterioro fenomenal en el enfoque de las políticas públicas que ha quitado prioridad al abordaje de los macroconflictos, para orientarse a los microconflictos. Desde estas anteojeras ideológicas, cada componente de la sociedad amerita una atención específica que se relaciona con su vulnerabilidad histórica como minoría. Y no es que las agendas de mayorías y de minorías sean mutuamente excluyentes. Es un tema de prioridades. La sobreactuación y las puestas en escena de la cosmetología política progresista colisiona de frente contra ese argentino que está solo y espera, preguntándose “¿y a mí cuándo me tiran un centro?”. La orientación de muchas políticas priorizó el sostenimiento de ciertos vínculos identitarios, pero en un antagonismo directo con el territorio común, que es el que verdaderamente está agobiado por problemas estructurales de una Argentina que más que resolverlos, los arrastra hacia adelante.

Esta manera de habitar el Estado debe servir como lección para, en un próximo gobierno peronista, terminar con el imperio de la circunstancia por el que muchísimos lugares de decisión se ocuparon con demasiada displicencia y poca preparación de sus responsables. En un contexto adverso como el actual, no se trata solo de ocupar espacios y disputar cargos, sino de construir una nueva mística de militancia que permita al peronismo volver a ser una expresión electoralmente competitiva y culturalmente renovada. Menos endogámica, y más movimientista.

¿Qué está pasando fuera de la burbuja de la interna peronista?

Hay discusiones urgentes en nuestras narices. Discusiones que están dándose hace rato sin que el peronismo pueda participar de modo constructivo porque, o bien las desconoce, o bien reniega de su existencia. Sucede con el fenómeno libertario, que funciona en espejo de lo que sucede con el peronismo. Mieli está creciendo en representar ese tercer tercio que no estaba siendo representado por ninguna propuesta, y parece disputarle tanto a la izquierda trotskista y al kirchnerismo una franja de la juventud –con incipiente éxito– como al macrismo su núcleo más visceral –los desencantados con la “moderación” larretista. La figura de rockstar antisistema que trabaja Javier Milei gana lugar entre franjas juveniles urbanas, porque no les vende que es necesario el sacrificio por el otro. Se puede emprender y “joder a la casta política” sin ensuciarse. La estudiantina antisistema de traje y corbata puede ser más atractiva que la de la hoz y el martillo.

Pero no solo la juventud es imantada. Hay que señalar también que en el Arca de Noé libertaria habitan biografías marchitas, mentes rotas por la urgente necesidad de reconocimiento, lógicas plebeyas de clases medias bajas que no encuentran abrigo ante su siempre eventual desclasamiento. “Buscas” de la economía informal con redes sociales. Los copitos como alter ego de toda una forma de informar(se) y politizar(se). Las nuevas modas de la rebeldía decadente polinizaron su ideología por derecha –lo que no significa que sus posibles electores sean “de derecha”– en tiempos de incertidumbre y frustración, y donde el progresismo –que tiende a romantizar lo plebeyo– no ha podido ver esto con claridad, y ha explicado estos fenómenos por sus efectos, y no por las causas y los profundos pesares colectivos que le dan sustento.

La influencia cultural libertaria nace, entre otras fuentes, de un mundo digital donde la “pospolítica” y el discurso “anticasta” circula por los tejidos nerviosos de toda una comunidad de youtubersinfluencersfandoms, etcétera. El streaming y las tecnologías asociadas al electorado más joven –el 90% de las búsquedas en YouTube son hechas por menores de 30 años– alimentan nuevos modos digitales de circulación de la información y de construcción de discursos e identidades en la conversación pública. La politización fast food que habilita la red –de la que he hablado en este artículo– se combina con el lugar de confort que caracteriza la subjetividad indignada de la red: los usuarios negocian el simplismo de la inmediatez por reconfirmación permanente en la propia creencia. Esto favorece la radicalización de las posturas, que es vendida por quienes comandan ideológicamente estos espacios como una “épica anticasta política”.

Es así como un youtuber asociado al discurso “irreverente” y “antiprogre” como Emmanuel Danann tiene más de un millón trescientos mil suscriptores en YouTube; Agustín Laje, de la misma fauna ideológica, casi un millón cien mil; “El Presto” –con un enfoque más border– o Nicolás Márquez tienen más de trescientos mil. Influencias de esta índole, sumadas al consumo irónico de ciertos tópicos y personajes del ultraderechismo de salón, más los algoritmos de “recomendaciones” de teorías conspirativas, son determinantes en la creación de atmósferas, climas y ciclos de conversación que “prenden” en ciertas audiencias. La intensidad de sus declamaciones “antisistema” se asocia más con hablar de todo lo que debe ser “destruido”, que con aquello que pretenden construir. Una catarsis permanente que demostró estar en condiciones de orientar conductas hasta para cometer un magnicidio. Esta acumulación vía catarsis es la que capitalizan figuras “nuevas” como Milei –intenso habitante de las redes sociales– que le da representación a ese conjunto de emociones basadas en la ira y en la frustración pospandémica. Emociones que proliferan en el anonimato del mundo online, pero que anidan en el mundo offline. El fomento de la hostilidad es también un modelo de negocios a nivel mundial. Lo rentable es fomentar la hostilidad, la rabia entre los clanes digitales. En Argentina, esa hostilidad se canaliza mayoritariamente hacia el peronismo, y no es que el peronismo no haya hecho méritos para ganársela metiendo – como corresponde– el dedo en la llaga.

Solo así puede entenderse cómo el odio a Cristina simboliza y acompaña el odio a los “planeros”, los zurdos, los “negros”… Como bien señala Abel Fernández, lo que en Europa se expresa como xenofobia, aquí es aporofobia: odio a los pobres. Lo cierto es que la política de capitalizar el resentimiento se instrumenta en una nueva lógica de conducción, la de politizar el malestar: conducir es indignar. Es por eso que esos seres anónimos encuentran en Cristina la forma de expresar broncas y frustraciones, y erosionan al cada vez menos gigante y cada vez más invertebrado peronismo, que tiene demasiadas mesas, internas y balcones, pero no un proyecto común.

Es este el contexto en el que es necesario discutir, por ejemplo, la idea de que personas libres “aprovechan su tiempo libre” para hacer trabajos “libres”. La eliminación de intermediarios –trabajadores, sindicalistas, “punteros”, todos forman parte del radar–, el esfuerzo individual y el parcelamiento social son los ejes del único paradigma posible del modelo liberal. No obstante, el paradigma liberal del emprendedurismo parece más realista y tangible para el electorado que el idealismo sobre el Estado de Bienestar que habita las mentes de buena parte de la militancia. El péndulo de la discusión sobre el rol del Estado va de su reducción al mínimo a la compulsión intervencionista. La falta de imaginación política es lo que ambos extremos tienen en común. ¿Alguien se está preguntando, en esos extremos, cómo hacer la intervención estatal más eficiente sin reducirla al mínimo, o sin tener una trasnochada compulsión soviética donde “todo es Estado”?

Un peronismo para la Argentina

Si, como señalan Touzón y Zapata, estamos transitando un 2001 por otros medios, ¿puede el peronismo ofrecer una salida que vuelva a prestigiar la política como actividad? Arquímedes decía: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Entonces, ¿cuáles son los puntos de apoyo con los cuales “mover el mundo argentino” que tanto parece rasparse contra una realidad durísima? ¿Sigue el peronismo siendo el lenguaje colectivo que expresa el horizonte de excitaciones y pasionalismos de la época? ¿Está el peronismo en condiciones de “proponer un sueño”? ¿Tiene actualmente la imaginación política necesaria para proponerlo? ¿Los soñadores de hoy sueñan lo mismo que les dio sentido a su vida ayer? Y lo más importante, está claro lo imperioso que es para el peronismo volver a una senda doctrinaria que lo devuelva a su hábitat natural, el de las agendas de las mayorías: orden, seguridad, educación, progreso con mérito y esfuerzo… ¿pero está a tiempo de hacerlo en este 2023?

Hoy la realidad marca un macrismo revivido, bañado en la fuente de la juventud como una fuerza política sin historia; el crecimiento constante del emergente libertario; y el trotskismo como tercera fuerza nacional. Si el peronismo no comienza ya mismo a nutrir su doctrina con sus tradicionales y nuevos componentes históricos –soluciones concretas para las víctimas de la “cultura del descarte” marcadas por Francisco– sea quien sea el candidato o candidata, la crisis de representación caerá sobre el sistema institucional argentino como una bomba nuclear y la sociedad irá hacia los bordes, con los que por ahora amenaza.

Si bien el perfil del voto peronista no ha cambiado en lo esencial de su composición sociopolítica, su acelerada conurbanización ha conspirado contra su federalismo. Por su parte, la instalación del PRO en el ecosistema argentino sobre los vestigios de las estructuras radicales ha dotado a este partido de una amplitud que fortalece su cultura política y su hasta ahora probada capacidad de integrar fuerzas heterogéneas. Una suerte de “movimientismo” neoliberal que, aunque cueste reconocerlo, muchas veces muestra más flexibilidad ideológica para la construcción que su alter ego peronista-kirchnerista.

Este peronismo puede dejar de ser electoralmente competitivo, por todo lo ya mencionado, pero también por el hecho de que la morfología de las clases medias y populares y su relación con “lo público” –principal eje de discurso del peronismo actual en todas sus vertientes– se han modificado, sin que el peronismo comprenda del todo en qué sentido lo hicieron. El kirchnerismo como corriente interna del movimiento pudo enhebrar un mensaje convocante hacia la sociedad de su época. Ese mensaje fue eficaz durante bastante tiempo, y si bien sigue siendo el espacio de más caudal electoral en la interna, no ha logrado superar la lógica endogámica a la que el peronismo en general está sometido, ni generar un liderazgo alternativo al de CFK. Es quizás por esto, además de por las crudas limitaciones que impone la realidad, que el peronismo no puede ofrecer hasta ahora nada programático ni convocante en ese sentido. Pero no está todo dicho.

En concreto, lo que quiero decir es que se requiere un peronismo para esta Argentina, y no una Argentina para el peronismo –es un tópico planteado en el libro Conocer a Perón, de Juan Manuel Abal Medina, de lectura recomendada. Debatir lo que se plantea como clausurado es la clave para que el movimiento mantenga su principal virtud: la capacidad adaptativa para la representación de mayorías, pero de las mayorías de hoy.

 

Revista Movimiento - mayo de 2023

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