A ocho años de “nuestras rebeliones”
El recuerdo del 19 y 20 de diciembre de 2001 cobra este año mayor significación porque aquella coyuntura ha sido traída al presente reiteradamente por algunos dirigentes políticos. Para ellos, las rebeliones –complejas y abigarradas– que estallaron el 19 a la noche, con días previos de motines y saqueos de alimentos en todo el país, fueron producto de un “golpe palaciego” diseñado y llevado a cabo por el peronismo. No descartamos que hubiera intenciones y hasta acciones de caudillos peronistas para “apurar” y capitalizar el tremendo descontento que la mayoría de la población sentía frente al gobierno de la Alianza. Recordemos que esa coalición electoral había prometido finalizar con los de-satinos del gobierno de Menem y Cavallo, y terminó incorporando al padre de la convertibilidad para que finalizara su obra macabra. La población mostró después de un tiempo prudencial signos claros de hartazgo y se profundizaron las expresiones de bronca y desesperación. ¿Nos olvidamos acaso del cotidiano “riesgo país”, el empobrecimiento y la desocupación sin contención social que llevaba a muertes y sufrimientos impensables en períodos democráticos?
Las rebeliones de diciembre fueron respuestas disruptivas que tuvieron un “parecido de familia” con las protestas que se habían registrado en los ’90, pero que mostraban una llamativa singularidad que se desplegó durante algunos meses y atrajo la atención internacional. Las protestas se iniciaron en los bordes norteños y sureños de un país que se desgarraba, con un Estado desguazado y al servicio del poder financiero; llegaron al centro del castillo, al corazón del poder con levantamientos masivos e inesperados, asambleas, mundos populares urbanos en efervescencia en 2001 y un regreso a las provincias que configuraron “multisectoriales” de todo tipo y desembocaron, desde 2003, en las nuevas protestas del siglo XXI, disputando territorios a las corporaciones extractivas y contaminantes (agronegocio, minería, petróleo).
¿Qué se jugó en 2001-2002? Había muchos “no”, muy claros y contundentes, y pocos “sí”, y este rasgo fue blanco de las críticas de los pensamientos políticos tradicionales. Sin embargo, en esas calles y plazas se articulaban demandas de sectores populares y medios como justicia, igualdad de oportunidades, trabajo, transparencia institucional, preservación de patrimonios familiares, mejor gobierno, que hubiesen podido prefigurar significativas afirmaciones. Es decir, se plasmó una rara combinación de demandas y prácticas democratizadoras de sectores populares y medios, que no es un detalle menor al caracterizar la coyuntura y diferenciarla del presente.
Entre 1992 y 2001 se registraron alrededor de dos mil protestas por año; la mayoría, hasta 1999, sin respuesta de ningún tipo (a excepción de dos fuertes represiones del “menemismo” en Tierra del Fuego y Neuquén, que costaron dos vidas). Pero cuando la Alianza asumió, la represión con asesinatos se hizo práctica sistemática. A la semana de ser gobierno fueron asesinados dos correntinos en el Puente Belgrano en medio de un duro conflicto. Durante 2000 y 2001 cinco jóvenes fueron asesinados en los cortes de Mosconi y Tartagal, y la lista sigue con los 23 masacrados el 19 de diciembre y otros 13 en el fatídico jueves 20, en todo el país. Fueron 43 asesinatos políticos en dos años, bajo un gobierno que prometió democracia y transparencia a una población que aún tenía víctimas del Estado dictatorial sin enterrar.
Si aceptáramos por un momento la teoría conspirativa que nos proponen algunos dirigentes, el gobierno de la Alianza se equivocó de adversario y endureció su estrategia represiva para masacrar a la población en vez de enfrentar con firmeza y decisión a quienes, supuestamente, conspiraban contra él. Las conspiraciones no sacan multitudes a la calle que sustraen a los políticos del espacio público; no sacan miles de personas ocupando plazas, calles, exigiendo honestidad, derechos, nuevos modos de hacer política o administrar justicia. Calles y plazas llenas de poblaciones recuperando el poder instituyente, sin políticos mesiánicos, sin dirigentes corporativos ni medios de comunicación convocando, no suelen ser productos de conspiraciones palaciegas y más bien suelen representar fenómenos transitorios de alta significación política que los dirigentes no debieran subestimar o tratar con cinismo. Los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre necesitan reflexión. Hubo en estos años generación de datos que están a disposición de cualquiera; es necesario pensarlos y debatirlos en conjunto para comprenderlos en todos sus complejos sentidos. También es necesario recordar y honrar a los muertos de “nuestras rebeliones” –muchos de ellos menores de veinte años– para seguir alertando como sociedad sobre esa ominosa costumbre de matar del Estado argentino.
*Norma Giarracca es directora de la maestría de investigación de la UBA, coordinadora del grupo de trabajo de estudios rurales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), del Instituto Gino Germani y especialista en estudios de movimientos sociales y rurales. Socióloga (UBA); coautora de "Tiempos de Rebelión" y “Que se vayan todos”.
Fuente:">http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-137192-2009-12-18.html]Fuente: Página 12 - 18.12.2009