Reflexiones ante la Cumbre de las Américas en Panamá
La nueva Cumbre de las Américas, a realizarse próximamente en Panamá, es buen momento para reflexionar sobre esto.
La elección de Barack Obama en 2009 abrió, para muchos, la esperanza de una nueva era de relaciones América Latina-Estados Unidos. La Cumbre que se realizó en Trinidad y Tobago apenas tres meses después de su toma de posesión pareció confirmarlo cuando se refirió a ello explícitamente, y apenas un poco después que, en Honduras, la presión había logrado lo hasta entonces impensable: que la OEA reconociera que había metido la pata expulsando a Cuba y la invitara para que regresara al organismo.
Todo parecía miel sobre hojuelas.
Lo que se venía gestando, sin embargo, era una nueva forma de actuar en política internacional, distinta a la del impresentable George Bush pero persiguiendo los mismos objetivos de siempre. Se trataba del poder blando (soft power), una puesta a tono, acorde con los nuevos tiempos, de las estrategias de dominación norteamericanas.
En efecto, los Estados Unidos, atentos como siempre a la evolución del mundo, dieron un salto de calidad al comprobar el importantísimo papel de los medios de comunicación en la sociedad contemporánea, y el consenso al que se arribó, luego de la caída del Muro de Berlín, en torno a los mecanismos de la democracia burguesa.
La política del soft power es suave solamente para los Estados Unidos, porque quienes la sufren se ven envueltos en actos tan violentos o más que los que antes se perpetraban en nombre de la libertad y la democracia. Inteligente Obama y su administración, actúan en la sombra y azuzan a otros para que sean los que pongan la cara.
Es la política que ha prevalecido desde entonces y, poco a poco, se ha ido develando el guion que se aplica. Las llamadas “revoluciones de colores” y su accionar en América Latina lo han ido poniendo en evidencia. Cuando es necesario, sin embargo, no se descarta el zarpazo tradicional, aunque con variantes, porque ahora los Estados Unidos no intervienen directamente sino delegan su papel en fuerzas “democráticas” que, ni cortas ni perezosas, asumen el papel alegremente. Para ejemplos, recuérdese Ucrania, Honduras y Paraguay.
No solo en su política hacia América Latina hubo un cambio y, también, decepción. Hacia el mismo interior de los Estados Unidos Obama y su administración se transformaron en una desilusión, sobre todo para millones que vieron en su elección una posibilidad para reivindicar a los secularmente postergados y marginados. Su toma de posesión fue un ejemplo de esa esperanza que los alumbraba, los rostros iluminados y expectantes de jóvenes, negros, latinos y minorías sexuales que acudieron en masa a Washington y que, apenas un poco antes, lo vitorearon en la plaza Milenium en Chicago.
Hoy, un Obama avejentado, que parece esperar con ansias el término de su segundo mandato, se presenta en una nueva edición de la Cumbre de las Américas. Tiene en su agenda latinoamericana varios puntos: la Alianza del Pacífico (venida a menos después de la vuelta de tuerca de China en la Cumbre Asía-Pacífico del año pasado); los esfuerzos por reanudar relaciones diplomáticas con Cuba y su cada vez más intransigente política hacia Venezuela. De la prosperidad que se proclama en el nombre de la Cumbre nada, es solamente un subterfugio más, un enunciado vacío como tantos otros.
En relación con Venezuela y Cuba, a una se le ofrece el garrote y a la otra la zanahoria. Efectivamente, se trata de diferentes estrategias para conseguir lo que siempre ha buscado, hacer prevalecer sus intereses. Sorprende a ambos países en un momento que no es el mejor para las opciones nacional-populares y revolucionarias, que se han visto debilitadas después de la muerte de Hugo Chávez y la caída del precio de las materias primas.
Se avecina, pues, una Cumbre de tiras y encoges en la que se evidenciará el estado en el que se encuentra el reacomodo de las fuerzas políticas en América Latina.
Con Nuestra América - 4 de abril de 2015