Las tormentas perfectas
Dina Foguelman* (Especial para sitio IADE-RE) | “La causa de las inundaciones es el exceso de lluvias”, “La causa de los incendios de campos es el fuego”. Cuántas veces hemos escuchado a funcionarios diversos decir semejantes puerilidades. Ojalá todo fueran tan simple.
Ya es un lugar común decir que los llamados “desastres naturales” no siempre son atribuibles totalmente a la naturaleza, y que se llaman desastres en la medida en que perjudican intereses humanos. Los “extravíos de la naturaleza” de los que hablaba Sarmiento no son tales, sino que alguien conduce a la naturaleza hasta ellos.
Empecemos por las inundaciones.
Es cierto que en los últimos 40 años estamos pasando por un ciclo húmedo. ¿Qué significa eso? Que hay una tendencia climática, básicamente natural, a presentar oscilaciones en sus parámetros. Las acciones humanas suelen acentuar esas tendencias, raramente pueden revertirlas. Pero hasta cierto punto, pueden paliarlas.
Durante la primera mitad del siglo pasado la tendencia del ciclo hidrológico fue hacia la escasez de lluvias (ciclo seco) que tuvo su mínimo en 1937. Pero fue durante ese medio siglo cuando se construyó o completó la mayor parte de la infraestructura: rutas, caminos, redes ferroviarias, puentes, expansión urbana, y los ingenieros la planificaron sobre la base de los parámetros hídricos de la época. Pero esos cálculos fueron quedando obsoletos: las alcantarillas ya no alcanzaban, los arroyos ocupaban al máximo sus valles aluviales con alta frecuencia, las construcciones urbanas en los valles aluviales, muchas construidas con la esperanza de que sólo las alcanzara alguna inundación breve cada década, se encontraron sumergidas anualmente. Para colmo, no sólo aumentaron los caudales sino también la torrencialidad de las lluvias, llevándose puestos numerosos puentes. ¿Es todo porque estamos atravesando un ciclo húmedo? Los expertos consideran que los fenómenos naturales del Niño y la Niña tienen mucho que ver, y hay acuerdo generalizado – salvo Donald Trump, por supuesto- en que esos fenómenos se acentuaron por el calentamiento planetario, y éste a su vez por la carga de gases diversos - no sólo el CO2 - de origen humano en la atmósfera.
Hay mucha tela para cortar sobre las implicancias políticas de ese uso abusivo de la atmósfera: cómo se reparten las responsabilidades y las culpas, quién dedica o no fondos a las correcciones, cómo se distribuyen los fondos para paliar los cambios desfavorables, pero no es éste nuestro tema.
Aquí y ahora nos interesa analizar las causas de las inundaciones en el centro de nuestro país, la zona de cultivos de exportación más rica. Por ejemplo, EL Centro Norte de la provincia de Buenos Aires no se inundaba casi nunca. Ahora hay muchas áreas bajo el agua, parte por abundantes e inéditas lluvias localizadas y parte aportada por áreas más altas. El impacto no es sólo sobre los cultivos, sino también sobre la infraestructura vial por donde deberían circular las maquinarias y tractores. Ni hablar de los tambos y campos de engorde donde los animales deben comer todos los días, el pasto está bajo el agua y los fardos de forraje no pueden llegar.
Esa zona, como el Este de Córdoba, es muy llana, con amplias depresiones que actúan como chatas palanganas. Los excesos de agua van circulando lentamente de una región a otra, incrementados por las zanjas que muchos productores construyeron para facilitar el desagote de sus campos. Ya hemos visto en los medios de comunicación cómo esas situaciones generan disturbios y acusaciones entre vecinos y entre provincias. Paradoja: ya se comienza a hablar de las “guerras del agua” entre países y regiones que se disputan el recurso escaso, y aquí las disputas son por los excesos. Otra vertiente de las guerras del agua. Tampoco alcanzan las antiguas construcciones destinadas a guiar el agua ordenadamente hacia sus desagües naturales.
El agua tiene normalmente diversas vías de circulación, no sólo el escurrimiento superficial. El sol evapora y seca activamente los espejos de agua y los suelos encharcados. Muy efectivo, cuando los períodos de lluvias e inundaciones son muy breves. No siempre es el caso, a veces los nubarrones perduran.
Por otra parte, en suelos pampeanos formados por gruesas capas de sedimentos más o menos finos, la infiltración debería disminuir el agua en superficie y recargar el perfil del suelo hasta las capas profundas. Sin embargo, la infiltración es un proceso delicado: es rápido en las arenas, pero en sedimentos más finos requiere cierta esponjosidad para que el suelo superficial no se comporte como un pavimento semiimpermeble. Esa esponjosidad se logra con restos vegetales que aportan materia orgánica que los microorganismos descomponen para transformarla en humus. Durante el siglo pasado la frecuente alternancia de agricultura y ganadería en los campos contribuía a la formación de esos abonos. Hacia fin del siglo la ganadería fue siendo expulsada de los campos pampeanos, ante la mayor rentabilidad de la agricultura; y dentro de ésta, la rentable soja y la dupla trigo-soja, en detrimento de cultivos como el maíz, el sorgo, el girasol. A diferencia de los robustos maizales y sorgales, la soja y el trigo aportan poco follaje y por lo tanto poca materia orgánica al suelo: el pavimento y la impermeabilización fueron en aumento. Con la adopción generalizada de la siembra directa, al disminuir el movimiento de suelo y el pasaje de maquinaria pesada, se revirtió la disminución de materia orgánica y la situación mejoró, pero no lo suficiente como para actuar como paliativo efectivo contra los crecientes aportes hídricos. Por otra parte, con lluvias frecuentes y concentradas, los suelos suelen quedar saturados y no absorben más.
Como vemos, si se combinan todos los factores que contribuyen a las inundaciones en esas zonas, tenemos la tormenta perfecta, advertida por los expertos hace décadas. Justamente, estas disquisiciones van dirigidas a que reconozcamos que los fenómenos ecológicos no tienen un único origen, sino que surgen de la combinación de fenómenos naturales y acciones humanas. Casi siempre, estas acciones acentúan los efectos de los fenómenos naturales. Lo difícil es revertirlos.
Para la cuenca del Salado -otro caso distinto del anterior- Ameghino publicó muy reconocidas propuestas de retener el agua en las partes altas de la cuenca, evitando que inundara las partes bajas. Las propuestas fueron recicladas por lo menos una vez cada década desde entonces, y se revelaron como impracticables: hubieran requerido que los dueños de campos perdieran su “patria potestad” sobre los mismos y se avinieran a hacer las inversiones necesarias para un manejo activo del agua. Así que en estos problemas pueden intervenir también limitaciones de política económica difíciles de abordar.
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Otro capítulo de nuestros “desastres naturales” son los incendios en la Pampa Seca y en el Monte. Hay factores naturales principales, como una vegetación sensible a los incendios: arbustos con resinas inflamables que además facilitan la transmisión del fuego desde las copas, y un sotobosque con hierbas -gramíneas sobre todo- que, cuando se secan, son un tapiz fácilmente combustible. Las tormentas aportan rayos, los incendios son posibles en forma natural y la vegetación y todo el ecosistema está modelado en alguna medida por fuegos recurrentes. En regiones con períodos secos prolongados, los fenómenos Niño/Niña están haciendo estragos por sequías e incendios.
La novedad en este esquema, está dada nuevamente por la acción humana. En los ecosistemas secos predominan ganaderías extensivas con baja carga animal. Es una forma eficaz de convertir una vegetación no aprovechable como alimento, en bienes aprovechables como carnes comestibles, y también leche, cueros, lana, etc. El forraje principal son los pastos naturales, aunque generalmente pobres. Pero los pastos se van cargando de hojas y tallos secos poco comestibles, de garrapatas, víboras y otras alimañas que interfieren con el aprovechamiento integral de esas pasturas. La práctica más extendida entre los ganaderos, es esperar unos años a que se acumule suficiente forraje seco, escuchar -o no- un informe meteorológico, y prender fuego al campo. Con eso activan el rebrote verde y “limpian” el campo de parásitos e indeseables. En el norte de Río Negro detectamos también otra motivación: campo quemado “accidentalmente”, campo que se ve libre del impuesto inmobiliario.
Hasta aquí, la situación es comprensible (aunque no aceptable por ecólogos ni ingenieros agrónomos, que reniegan del fuego como herramienta). Pero resulta que, por una parte, la frecuencia de incendios pasa así a ser mucho mayor que los de origen natural (puede ser 10 veces mayor según los ecosistemas), lo que pasa a ser una causa de paulatina degradación de los suelos y los campos y, por supuesto atenta contra la biodiversidad.
Este es el verdadero riesgo y el origen de casi todos los grandes y extendidos incendios conocidos. Son, pues, incendios intencionales, y se agravan en épocas de seca cuando todos los campos están cubiertos de combustible vegetal. En esta situación el fuego es mucho más dañino que cuando es un fuego ligero que pasa rápidamente de copa en copa, porque los suelos y las raíces sufren temperaturas incompatibles con la vida y el humus en las capas superficiales. Y mucho menos controlable, la solución tiene que venir del cielo en forma de una lluvia abundante. Ni hablemos de las pérdidas en vidas humanas, en ganado, en infraestructura, hasta en poblaciones destruidas como en el caso reciente de nuestros hermanos chilenos. La responsabilidad y la culpabilidad originarias suelen ser indemostrables.
Por otra parte, el manejo del fuego requiere expertos para que no se “escape”, para interpretar los informes meteorológicos, para prevenir cambios en la dirección y velocidad del viento, para saber dónde iniciarlos y cómo bloquearlos. No es fácil, y los productores no manejan esas técnicas. Hay servicios provinciales que ofrecen expertos en el buen manejo del fuego, pero entonces ya es otro precio y no hay muchos dispuestos a pagarlo. Los frentes de avance son difíciles de extinguir, por extendidos. El combate con camiones y aviones hidrantes es duro y desigual, y sólo puede salvar a blancos localizados. Algún experto tendría que evaluar si es conveniente tener un superavión hidrante para usar de vez en cuando, o si es mejor destinar ese dinero a mejorar las dotaciones locales de bomberos con sus implementos. O destinar algún dinero regularmente a prevenir riesgos de incendio.
Nuevamente, nos encontramos con un complejo entramado de fenómenos naturales -sequías- con acciones humanas comprensibles pero no justificables, en tanto pueden producir efectos descontrolados y muy dañinos.
Como dijimos, se trata de fenómenos que, iniciados en ciclos climáticos que pueden mantenerse en periodos prolongados, son difíciles de revertir. Las recomendaciones de los expertos en cambio climático pasan por medidas de mitigación, cuando son posibles, y sobre todo por medidas de adaptación. Por ejemplo, campañas más enérgicas para que no se incendien los campos sin apoyo de expertos; no construir en los bajos inundables; utilizar variedades de cultivos resistentes al encharcamiento o a las plagas que proliferan en los ambientes húmedos; tener en cuenta los riesgos predecibles cuando se seleccionan variedades a cultivar (hay una gama de alternativas de fechas de siembra, cultivo y cosecha); planificar cuidadosamente los desagües, sin dejarlos a la iniciativa individual de los particulares; proyectar toda construcción de infraestructura teniendo en cuenta la posibilidad de excesos de agua.
La complejidad de situaciones gatilladas por cambios climáticos hace más difícil la comprensión de un evento, ya que cada causal interviene cada vez con distinto peso relativo. Pero a su vez, ofrece una cantidad de alternativas de acción orientadas a la prevención, la corrección temprana de comportamientos y errores, la mitigación, la adaptación. El rol de los poderes públicos es crucial y definitorio, lo difícil es convencer a funcionarios que sólo tienen jurisdicción sobre un pequeño sector especializado de la Administración, donde predominan estructuras muy compartimentadas.
* Doctora en Ecología – Experta en Medio Ambiente. – Autora de libros y trabajos sobre el tema, entre ellos “Memoria Verde” en colaboración con A.E. Brailovsky.