El mayor y más insidioso triunfo de la derecha
Los Republicanos conservadores han perdido su batalla con el cierre de la actividad gubernamental y el techo de deuda, y es lo más probable que no consigan grandes recortes de gasto en las venideras negociaciones presupuestarias.
Pero están ganando en lo principal: en la forma que tiene la nación de entender nuestro mayor problema interior.
Ellos dicen que el mayor problema es la dimensión del Estado y el déficit presupuestario.
Lo cierto es que nuestro mayor problema es la decadencia de la clase media y el creciente volumen de pobres, mientras casi todas las ganancias económicas van a parar a quienes se hallan en la cúspide.
El Departamento de Trabajo informaba el pasado jueves de que en septiembre sólo se crearon 148.000 puestos de trabajo, harto por debajo del promedio de 207.000 nuevos puestos de trabajo mensuales del primer trimestre del año.
Muchos norteamericanos han dejado de buscar trabajo. La tasa oficial de paro, del 7,2%, sólo refleja a quienes todavía buscan empleo. Si hubiera el mismo porcentaje de norteamericanos que contaban como fuerza de trabajo cuando Obama accedió al cargo, la tasa de paro hoy sería del 10.8 por ciento.
Ello es que, entre tanto, el 95 por ciento de las ganancias económicas registradas desde que empezó la recuperación en 2009 han ido a parar al 1 por ciento en la cúspide. El ingreso real medio de los hogares sigue desplomándose, y el número de norteamericanos por debajo del umbral de pobreza sigue creciendo.
Y bien; ¿qué hace Washington al respecto? Nada. Lejos de encarar el problema, vuelve a debatir cómo recortar déficit presupuestario federal.
El del déficit ni siquiera debería ser asunto de debate, porque ahora casi ha bajado a la misma proporción promedio –en relación con el total de la economía— de los últimos treinta años.
El triunfo del derechismo Republicano se extiende. El fracaso en alcanzar un acuerdo presupuestario reiniciará el llamado “secuestro”, los recortes generales y automáticos del gasto que tuvieron lugar en 2011 a resultas del último fracaso del Congreso para llegar a un acuerdo presupuestario.
Esos recortes automáticos se harán más y más apremiantes año tras año, reduciendo prácticamente todo lo que hace el gobierno federal salvo la Seguridad Social y Medicare. Mientras que cerca de la mitad de los recortes afectan al presupuesto de defensa, buena parte del resto afecta a programas concebidos para ayudar a los norteamericanos necesitados: para suplementos alimentarios para mujeres, niños y bebés; para financiar escuelas en las comunidades pobres; para programas públicos de ayuda familiar Head Start; para educación especial de estudiantes con discapacidades y problemas de aprendizaje; para subsidios de guarderías para familias trabajadoras; para asistencia en calefacción a las familias pobres. Etc.
El mayor debate que tendrá lugar en Washington en los próximos meses será si darle una tunda al déficit presupuestario federal recortando las posibilidades futuras de gasto y cerrando algunos agujeros y escapatorias fiscales, o bien regresar al secuestro. Bonitas opciones.
El triunfo real de la derecha se ha dado con su capacidad para modelar el debate nacional en torno al volumen del Estado y el presupuesto federal: con eso ha conseguido desviar la atención respecto de lo que realmente está pasando: la creciente concentración de los ingresos y de la riqueza de la nación en la archicúspide, mientras el grueso de los norteamericanos va quedándose más y más atrás.
Seguir recortando el déficit presupuestario –ya a través del secuestro del gasto público, ya mediante acuerdos de déficit— no hará sino empeorar las cosas, reduciendo la demanda total de bienes y servicios y eliminando programas de los que dependen los norteamericanos más vulnerables.
El Presidente y los Demócratas deberían reconfigurar el debate nacional y hacerlo pivotar en torno a la creciente desigualdad. Podrían empezar exigiendo un aumento del salario mínimo y más amplios programas de crédito sobre el impuesto a las rentas del trabajo. (El Presidente ni siquiera tiene que esperar a la aprobación del Congreso para actuar. Puede elevar el salario mínimo de los contratistas públicos mediante un decreto del ejecutivo.)
Reconfigurar el asunto central en torno a los puestos de trabajo y la desigualdad haría claro por qué es necesario aumentar los impuestos a los ricos y cerrar los agujeros y escapatorias fiscales (como esas “participaciones diferidas” que permiten a los fondos de capital riesgo y a los gestores de fondos especulativos presentar sus ingresos fiscalizables como ganancias de capital).
Aclararía por qué necesitamos invertir más en educación, desde la temprana infancia hasta la educación superior.
Un marco de debate así haría incluso más comprensible la Ley de Cuidados como medio para ayudar a las familias trabajadoras cuyos puestos de trabajo están menos remunerados o en trance de desaparecer, y por lo mismo, se hallan en peligro constante de perder su seguro de salud.
El asunto central de nuestro tiempo es la realidad de la creciente desigualdad de ingresos y riqueza. Cualquier otra cosa –el cierre del gobierno, la pugna sobre el techo de deuda, las continuas negociaciones sobre el déficit presupuestario— es una peligrosa distracción. El éxito de la derecha en punto a generar esa distracción es su mayor y más insidioso triunfo.
* Robert Reich fue secretario de Trabajo de EEUU bajo la Administración Clinton. Es catedrático de Políticas Públicas en la Universidad de Berkeley. Autor de ‘Aftershock’.
Sinpermiso - 27 de octubre de 2013