Artistas, locos y criminales
La avenida estaba cortada. No pasaban los camiones. No estaban las chicas ni las travestis llegadas desde la villa Zabaleta que se hacen unos pesos dándoles un poco de compañía a los camioneros. Desde ya, se habían rajado los paqueros que a veces duermen, entre cartones, bajo las zonas techadas del Ducó.
Las órdenes provenían del mismísimo jefe de Gobierno. Mauricio Macri supervisaba personalmente las operaciones y se las comunicaba directamente al jefe de la Metropolitana, Horacio Giménez, un ex comisario de la Federal exonerado después de la llegada de Nilda Garré al Ministerio de Seguridad. “Macri habla directamente con Giménez –confió un dirigente de la pata peronista del PRO a este cronista–. (Guillermo) Montenegro (ministro de Seguridad y Justicia) está pintado.”
El plan era simple y eficaz: desplazarse sin hacer ruidos por Amancio Alcorta hasta Perdriel y meterse con sigilo a los terrenos del Hospital Borda con topadoras y barrer en pocos minutos el Taller Protegido de Rehabilitación número 19. “Copiado” dijo el oficial de Infantería a cargo de los efectivos, que llevaban al frente efectivos con armas cortas, escopetas con balas de gomas y también munición de posta. Las primeras, en la jerga de la Metropolitana y todas las policías bravas, son para disuadir. Para calmar sus culpas, los instructores les aclaran que, salvo excepciones, las balas de goma no matan a nadie. Las de posta, en cambio, son para matar. A los fierreros fanáticos, que abundan en las tropas de asalto policial, también les gusta el brenneke, esa munición que es escupida por esas mismas escopetas 12.70. El brenneke es un plomazo capaz de matar a un chancho salvaje o desparramar las tripas de algún violento muy díscolo.
Digresión necesaria. Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados con cartuchos de posta (plomo) escupidos por las temibles Itaka 12.70. Bien lo demostraron los abogados querellantes y los testigos de la masacre de Avellaneda aquel 26 de junio de 2002. Bien lo supo el reportero gráfico Pepe Mateos, que pudo retratar para Clarín aquel crimen. Claro, al día siguiente, por el matrimonio entre Clarín y el presidente Eduardo Duhalde, el título del matutino fue “La crisis causó dos muertos”. Para los editores de ese diario no se trataba de una ratonera criminal para disciplinar al pueblo sino un resultado natural. Los piqueteros morían por la crisis. Eran matados por segunda vez.
“Copiado”, repitió el jefe del operativo a diez minutos de dejar despoblado el Ducó y estar frente al Borda por Perdriel. Su jefe le había aclarado que no iba con orden de juez alguno, ni acompañado por fiscal alguno ni llevaba la orden administrativa de ministro alguno. “Esta es la orden” le había transmitido el jefe de la Metropolitana. Además de las topadoras, sabiendo lo que venía, habían acordonado a unas cuantas ambulancias del SAME. Los médicos y enfermeros estaban más que nerviosos. No sabían lo que pasaba, pero la mayoría conocían vagamente el conflicto. Sucintamente: unos meses antes, la Legislatura porteña había logrado los votos para que la venta del Mercado del Plata sirviera de base para la instalación de la nueva sede del Gobierno de la Ciudad. Centro Cívico decidió bautizarlo Macri y la decisión era instalarlo en el corazón de Barracas, donde sus inversores habían tenido la astucia de comprar barato todos los edificios y terrenos lindantes. Pero hay algo más. Inquietante. La sede del gobierno tenía que instalarse sobre el Borda demolido. Una vieja tradición indica que los edificios –a veces religiosos, a veces políticos, a veces las dos cosas– emblemáticos de los vencedores tienen que estar sobre las ruinas de los edificios de los vencidos. Los Reyes Católicos y sus inquisidores destruían sinagogas y mezquitas para erigir iglesias. Macri había elegido, el jueves a la noche, en medio del clima político que consideraba propicio, enviar a sus fuerzas especiales a tirar abajo al taller protegido de rehabilitación psiquiátrica número 19. El lugar de “los violentos” como los mencionó decenas de veces Macri el viernes a la tarde en una conferencia donde se mostraba con la frialdad del perturbado.
La represión encontró resistencia. Eran los maestros, los enfermeros, los que reciben apoyo y contención. Era ese tejido de la sociedad que no le tiene miedo a la locura porque sabe que los locos no son los otros ni hay que extirparla. Los nazis se ensañaban con los gitanos, los homosexuales y los locos. No sólo con los judíos y los comunistas. Las balas de goma y las topadoras quisieron terminar con algo notable. Todavía está en la web lo que ofrecen los violentos del taller protegido número 19. Vean qué violento: “Procedimiento de Ingreso: 1) El paciente debe ser derivado por el profesional tratante, quien continúa a cargo de la asistencia del mismo. 2) El postulante tiene que concurrir a la Institución (Suárez 2215, Dirección de Rehabilitación. L a V de 8 a 12 hs) para retirar los Formularios de Derivación: Ficha Médica, Ficha Social y Ficha de Control de tratamiento. Con la entrega de los Formularios se le comunica día y hora para la entrevista. 3) Ese día el postulante deberá presentarse con los formularios completos y, en lo posible, con un familiar o persona responsable. 4) La Entrevista de Admisión se orienta a la evaluación del paciente, con el fin de estimar sus posibilidades para acceder a este tratamiento de rehabilitación En la misma se tiene en cuenta: diagnóstico, historia de la enfermedad, estado actual, pronóstico, tipo de tratamiento, antecedentes laborales, educacionales y situación familiar. 5) Si el paciente es admitido, ingresa al Taller de Adaptación y Orientación. En caso contrario se le brinda la información pertinente a sus necesidades actuales”.
“Copiado” repetía el jefe del operativo mientras las topadoras avanzaban sobre los edificios que albergan los legajos, las evaluaciones de los médicos, las pinturas de los pacientes, las comidas para el almuerzo de ese viernes 26. Junto a los resistentes, había periodistas, reporteros gráficos y camarógrafos que registraban, con oficio certero, la violenta represión. Pepe Mateos, el mismo que casi 11 años atrás registraba la masacre de Avellaneda, se adelantó para tomar posición y registrar cómo las topadoras hacían lo suyo. Recibió una bala de goma en la pera. Al lado suyo, también cámara en mano, avanzaba su colega de La Nación, Ricardo Plistupluk, que recibía balas de goma en el pecho. Este cronista habló largo rato ese viernes por la tarde con Mateos y le decía algo curioso: “Las balas de goma son raras. Al principio no sentís nada. Ricardo no se daba cuenta de que le habían tirado”. Poco después, unos grandotes con uniforme de combate reducían a Mateos. Quizás algunos de ellos o sus jefes supieran quién es Mateos. Quizá no les importe un pito. Pero varios de la Metropolitana son exonerados de la Bonaerense, precisamente eyectados después de la masacre de Avellaneda. Esos que lo redujeron no tenían ni idea de quién era el reducido. Pero la reducción incluyó que la cabeza de Mateos diera contra el piso y tuviera que quedarse durante ese día “en observación”. En el momento que lo tenían en el piso, por supuesto, le sacaron la cámara y lo esposaron por atrás. “Aflojame las esposas”, pidió. Al rato, alguien se ocupó de que así fuera. Sin esposas, llamó al diario. Lo llamaron a Montenegro, el que está pintado para las órdenes, según dicen alrededor de Macri.
Mateos fue liberado. Por la noche, cuando le preguntaron por Mateos a Macri contestó cualquier cosa. Su acompañante, el pintado Montenegro, aclaró algo. Entre los periodistas que estaban en la conferencia de prensa circulaba con indignación que TN fue el último canal de noticias en dar al aire que a Mateos lo habían golpeado y detenido. Al día siguiente, ayer, Clarín mandó el tema abajo y con tipografía bastante pequeña. El título no era “La crisis causó dos muertos”. Esta vez fue “Graves incidentes en el Borda, con 36 heridos”. De Mateos ni noticia. La bajada, magnífica locura, decía: “La Metropolitana chocó con manifestantes contrarios a la obra del Centro Cívico”.
Miradas al Sur - 28 de abril de 2013