El consumo responsable debe ser también popular

Enrique M. Martínez


Todas las personas transitamos por la sociedad en funciones diversas. Somos padres o hij@s, empleadores o emplead@s, jubilad@s, estudiantes, docentes. Infinidad de roles que nos toca cumplir, por supuesto en muchas ocasiones con varios sombreros a la vez. Una faceta común a todos es la de consumidores. Debemos conseguir bienes o servicios que atiendan nuestras necesidades. Todas las necesidades, las básicas y aquellas otras que nos dan especial placer o nos hacen ver el futuro con más serenidad.

Siempre se ha dicho que debemos ser consumidores responsables. Eso quiere decir: comprar alimentos sanos o adquirir electrodomésticos que aseguren un uso eficiente de la energía que consumen, por ejemplo. Más recientemente, se agrega una mirada importante sobre la posibilidad de reciclar todo o gran parte del bien que compremos, cuando haya cumplido su vida útil. O separar nuestros desechos de manera de facilitar la recuperación de todo lo posible. Las empresas se han sumado a esta convocatoria, agregando a sus argumentos de venta el respeto por el ambiente, con fundamentos correctos u otros que lo parecen y no lo son tanto.

Entre los atributos de un consumidor responsable no aparecen normalmente cuestiones que puedan afectar al capitalismo. A lo sumo, tenemos derecho creciente a cuestionar el riesgo de contaminación con agroquímicos o la obsolescencia acelerada de algunos productos. O sea: podemos reclamar a nuestros proveedores mayor cuidado o mayor lealtad.

Nada nos estimula, sin embargo, a que nos llamemos consumidores responsables porque prestemos atención a lo que hacen las empresas con el dinero de nuestras compras. Si una empresa láctea desplaza con su poder financiero a sus competidoras más pequeñas y nos vende a partir de allí la leche más cara, ayudada además por una publicidad agobiante, podemos seguir siendo responsables a pesar de comprarle su producto. Es más, si nos dice que tiene un agregado de hierro, seríamos más responsables si le compramos.

Sin embargo, con esa decisión estamos habilitando a esa empresa a que continúe con esa política, que en definitiva nos impide a nosotros y a millones de compatriotas comprar otras cosas, porque se queda con más dinero del necesario. Somos responsables y nos hacemos más pobres por eso. Suena algo tonto, ¿no?

Tiene una explicación esta aparente contradicción.

La democracia se ha convertido en un mecanismo de delegación a través del voto. Votamos y esperamos que el Gobierno elegido nos cuide y, entre otras cosas, evite que sucedan cosas como las que se acaban de relatar. Lamentablemente, la densidad de temas que afrontan los gobiernos ha aumentado tanto con las décadas que el recurso más a mano que se dispone es llamar a las empresas que nos están embromando con los precios y pedirles negociar términos más adecuados. En esos escenarios, las empresas tienen la sartén por el mango y el mango también.

Si el Gobierno quiere recurrir a formas alternativas de provisión, la mayoría de las veces es demasiado tarde. El sistema funciona con una inercia tal, que nosotros – los consumidores responsables – volvemos a concentrar nuestra mirada en la blancura de la leche o la cantidad de microorganismos que dice la etiqueta y a pagar resignadamente lo que nos piden.

¿Existe otro camino?: Hay que construirlo y hacer camino al andar. ¿Qué se necesita?

Algún eslabón de la cadena de valor que crea posible achicar de verdad la distancia entre lo que recibe el productor y lo que paga el consumidor. Llamémosle un distribuidor popular (DP)

. Una o más productoras que se interesen en vincularse con esos DP.

. Al mismo tiempo que los DP establezcan costos mínimos por su intervención y los productores entiendan que el precio al consumidor es clave, intentar estudiar todo el tiempo como hacer más eficiente cada uno de los pasos desde la tierra a la mesa.

. A esa alianza conseguir relacionarla con la mayor cantidad de consumidores que entiendan que es necesario conocer el destino de su dinero, porque de lo contrario, pueden hacerse ellos mismos más pobres cada día que realizan una compra. A esos compatriotas los llamaremos consumidores responsables y populares (CRP). Se preocuparán de la calidad, precio y pertinencia de lo que compran y además de a quien benefician con esa compra.

En el Instituto para la Producción Popular (IPP),afectos como somos a plantear trabajos prácticos sociales, comenzamos ahora una nueva etapa de nuestro programa Tod@s Comen, que es Tod@s Comen Va a Tu Casa, donde pretendemos mostrar – por ahora con alimentos de almacén y en poco tiempo con los demás – que las figuras del Distribuidor Popular y el Consumidor Responsable y Popular pueden tener existencia real y concreta.

Invitamos a sumarse. Recorran la oferta concreta, que se empieza a distribuir por ahora solo en CABA, pero se expandirá de manera permanente en términos geográficos y de canasta alimenticia. Está en:

https://todoscomen.produccionpopular.org.ar

Es un paso. Cuando aparezcan DP de indumentaria, de vajilla, de productos de limpieza, de pañales, estaremos transitando en caravana por una autopista transformadora de la producción y distribución de bienes de consumo básicos en la Argentina.

De todos depende hacer volar la idea y anclarla a la práctica, lugar por lugar.

 

Motor Económico - 28 de noviembre de 2020

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