El sexo de los ángeles

Claudio Scaletta
El déficit fiscal primario de 2015 estará por debajo de la media regional y global. Las distintas mediciones, oficiales y paralelas, lo sitúan entre menos de 1 y hasta 3 puntos del PIB. El déficit financiero, es decir; después del pago de deuda, estará entre el 2 y el 4 por ciento del Producto, siempre según quién lo mida. A pesar de estos números, Argentina asiste a una suerte de revival fiscalista, tanto de los conocidos de siempre, como de algunos que rodean al candidato del FpV. En este contexto, la Ley de Presupuesto 2016, apenas un esquema guía para la distribución de los recursos del Estado, y que en el mejor de los casos brinda algún indicio sobre qué pretende priorizar el gobierno, es tratada acríticamente como una presunta ley de leyes, un empeño repetitivo que ignora el rol histórico del instrumento.

Sobre la base de esta exaltación de la función del presupuesto se elaboran todo tipo de razonamientos ad hoc. Se dice, por ejemplo, que el proyecto de 2016 reconoce el problema del déficit y que, por ello, avanzará en un “ajuste”: gastos por debajo de los ingresos. Se habla también, con gran preocupación, del volumen de la asistencia del Banco Central al Tesoro. Sin meterse en cuestiones tan evidentes como que la separación entre ambas cuentas/cajas es una ficción, en tanto las dos pertenecen al mismo dueño, lo que en realidad importa, lo que sí se encuentra en el centro del análisis de la aplicación de los recursos públicos, no es el resultado contable de deudas entre un mismo sujeto (el Estado), sino el funcionamiento de la economía.

Frente a un contexto externo adverso, con desplome de Brasil y baja de los precios internacionales de las principales exportaciones, el Gobierno busca contrarrestar con políticas expansivas. Su objetivo no son los equilibrios de corto plazo, sino el ciclo económico. Supóngase que se necesita que el Estado sostenga el gasto para evitar que caiga el PIB y que en el corto plazo se recauda menos de lo que se necesita; en términos neoclásicos, para evitar sustraer recursos del sector privado. Como respuesta el BCRA asiste al Tesoro. Supongamos que expande la cantidad de dinero, pero al mismo tiempo esteriliza, toma deuda del sector privado, licita bonos. La única diferencia entre los dos papeles del BCRA, los bonos y el dinero, es que unos pagan interés y los otros no; pero ambos son deuda. Gracias a esa asistencia entre cuentas del mismo propietario se consigue que el PIB no caiga e incluso se expanda, lo que conduce a que los ingresos aumenten. Si se siguiese, en cambio, el procedimiento inverso, la contracción económica derivada de la baja del gasto provocaría una caída del Producto y de los ingresos, lo que profundizaría el déficit. Un sufrimiento autoinfligido e innecesario. En otras palabras, el déficit, o el superávit, de las cuentas públicas, son una consecuencia, no una causa. Los déficit son producto de la contracción y los superávit de la expansión, no son buenos ni malos per se, son el resultado de otra cosa. Esto no quiere decir que se pueda hacer cualquier cosa, que no exista la necesidad de un manejo ordenado de los recursos, quiere decir que en el análisis económico no deben confundirse causas con efectos y que los instrumentos de la política económica no pueden ser objetivos en sí mismos.

Las preguntas clave en materia de déficit son otras: cómo se financia y con qué nivel de deuda pública se relaciona, cuál es su magnitud relativa y qué relación tiene con el crecimiento del Producto. Es evidente que partiendo de un nivel de deuda del 40 por ciento del PIB, una de las más bajas del mundo, no hay mayores problemas para autofinanciar la expansión del gasto con moneda propia para contrarrestar el impacto del viento de frente del resto del mundo, más cuando, en la más desfavorable de las mediciones, los niveles de déficit fiscal son bajos en la comparación internacional. Y lo más importante: si la economía hubiese sido conducida con el objetivo de los equilibrios de las cuentas públicas, el freno habría comenzado en 2008 y la recesión en 2011.

Quizá la relación causa efecto entre déficit/superávit y contracción/expansión suene repetida, pero sucede que el lector medio recibe un bombardeo constante de la doctrina contraria, doctrina cuya hipótesis de “ajuste expansivo” no se verifica en ningún lado. Por ello es necesario recordar Grecia, Brasil, España, Argentina en distintos períodos y siguen las firmas. Los problemas actuales de la economía local no tienen nada que ver con los déficit presupuestarios transitorios en moneda propia y entre cuentas de un mismo dueño. El único problema verdadero es el déficit externo. Si bien no faltan quienes añoran la existencia de mecanismos férreos para controlar el gasto, la única ley de hierro para el crecimiento y la distribución del ingreso es el Balance de Pagos. Discutir sobre el nivel de déficit separado del ciclo económico es tan relevante como hacerlo sobre el sexo de los ángeles.

Suplemento CASH de Página/12 - 20 de septiembre de 2015

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