Estados Unidos y la reacción xenófoba contra la inmigración latina
Como reacción, se erige un muro en la porosa frontera con México y resurge un discurso racista y xenófobo, llevado al paroxismo por el precandidato a la presidencia Donald Trump, quien hasta ahora encabeza las encuestas del Partido Republicano. Sectores conservadores resisten la aprobación de una reforma migratoria que otorgue cobertura a millones de habitantes que son superexplotados por vivir en la ilegalidad.
Desde la época colonial, América del Norte se nutrió de inmigrantes, que fueron desplazando a los pueblos originarios. Si primero provenían de Gran Bretaña y Francia – además de los millones de africanos que fueron traídos por la fuerza como esclavos –, ya en el siglo XIX fueron incrementándose los contingentes del Sur y Este de Europa. Hasta la Primera Guerra Mundial, más de 30 millones de habitantes del Viejo Continente cruzaron el Atlántico para afincarse en la tierra prometida. Ya en la segunda mitad del siglo XX, las principales corrientes migratorias hacia Estados Unidos provinieron de Asia y América Latina. En 1875 se aprobó la primera ley de inmigración, y a partir de ese entonces se fue sancionando una compleja legislación, que intentó regular y controlar los flujos poblacionales. Durante la Gran Depresión, más de 400.000 mexicanos fueron deportados. Hacia 1954, se lanzó la Operación Espaldas Mojadas – desde los años ‘20, así se denominaba despectivamente a los inmigrantes mexicanos que habían llegado ilegalmente, muchos de ellos atravesando el Río Bravo –, que expulsó a más de un millón de inmigrantes del país vecino.
El primer quinquenio del siglo XXI batió un nuevo récord ya que llegaron más de 8 millones de inmigrantes, casi lo mitad de los cuales lo hizo en forma ilegal. Tras los atentados del 2001, se estableció una política más restrictiva contra los que llegaban sin papeles. El presidente George W. Bush lanzó la Operación Guardián y en 2007 inició la construcción de un oprobioso muro para endurecer los controles en los más de 3.000 km de frontera con México.
El problema de la inmigración indeseable es global. El capital tiende a eludir las barrenas nacionales, pero los Estados las refuerzan, respondiendo a lógicas no siempre compatibles. Se negocian y ponen en vigencia tratados de libre comercio que consagran la libre movilidad de las mercancías y los flujos financieros, pero no así de las personas, otorgando así mejores condiciones para explotar al trabajo. Esto ocurrió hace dos décadas, por ejemplo, cuando se aprobó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (conocido como NAFTA, por su sigla en inglés), que alentó la instalación de maquilas en México, pero no permitió la libre circulación de trabajadores mexicanos en Estados Unidos. La diferencia económica entre ambos países es abismal: el PBI de Estados Unidos es 24 veces superior al de México. Por la persistente diferencia salarial al Norte y Sur del Río Bravo, cientos de miles de latinoamericanos intentan cada año cruzar una de las fronteras más peligrosa del mundo. Según la Organización Internacional de la Inmigración, entre 2000 y 2014 murieron alrededor de 6.000 personas tratando de atravesarla. La negativa a legalizar a los inmigrantes indocumentados – actualmente más de 11 millones – responde a una racionalidad económica: permite la sobreexplotación de la fuerza de trabajo más descalificada, entre la que destacan los latinos.
Los trabajadores de origen hispano, junto a los afroamericanos, son quizás los más explotados en Estados Unidos. A diferencia del resto del mundo, en ese país no se celebra el 1 de mayo, sino el Labor Day, el primer lunes de septiembre, con escasas connotaciones reivindicativas. Sin embargo, en 2006, millones de trabajadores latinos organizaron el 1 de mayo una gran huelga y boicot, y marcharon por sus derechos, exigiendo una reforma migratoria integral. A partir de entonces, esa fecha, emblemática para el movimiento obrero a nivel mundial, cobró creciente relevancia también en Estados Unidos, donde se entremezclan así las identidades étnicas y de clase.
La extensísima frontera entre Estados Unidos y México alberga a una población aledaña de más de 10 millones de personas, la mayoría viviendo del lado del Sur. Casi 500.000 indocumentados atraviesan anualmente y en forma clandestina ese poroso límite, buscando un trabajo mejor pago. México se transformó en una zona tapón, el paso obligado para miles de centroamericanos que cada semana arriesgan sus vidas afrontando la odisea de la entrada clandestina. Las descripciones de los vejámenes que padecen inundan las crónicas periodísticas. Como señaló José Luis Hernández, un joven hondureño que fue mutilado al intentar entrar ilegalmente, “México es la escoba que usa Estados Unidos para limpiar la basura que no quiere que llegue a su país”. El submundo de corrupción que rodea la inmigración de los sin papeles es infernal.
A partir de los cambios demográficos que produjo el creciente peso hispano en la sociedad y la cultura estadounidenses – hoy son más de 55 millones, superando así a los afroamericanos como primera minoría –, influyentes intelectuales, como Samuel Huntington, argumentan que está en peligro la identidad nacional, que se corre el riesgo de una bifurcación. Hoy existe un poderoso lobby para oponerse a una reforma migratoria que permita legalizar a los millones de indocumentados. En la actual campaña electoral, de cara a las elecciones presidenciales de 2016, reapareció un discurso xenófobo y racista, encarnado en el magnate Donald Trump, quien escaló en las encuestas denigrando a los inmigrantes latinos, y en particular a los mexicanos: “Están enviando gente que tiene muchos problemas, nos están enviando sus problemas, traen drogas, son violadores, y algunos supongo que serán buena gente, pero yo hablo con agentes de la frontera y me cuentan lo que hay”. Una de sus provocadoras propuestas es que, de llegar a la Casa Blanca, obligará al gobierno mexicano a financiar la expansión del muro que delimita parte de la frontera. También prometió deportar a los más de 11 millones de sin papeles en su primer año y medio como presidente. Trump es un emergente de una tradición xenófoba y racista que representa a una porción de la sociedad estadounidense, llevando al límite la idea del destino manifiesto y del pueblo elegido. Para evitar la destrucción del sueño americano que enarbolaron los blancos angloprotestantes que fundaron el país, argumentan, es necesaria una depuración de la sociedad estadounidense, expulsando a los indeseables.
En la campaña de 2008, Obama logró movilizar a su favor el voto latino prometiendo que en los primeros 100 días de su gobierno aprobaría una amplia reforma migratoria. Sin embargo, se acerca el final de su segundo mandato y todavía no pudo instrumentarla. Los republicanos, en la Cámara de Representantes, frenaron en 2013 un diluido proyecto bipartidista que había sido aprobado en el Senado. En noviembre de 2014, Obama dispuso una acción ejecutiva para frenar las deportaciones – que vienen incrementándose en los últimos años –, pero ésta fue bloqueada por la Justicia, tras una demanda de gobernadores de varios estados. Con minoría en ambas cámaras del congreso desde enero de este año, Obama intenta seducir nuevamente a los latinos para reforzar las chances electorales de su partido, de cara a las próximas presidenciales. Por eso aprovechó la reciente visita del Papa Francisco para presionar políticamente a los legisladores de la oposición. En su visita a Filadelfia, el líder de la Iglesia Católica señaló: “Recordemos las grandes luchas que llevaron a la abolición de la esclavitud, la extensión del derecho de voto, el crecimiento del movimiento obrero y el esfuerzo gradual para eliminar todo tipo de racismo y de prejuicios contra la llegada posterior de nuevos americanos”. El Papa hizo reiteradas alusiones a la injusta situación de los inmigrantes y en 2016 visitará México, donde se esperan acciones simbólicas sobre esta problemática.
El señalamiento de la inmigración como un peligro y un flagelo que amenaza a la sociedad es un emergente de la ofensiva ideológica neoconservadora estadounidense. Disponer de un mercado de trabajo fragmentado, segmentado y competitivo, dificulta la organización unificada de la fuerza de trabajo. Alienta la competencia entre trabajadores (legales o ilegales, nacionales o extranjeros) para dificultar la solidaridad y la consolidación de una conciencia de clase. El objetivo es desplazar las tensiones y contradicciones verticales, entre clases sociales, hacia conflictos horizontales, ya sea étnicos, raciales o nacionales. Abordar el tema migratorio, en Estados Unidos, exige analizar las contradicciones fundamentales de un sistema cuyo objetivo es el lucro y no el bienestar o la ampliación de los derechos colectivos, a través del intercambio y la convivencia de una sociedad diversa.
-Leandro Morgenfeld es Doctor en Historia. Profesor de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IDEHESI-CONICET. Integra el Grupo de Trabajo CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Peña Lillo/Continente, 2011) y de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, 2012).
El País Blog Contrapuntos - 31 de diciembre de 2015