La danza del dragón, el elefante y el oso
La OCS mostró la enorme dimensión de la multipolaridad frente a unos EE.UU. anquilosados.
Durante los primeros días de septiembre, dos imágenes provenientes de China sacudieron la escena internacional: la foto de Xi Jinping, Narendra Modi y Vladimir Putin en la cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), y la impactante conmemoración del 80º aniversario de la victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, donde la República Popular China mostró sus enormes capacidades militares y tecnológicas.
A diferencia de otras ocasiones, los medios del Occidente geopolítico esta vez no pudieron hacerse los distraídos. Casi ya no queda un analista que no admita, aún a regañadientes, la nueva realidad geopolítica multipolar (relativa y asimétrica, desde mi perspectiva).
Si algo faltaba para confirmar esta situación harto evidente, fueron los últimos movimientos de India mostrando su autonomía estratégica y su apuesta secular a las asociaciones euroasiáticas emergentes, a prueba de presiones imperiales estadounidenses. No es algo novedoso para quienes seguimos los pasos del gigante del sur de Asia, pero sí contundente; especialmente para quienes, desde imaginarios anacrónicos, contaban a Nueva Delhi como parte de los activos estratégicos del Occidente geopolítico.
La OSC y el ascenso de Eurasia
Ya en 2014, muchos analistas del polo anglo-estadounidense miraban a la OCS como una OTAN paralela de Eurasia. En realidad, no existe algo así como el artículo 5 de la OTAN que establece que un ataque armado contra uno o más de sus miembros en Europa o América del Norte se considerará una agresión contra todos los miembros. Es decir, no es necesariamente una alianza militar. Pero sí es una asociación estratégica, con un componente muy fuerte en materia de seguridad, además de económica y política.
La OSC es la primera organización regional multilateral, y nace en el 2001, en el corazón de Eurasia, como cristalización de la estrategia de China y Rusia de avanzar hacia un mundo multipolar, integrando a Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán en Asia Central. Como siempre recuerdo, tres meses después de su fundación, Estados Unidos, el Reino Unido y aliados inician la invasión a Afganistán, como respuesta a los atentados a las Torres Gemelas y bajo el argumento de perseguir a Osama protegido por los Talibanes (raro que no hayan buscado por otros países, considerados aliados…). En realidad, de forma indirecta, con la Guerra Global contra el Terrorismo, había comenzado el “Gran Juego” del siglo XXI.
El “espíritu de Shanghái” refiere a la ciudad china donde se creó y a los valores de amistad, cooperación y prosperidad regional que esta pretende garantizar. En dicho contexto, la OCS surgió en 2001 como un foro de cooperación económica, pero sobre todo de seguridad para combatir el terrorismo, el extremismo religioso y el separatismo. Tales son las tres amenazas o “tres males” que tanto Beijing como Moscú veían que podían ser instrumentalizados por el Occidente geopolítico en función de objetivos geoestratégicos. Y esas preocupaciones se mantienen; basta ver la cuestión de Sinkiang o Xinjiang.
La expansión de la OCS en momentos geopolíticos claves da cuenta del reequilibrio de poder a favor de un mundo multipolar. En 2015 iniciaron su incorporación la India y Pakistán, justo después del inicio del conflicto bélico en Ucrania, foco central de la Guerra Mundial Híbrida (GMH) en desarrollo desde 2014. Nueva Delhi ya compartía con China y Rusia el espacio de los BRICS, pero ahora se asociaba con potencias reemergentes en un espacio de cooperación estratégica en materia de seguridad, justo cuando desde el mundo anglosajón construían narrativas de “Nueva Guerra Fría”, mientras intentaban reforzar las estrategias de contención contra los emergentes.
En 2021, con la pandemia actuando como hecho catalizador de las tendencias fundamentales de la actual transición del sistema mundial, comenzaron las negociaciones con Irán, que finalmente se incorporó en 2022. En 2024 le siguió Bielorrusia, socio fundamental de Moscú.
Con 10 países miembros (que representan a 3.400 millones de personas y comprenden un territorio de 36 millones de kilómetros cuadrados), junto con la adhesión de otros 17 países como socios de diálogo —entre los que se encuentran Turquía, Arabia Saudita y Egipto—, la OCS se consolidó como la principal organización de articulación política y de seguridad de Eurasia, cristalización acabada del “bloque histórico” en ascenso.
Ello explica que en la cumbre hayan participado más de 20 jefes de Estado, incluidos los líderes de Rusia, China, India, Turquía, Irán, Corea del Norte, Pakistán, así como el secretario general de la ONU, António Guterres, y 15 dirigentes de países socios. También participó en representación de Brasil el excanciller Celso Amorim, hombre clave de la política exterior para Lula.
Mapa de la OCS
La rapacidad del águila provoca el acercamiento del Dragón, el Elefante y el Oso
Si el viejo orden unipolar y el unilateralismo angloestadounidense constituyó una de las razones fundamentales de la creación de la OSC y su expansión —ya que los actores afectados en sus intereses tienden a construir relaciones para generar otros equilibrios de poder—, la última cumbre volvió a confirmar esta tendencia. De hecho, la escalada de la guerra arancelaria de Trump contra India, con el objetivo de aislar a Rusia y debilitarla económicamente para que Moscú deba negociar la Paz en Ucrania bajo las condiciones de Washington, generó el efecto contrario. Si algo cuida con excesivo recelo Nueva Delhi es su autonomía político-estratégica; y Trump, en su desesperación, apuntó directamente contra dicha autonomía, buscando afectar una relación principal e histórica para la India, que a su vez le permite equilibrar a China.
Esta lógica no es nueva, es parte de un proceso histórico de más largo plazo. Sin embargo, muestra que Donald Trump no puede dejar de reproducir esa lógica, a pesar de reconocer la nueva realidad multipolar.
Resulta evidente que la contradicción política central a nivel mundial no es entre globalistas y nacionalistas, sino entre fuerzas unipolares (globalistas, americanistas y nacionalistas) y fuerzas multipolares emergentes. Estas últimas son, por definición, soberanistas y buscan fortalecer la posición de sus Estados nacionales. La cumbre de la OCS en China volvió a dejar clara dicha cuestión. También lo hizo la cumbre en Río de Janeiro del BRICS+. Trump reconoce, en términos prácticos y a regañadientes, el nuevo (des)orden multipolar, pero, a la vez, no puede admitir el nuevo lugar que este escenario geopolítico prevé para EE.UU. Es decir, no puede dejar de ser un representante (antiglobalista) del unipolarismo en crisis.
La sede es también el mensaje. La ciudad portuaria de Tianjin, donde se realizó la cumbre, es uno de los cuatro municipios bajo dirección central del Estado chino. Con de 14 millones de personas, posee una gran relevancia estratégica, histórica y simbólica. Espacios de esa ciudad fueron ocupados como “concesiones”, obtenidas a punta de cañón, por parte de las potencias extranjeras durante el siglo de humillación que comenzó con la primera guerra del opio (1839-1842), impulsada por el imperio británico. La cumbre de la OCS en Tianjin refuerza la idea del Fin del Siglo de Humillación que marca a la República Popular China desde 1949. En este sentido, el evento coincidió con una imponente celebración por el 80 aniversario de la victoria sobre Japón en la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa (1937-1945) y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Varias cosas podemos decir acerca de lo que expresan las imágenes, del significado de las reuniones, y de lo que la declaración formal indica en este contexto particular.
En primer lugar, no caben dudas de la impronta china que tuvo esta cumbre, teniendo en cuenta que, de manera separada, no es para nada sencillo el acercamiento entre líderes de dichos países. La diplomacia china como rasgo singular y rector, mostró sus frutos también en esta instancia. Beijing se ha vuelto un actor central, o probablemente el actor estatal principal, de la diplomacia mundial.
En segundo lugar, está en claro cómo China, India y Rusia —el dragón, el elefante y el oso—, junto a otros países, están rediseñando el mapa de Eurasia fortaleciendo su política de integración. Como mencioné, uno de los hechos más destacados de la cumbre fue la foto entre Xi Jinping, Narendra Modi y Vladimir Putin, que grafica la consolidación del triángulo geoestratégico eurasiático propuesto por el ex primer ministro ruso Yevgueni Primakov en 1997, con el objetivo de contrabalancear el orden unipolar comandado por los Estados Unidos. De hecho, el RIC (Rusia, India y China) es el núcleo del mundo emergente con base en Eurasia.
En tercer lugar, dicho rediseño sucede en simultáneo con las reiteradas demandas (como en la última cúpula de los BRICS) ante Trump y Europa por reformar la ONU y sus instituciones. Según dice la Declaración, “el panorama internacional actual está experimentando cambios y turbulencias. La ONU y el multilateralismo se enfrentan a nuevos retos. El déficit en la gobernanza global sigue creciendo”. Lo cual refuerza la idea de que las instituciones vigentes no logran dar respuesta a los problemas actuales, tanto por incompetencia como por falta de autoridad en el ejercicio del derecho internacional.
En cuarto lugar, este impulso se expande por el Sur Global. El mismo espíritu multipolar, que caracteriza la diversidad de Estados que se reúnen en los BRICS, se hizo presente también en esta declaración, reclamando un lugar de mayor jerarquía para el Sur Global. Lo cual conlleva al pedido de una estructura internacional diversificada que plantee una gobernanza más equilibrada entre occidente y oriente.
En quinto lugar, es para destacar la cercanía que se mostró entre Putin y Xi, algo que inquieta a EE.UU. en pleno proceso de debilitamiento de su poder relativo y sus intentos de acercarse a Rusia para alejar al Kremlin de Beijing. Asimismo, Xi y Modi se reunieron un día antes, el domingo 31 de agosto, indicando que China e India son socios, no rivales, y que, en lugar de verse como amenazas, pueden verse como posibilidades de desarrollo mutuo, al tiempo que mantienen la lógica competencia.
Ambos países destacan su pertenencia política al Sur Global y apuestan liderarlo. Son los dos de los gigantes asiáticos cuyas economías han mostrado un gran dinamismo en los últimos años, que explica buena parte del crecimiento mundial. En palabras del propio Xi: “Mientras ambos países mantengan esta dirección general, los asuntos específicos en las relaciones bilaterales se resolverán y habrá un progreso constante y sostenido en los lazos bilaterales (…) China e India son miembros importantes del Sur Global y asumen la responsabilidad crucial de mejorar el bienestar de los dos pueblos, promover la solidaridad y la revitalización de los países en desarrollo, y avanzar en el progreso de la sociedad humana. Deben convertirse en buenos amigos vecinos y socios, que se ayuden mutuamente a tener éxito (…) Una danza cooperativa del dragón y el elefante debe ser la opción correcta para ambos”.
Por su parte, Modi apuntó que, desde su reunión con Xi Jinping en Kazán, Rusia, en la cumbre del BRICS+ del año pasado, la relación bilateral ha vuelto a una trayectoria positiva, se han conservado la paz y la estabilidad en las regiones fronterizas, y los vuelos directos están a punto de reanudarse. De igual modo, destacó que India está preparada para buscar una solución justa, razonable y mutuamente aceptable de la cuestión fronteriza con China. “Ambos países persiguen la autonomía estratégica y una política exterior independiente, y su relación bilateral no está sujeta a la influencia de tercero alguno”, subrayó el primer ministro indio y agregó que la cooperación entre India y China hará del siglo XXI un verdadero “siglo asiático”.
Siglo asiático y autonomía estratégica: para que tomen nota en Washington, Londres y Bruselas
En la cumbre hubo referencias precisas a la “doble vara”, o el “doble rasero”, para condenar a las potencias occidentales y su incumplimiento al derecho internacional en Ucrania y Gaza, buscando desacreditar las constantes acusaciones a las violaciones al derecho internacional contra Rusia. También se refirieron en términos de condena a la guerra israelí contra Irán de junio de 2025 y los bombardeos de instalaciones nucleares iraníes en la llamada “guerra de 12 días” (que en realidad empezó hace 7 años cuando EE.UU. se retira del acuerdo nuclear con Irán y comienza la guerra económica), mostrando solidaridad con la República Islámica de Irán.
Un fragmento de la Declaración final ilustra algunas de estas ideas centrales en torno a la necesidad de crear un orden internacional multipolar, más equilibrado y representativo de los pueblos del Sur Global: “El mundo está experimentando profundas transformaciones históricas que afectan a todos los ámbitos de las relaciones políticas, socioeconómicas y sociales. Se refuerza la voluntad de crear un orden mundial multipolar más justo, equitativo y representativo, que abra nuevas perspectivas para el desarrollo de los Estados y una cooperación internacional mutuamente beneficiosa.
Concluyendo el relato, el águila observó enojada e impotente cómo el dragón, el elefante y el oso, junto a otros animales de la fauna global, se divirtieron y bailaron en una fiesta a la que no fue invitada. Sin embargo, si hay algo seguro, es que no dejará de intentar aguar la fiesta. El problema es que quizás sólo consiga agrupar más a sus rivales y hasta sumarles asistentes.
Fuente: Tektonikos - Septiembre 2025