Una nueva cumbre 'histórica' entre Xi Jinping y Putin

Gabriel Merino

Hace un año, Xi Jinping visitaba a Rusia y desde este espacio de opiniones del IRI observábamos su carácter ‘histórico’, ‘estratégico’ y ‘amistoso' –elementos resaltados en aquel momento por sus propios protagonistas, que ya se reunieron cara a cara 43 veces. A medida que se aceleran las tendencias fundamentales de la actual transición de poder mundial estos dos grandes poderes euroasiáticos fortalecen su asociación estratégica integral. Justamente, la asociación estratégica entre China y Rusia es un motor principal de la actual transición histórica y espacial de enorme profundidad sistémica. Son dos caras del mismo proceso, al que en parte los lleva el accionar del propio Occidente geopolítico y sus fallidas estrategias de contención.

Este camino se inició en 1996-1997, cuando aparecen los primeros acercamientos estratégicos entre Moscú y Beijing, con el establecimiento de los Cinco de Shanghái y las primeras declaraciones conjuntas a favor de avanzar hacia un mundo multipolar frente al mundo unipolar hegemonizado por los Estados Unidos. En aquel momento, el actual presidente estadounidense y por entonces senador, Joseph Biden, bromeaba ante las advertencias de Rusia de que si se proseguía con la expansión de la OTAN establecerían relaciones estrechas con China. “Apenas pude contener la risa y respondí: ‘Bueno, que tengan buena suerte, si no funciona con China, prueben con Irán’”, decía jocosamente Biden.

La notable subestimación de Biden y de gran parte de la dirigencia globalista anglo-estadounidense de entonces, contrastaba notablemente con las consideraciones y advertencias de cuadros políticos e intelectuales de la talla de George Kennan. Hoy las consecuencias están a la vista, aunque esto no quiere decir que los profundos procesos históricos que estamos viviendo sea atribuibles solamente al accionar de algunos actores del drama.

De la última cumbre entre Xi Jinping y Putin en China se pueden destacar cuatro dimensiones fundamentales.

En términos narrativos-simbólicos hay tres aspectos importantes. Este año se cumplen 75 años del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre China y Rusia. En 1949, la entonces superpotencia socialista, la Unión Soviética, fue el primer estado extranjero que reconoció a la República Popular China surgida de la revolución liderada por el PCCh. El segundo aspecto, es el remarcado carácter amistoso y fraternal de la relación tanto entre los líderes de ambos países –que se dicen mejores amigos—como entre sus países. Por último, es todo un hecho simbólico que la primera visita al extranjero en el inicio de un nuevo mandato presidencial de Putin sea a China.

La segunda dimensión es la apuesta geopolítica de avanzar hacia un Orden Multipolar. Ambos países apuestan por “seguir la tendencia histórica hacia la multipolaridad en el mundo y la globalización económica”, que difiere de la idea de globalización del occidente geopolítico y a la vez se opone a las crecientes políticas proteccionistas, las iniciativas de decoupling y de creación de bloques. También se insiste con la creación de un orden mundial más justo y equitativo, acorde con el proceso de redistribución del poder mundial real de los últimos años que ya no se corresponde con el viejo orden bajo dominio ‘Occidental’. Además, destacaron que las relaciones entre Rusia y China no son por mera conveniencia u oportunistas –son permanentes y estratégicas—, no están dirigidas contra un tercero y favorecen la estabilidad estratégica mundial, lo cual se opone a la narrativa del Occidente Geopolítico (representado por la OTAN) y a lo que definen como la “mentalidad” de Guerra Fría. En este sentido, declaran que ambos países están preocupados por los intentos de los Estados Unidos de perturbar la estabilidad estratégica en función de mantener su ventaja militar.

En tercer lugar, en cuanto a consideraciones políticas prácticas y cuestiones geoestratégicas concretas, en la reunión se propuso la ampliación de ejercicios militares conjuntos y la profundización de la coordinación y cooperación estratégica, en el momento en que el Occidente geopolítico reclama a China que se aleje de Rusia en estas cuestiones. También coincidieron en avanzar en la resolución política del conflicto en Ucrania, que significa sentarse en una mesa de negociación en la que esté presente Rusia y que China sea un mediador clave (no necesariamente el único). A su vez, se declaró el apoyo a la solución de dos Estados en el conflicto entre Israel y Palestina, y por el alto al fuego inmediato en Gaza. Por otro lado, condenan los despliegues de sistemas de misiles estadounidenses con capacidad de carga nuclear que amenazaban a ambos países y reiteran la oposición a la creación de estructuras cerradas y exclusiva en Asia y en el Pacífico, apuntando particularmente contra la estrategia estadounidense el Indo-Pacífico, la idea de crear una OTAN e dicha región e iniciativas como el AUKUS, que son parte de la mentalidad de “guerra fría”, “unilateralista” y “hegemonista”.

Por último, se debe destacar la profundización en la cooperación económica (en un escenario donde el comercio entre ambos países llegó al récord de 240.000 millones de dólares en 2023), en dos aspectos centrales: el energético y el tecnológico. En el cuanto al primero, se estableció un acuerdo de Rusia con la petroquímica Haiwei para construir una terminal de gas licuado en el Pacífico, que podría convertirse en la primera terminal marítima de LPG en el lejano oriente ruso, para abastecer al enorme mercado de Asia-Pacífico (40% del consumo mundial de LPG) hacia donde Moscú se está direccionando. En materia tecnológica –que se vincula con temas de seguridad y defensa estrechamente ligados con la guerra mundial híbrida en curso en el marco de la actual revolución tecno-productiva—, se establecieron acuerdos de cooperación en áreas como la Inteligencia Artificial, telecomunicaciones, Internet de las cosas, seguridad cibernética y programas espaciales,  entre otras cuestiones.

En materia financiera, y en el marco en que China vendió una cantidad récord de bonos del Tesoro durante el primer trimestre de este año, a la vez que se acelera la acumulación de reservas en oro, ambos países tratan de avanzar en la creación de arquitecturas propias que permitan sortear el todavía considerable poder estadounidense en la materia, que tiene mucha capacidad de presión y de daño. La propia weaponization del dólar contribuye, justamente, a la creación de las condiciones geopolíticas para la ‘desdolarización’ del sistema mundial, que no significa el colapso del dólar como moneda clave sino un progresivo reequilibrio, que posiblemente se acelere en una próxima crisis. Sin embargo y a pesar de que el comercio entre China y Rusia ya se realiza en un 90% en sus propias monedas, todavía es una cuestión difícil de resolver. Como se ha observado en transiciones de poder mundial anteriores y aunque no se trate de un proceso teleológico, este es el último aspecto en el que ‘pierde’ la hegemonía el hegemón en declive.

La conclusión obvia es que la Asociación Estratégica Integral entre China y Rusia se profundiza, impactando profundamente en la transformación en curso del sistema mundial y en la creación de nuevos ordenamientos que conviven con los viejos. Dicha relación no es coyuntural, resulta estructural y forma parte de una tendencia histórica, que tiene como centro el ascenso de Eurasia.

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