Dólar y teoría del todo

Claudio Scaletta
Uno de los grandes éxitos discursivos de la economía tradicional consistió en la difusión de su ideología mediante conceptos muy simples. No hay mercado, por complejo que parezca y por multitud de variables que incluya, que no pueda ser reducido muy rápidamente a los principios básicos de la oferta y la demanda; la única “ley” económica que siempre funciona, “como la gravedad”, sólo basta con alinear las variables correctas de la manera adecuada. El resultado es epistemológicamente asombroso; la economía bien podría ser la envidia de la física, que continúa buscando una ecuación “sencilla y elegante” que, unificándola, explique la totalidad del universo.

La cotización del dólar cueva es un ejemplo candente de cómo funciona la teoría. La cosa es así: con prescindencia de los ciclos, el Gobierno gasta descontroladamente hasta el punto de provocar un déficit fiscal. Como sale más de lo que entra, recurre a su potestad de emitir pesos, “le da a la maquinita” y “monetiza el déficit”. El resultado es más dinero en circulación y pérdida de “confianza” en el valor del peso, que ahora es sobreabundante y, en consecuencia, se vuelca a la demanda de dólares, reserva segura de valor, que para colmo son más escasos dadas las menores reservas del Banco Central. Nótese que se trata de la misma teoría que explica la inflación y, de paso, también la misma que justifica políticas monetarias y fiscales “sanas”, restrictivas. Es la teoría del todo funcionando a todo vapor. Ahora todos entienden de qué se trata la economía. Pero en el medio existió un pase de magia quizá inadvertido, el gasto del gobierno logró que se pase de la escasez relativa que mantenía a raya el mercado de divisas a la abundancia. De pronto aparecieron propietarios de mayores excedentes dispuestos a comprar dólares que ahora son más escasos ¿Cómo pasó? ¿Cuál fue el mecanismo que llevó ese dinero desde la maquinita al comprador de dólares? El detalle es molesto, pero suena lindo, el gobierno emite y con eso ahora usted tiene más pesos en el bolsillo. Tiene tantos que le sobran, desconfía de la abundancia fácil y decide transformarlos en dólares, que de paso ocupan menos lugar.

La teoría del todo no está sola, convive por ejemplo con la teoría antropológica, la que sostiene “la propensión” atávica de los argentinos a comprar divisas debido a una piel especialmente curtida por la memoria genética de la experiencia histórica. En una economía inflacionaria, el dólar es un refugio, un uso y costumbre frente a la volatilidad y los malos recuerdos del pasado.

Una tercera opción explicativa consiste en dejar la magia y la antropología de lado y probar de nuevo con la economía. ¿Cuáles serían las razones que llevan a los bancos, empresas y grandes inversores a pasar parte de sus carteras a dólares, presionar sobre la demanda y hacer que su precio aumente? ¿Cuánto influye en este proceso la restricción externa? Un principio posible es remitirse al año de inicio de los controles cambiarios. Los primeros datos negativos del balance externo aparecieron en 2011, cuando se registró un record histórico de importaciones, tanto debido al crecimiento del PIB como por el reaparecido déficit energético, que se combinó con una fuerte “formación de activos externos”, también llamada fuga de capitales, expresión que no necesariamente describe un proceso que consiste fundamentalmente en el pasaje de carteras de pesos a dólares. Como resume el último informe reservado de la consultora Contexto, integrada por economistas cercanos a la UIA, 2011 fue el primer año de la poscrisis en que los dólares comerciales no compensaron la fuga, lo que se tradujo en la primera caída de reservas después de 9 años de expansión continua.

En el nuevo escenario irrumpieron dos factores conexos clave. Frente a expectativas de devaluación generadas por la caída de las reservas, el gobierno no desalentó la demanda de dólares vía suba de tasas de interés, sino que las mantuvo negativas y estableció restricciones de acceso a las divisas. El resultado fue la inmediata creación de un mercado paralelo y su consecuente “brecha” que retroalimentó las expectativas de devaluación. Los hacedores de política económica advirtieron entonces que frente a la escasez de dólares comerciales sería necesario recurrir a endeudamiento. La historia que sigue es conocida, el Gobierno fue arreglando uno a uno los pendientes con los mercados financieros, desde la segunda reapertura del canje de deuda, hasta los pagos a Repsol, el Ciadi y el Club de París. La ilusión duró hasta que los fallos buitre en Estados Unidos recordaron que para el mal ejemplo de los díscolos debe correr el escarmiento. El regreso civilizado a los mercados volvió a postergarse.

En el presente, después de la devaluación de enero de 2014 y el consecuente ajuste de la economía vía freno del crecimiento, persiste el problema estructural de la restricción externa, con un posible agravamiento relativo dada la continuidad de la caída del superávit comercial, que en el primer semestre del año alcanzó al 63 por ciento, con exportaciones cayendo más que las importaciones, pero a la vez compensado por el ingreso de capitales vía una sumatoria de créditos; desde colocaciones en mercados abiertos de Nación y endeudamientos provinciales y de empresas, como YPF, al swap de monedas con China. Adicionalmente, el Banco Central, como volvió a demostrarlo este jueves, está dispuesto a no repetir los errores del pasado y usar la tasa de interés para que sean más rentables las colocaciones en pesos que las expectativas de devaluación. Ya había puesto pisos a los plazos fijos para personas físicas y ahora aumentó ese piso y sumó la posibilidad de que también las empresas aprovechen el beneficio. En el corto plazo las presiones políticas para especular sobre el dólar quedarán neutralizadas por la sencilla conveniencia y el vulgar interés. No parecen dadas las condiciones para una corrida cambiaria especulativa. En plazos más largos, ya en 2016, el escenario es menos optimista, pues operarán las cuestiones estructurales de la restricción externa y un escenario internacional que podría agravarse, tanto por el freno de China, como por la suba de tasas en Estados Unidos y la latentemente explosiva situación europea. Pero en el julio de 2015 y en tiempos preelectorales ese largo plazo es un futuro remoto.

Queda un problema, toda esta tercera explicación también fue hecha apelando a la oferta y la demanda. Definitivamente la economía es la envidia de la física.

Suplemento CASH de Página/12 - 26 de julio de 2015

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