Una visión alternativa para 2014
En una nota publicada por La Nación se conjetura "estancamiento con inflación" para este año, sin que se alcancen los motivos en que se afirman esos supuesto. Pero, claramente, existen miradas antagónicas.
En general, la formulación de predicciones económicas es altamente problemática. El que las formula debería incorporar opciones diferenciadas según el perfil de las políticas públicas que podrían orientar el desenvolvimiento económico de un país en un período determinado. Si su análisis no tiene ese perfil es porque su predicción está orientada por un único pensamiento económico que es el de quien efectúa el citado pronóstico. Entonces, quien así formula su visión a futuro no se atreve –por múltiples razones– a incorporar otras miradas en el escenario por venir porque no las considera ni posibles ni legítimas ni viables.
Escoba nueva
A partir del mes que viene, el Indec publicará un nuevo índice de precios, que es la consecuencia de un trabajo que llevó más de un año de elaboración. El dato no pasará inadvertido si se tiene en cuenta que desde 2007 los números que da a conocer el organismo público dejaron de ser creíbles tanto para los principales actores sociales y económicos del país como para el ciudadano de a pie que hace sus compras habituales. Los aumentos salariales acordados en paritarias, el salario mínimo vital y móvil, los haberes jubilatorios y la Asignación Universal por Hijo dejaron de tomar como referencia el IPC a la hora de ajustar valores. También dejó de tener una correlación con lo que marcan las tasas de interés de los bancos o la variación a precios corrientes que indican las ventas.
El misterio de la felicidad
Richard Layard no necesita ver El Misterio de la Felicidad, la película estrenada aquí el jueves pasado con dirección de Daniel Burman y actuación de Inés Estévez y Guillermo Francella. Layard conoce bien esos misterios porque viene estudiando y escribiendo sobre la felicidad hace muchos años. Para este Lord y economista de la London School of Economics (LSE) la desigualdad es un factor fundamental de infelicidad porque las personas tienden a comparar su ingreso y riqueza. Si bien el dinero hace a la felicidad, la felicidad también deriva de la cantidad relativa de dinero respecto de los otros.
Las mediciones existentes sostienen firmemente la teoría. Según el Informe Mundial sobre la Felicidad que se presentó en setiembre pasado en el marco de la Asamblea Anual de Naciones Unidas, y del cual Lord Layard es uno de sus responsables, los diez países que encabezan el ranking son: Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda, Suecia, Canadá, Finlandia, Austria, Islandia y Australia. Como se ve, países con altísimo nivel de vida pero que, además, gozan de estructuras distributivas más igualitarias que, por ejemplo, Estados Unidos, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes. El índice de felicidad se elabora tomando en cuenta el nivel de ingreso, la expectativa de vida, la percepción de corrupción, la libertad para elegir y la prevalencia de actitudes generosas.
De los 156 países incluidos en el informe, la Argentina ocupa el puesto 29, superado en América Latina por Chile (28), Brasil (24) y Costa Rica (12). Tampoco es casualidad que América latina haya sido la región que más mejoró respecto de la medición de hace cinco años, ya que fue la de mayor crecimiento económico y donde se registró un marcado descenso en la desigualdad (entre 2002 y 2011 bajó en 14 de los 17 países para los cuales hay datos comparables), aunque sigue siendo la región más desigual del planeta.
Paradójicamente, las mejoras sociales pueden llegar a ser contraproducentes para la felicidad. En una investigación realizada hace varios años y que abarcó varios países, Carol Graham y Stefano Pettinatto encontraron que los grupos de personas que habían ascendido socialmente y acababan de sumarse a la clase media no revelaban sentimientos de felicidad con su nueva situación, porque su nueva referencia de comparación era la clase alta y eso les generaba insatisfacción por lo inalcanzable. El estudio de esos economistas de la Brookings Institution se tituló Frustrated Achiever, que podría traducirse como triunfador frustrado. ¿Tendrá algo que ver ese mecanismo de frustración con el rechazo de algunos sectores de clase media al kirchnerismo?
Mucho antes de que se pusiera de moda la “economía de la felicidad”, en 1981 el señero Albert Hirschman explicó con un magnífico ejemplo el efecto que la desigualdad, la expectativa de progreso y la sensación de justicia tienen sobre la felicidad (si bien él no usó el término felicidad sino bienestar) y sobre la tolerancia a la desigualdad. Describe un embotellamiento de tránsito dentro de un túnel que frena por completo el avance de los dos carriles de autos. Él está ubicado en el carril izquierdo, cuando tras un largo rato de inmovilidad advierte que el carril derecho comienza a avanzar. Su primera sensación es de alivio porque supone que el embotellamiento terminó y pronto comenzará a avanzar su carril. ¿Pero qué pasa si el tiempo transcurre y sólo avanza el carril derecho? En tal caso, dice Hirschman, sospechará que algo injusto sucede, se enfurecerá y probablemente decida hacer algo, que bien podría ser cruzar ilegalmente la doble línea que separa ambos carriles. La analogía muestra como el bienestar depende de la situación presente, pero también de las expectativas, y que la desigualdad se tolera mientras haya esperanza de mejora. El ejemplo del túnel es también una clara analogía de la relación entre desigualdad y sentimiento de injusticia con la transgresión a la ley.
Volviendo a Lord Layard, en sus ensayos clásicos plantea que aún en una situación en la que todos mejoran su ingreso, puede haber algunos más infelices que antes, debido a que empeoró su ubicación en comparación con la de otros. Esas sensaciones, señala, activan un constante deseo de ascenso social que termina convirtiéndose en una carrera sin fin, como la de las ratas en el laboratorio que inspiró a Bob Marley. Contra eso, propone atacar, con impuestos u otras medidas, el consumo suntuario y los patrones consumistas en general. El objetivo de esas políticas es contrarrestar la desigualdad, pero también desincentivar lo que considera una desproporcionada preocupación por la adquisición de objetos materiales, que implica descuidar otros aspectos que contribuyen a la felicidad como la vida en familia y la interacción social con la comunidad y amigos.
El último ensayo de Layard, junto con otros cuatro investigadores del Center for Economic Performance de la LSE, es de octubre pasado, lleva el muy ambicioso título ¿Qué Predice una Vida Exitosa?, y entre sus conclusiones señala: “Por lejos, el factor más importante para predecir la satisfacción de un adulto es la salud emocional, tanto en la niñez como posteriormente. El siguiente más importante es el comportamiento pro-social en la niñez”.
La grieta de la desigualdad en el mundo es abismal y creciente. El lunes pasado Oxfam presentó un informe titulado “Gobernar para las Elites – Secuestro Democrático y Desigualdad Económica” que muestra lo siguiente:
l Si se divide la riqueza mundial (241 billones de dólares) en dos partes iguales, el 1 por ciento más rico se queda con una mitad y el 99 por ciento restante con la otra.
l Si se divide a la población mundial en dos partes iguales según el nivel de riqueza, la riqueza total de la mitad más pobre (3.600 millones de personas) equivale a la que poseen las 85 personas más ricas del mundo.
Oxfam es una institución fundada en Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial para luchar contra el hambre (su nombre es el acrónimo de Oxford Committee for Famine Relief). El informe fue elaborado como advertencia y reclamo hacia los participantes en el Foro Económico Mundial de Davos, al que asisten varios presidentes, poderosos hombres de negocios e importantes políticos. En los años ’90 una nutrida delegación argentina peregrinaba cada enero hacia ese pueblo suizo. Este año estará presente Mauricio Macri y algún que otro empresario.
Con cierta ingenuidad, Oxfam les reclama a los participantes del Foro de Davos que se comprometan a impulsar sistemas tributarios más progresivos, a no esconder su dinero en paraísos fiscales, a pagar dignamente a sus empleados y a abstenerse de usar su dinero para obtener favores políticos que minen la democracia.
Davos es un lugar ideal para disfrutar del paisaje y de Kirchner. Allí vivió y murió el pintor Ernst Kirchner, y está el museo que lleva su nombre y que exhibe varias de sus extraordinarias obras.
Davos debate las desigualdades, pero invita a los evasores fiscales
Quienes lo ven desde fuera podrían imaginarse que a los líderes empresariales que todos los años se reúnen en Davos para darle a la lengua sólo les preocupa enriquecerse. Sus críticos podrían llegar a imaginarse que los jefazos de las empresas, que llegan volando al Foro Económico Mundial, a 1.600 metros de altitud en los Alpes suizos, en sus helicópteros, con sus señoras de buen ver revestidas de armiño, no son conscientes de las tribulaciones de los pobres. Pero estarían equivocados.
Mientras los ricos y poderosos hacen sus preparativos de última hora para su semana en la montaña mágica, es su deseo enviar un mensaje de que comprenden lo que sucede con la desigualdad. Padecen por ese sufrimiento. De verdad que sí.
La prueba de la línea basada en el "Davos lo entiende" procede del informe anual de riesgos recopilado por el Foro Económico Mundial. Pregunta a 700 de sus miembros cuáles creen que serán las amenazas a la economía global más acuciantes de la década que viene. La desigualdad se considera la amenaza más probable.
Klaus Schwab, que creó la reunión de Davos en la década de 1970, está satisfecho de este hallazgo. Como buen socialdemócrata chapado a la antigua, quiere que sus miembros reciban una lección de historia y se den cuenta de que el capitalismo no puede sobrevivir si la renta y la riqueza se concentran en poquísimas manos. A lo largo de la mayor parte del siglo, los líderes empresariales más perspicaces se dieron cuenta de que sus trabajadores necesitaban salarios razonables para que pudieran comprar los bienes y servicios que ellos producían. Aprehendieron la idea de que un sistema de mercado en su forma más cruda era incompatible con la democracia y dieron así su aquiescencia, mientras se limaban los bordes más ásperos por medio de una fiscalidad progresiva, del Estado del Bienestar y los frenos al capital. En su fuero interno, temían que la Revolución Rusa sirviera de modelo a los trabajadores desafectos de Occidente.
Las actitudes han cambiado en los últimos 30 años. La llamada Gran Compresión de rentas que vimos entre las décadas de 1930 y 1970 invirtió su rumbo, mientras el 1% superior se hacía con los frutos del crecimiento. Los ricos recurrían a su dinero y su influencia para asegurarse de que los gobiernos hicieran su voluntad. Tras la caída del Muro de Berlín, no había modelo rival y sí menos necesidad de mostrar moderación. Con la llegada de un mundo unipolar, se volvió a una forma más agresiva de economía de mercado como no se había visto desde los primeros días de la industrialización.
Schwab declaró la semana pasada que el crecimiento no inclusivo es insostenible, y tiene razón. Un documento distribuido hoy por Oxfam llega a la misma conclusión, haciendo notar que las 85 personas más ricas del mundo poseen una fortuna equivalente a la riqueza total – $1.7 billones de dólares– de la mitad inferior de la población de la Tierra. Es una cifra bastante apabullante. Se podría meter a esas 85 personas en un autobús londinense de los de doble piso (no es que monten alguna vez en bus) y serían igual de ricos que 3.500 millones de personas.
El contraargumento es que hay mucha menos pobreza de la que había hace 15 o 20 años y esto – en buena medida gracias a tres décadas de crecimiento explosivo en China – es verdad. Los que argumentan que una marea alta eleva a todos los barcos se preguntan a qué viene todo este alboroto.
El alboroto guarda relación con tres de los temas que van a figurar este año en el orden del día de Davos: lo perdurable de la recuperación económica, el cambio climático y el abismo entre ricos y pobres. En la fase anterior a la crisis de 2007-2009, la creciente desigualdad era compatible con la expansión gracias tan solo a niveles cada vez mayores de endeudamiento personal. Desde el inicio de la crisis, el tinglado ha seguido moviéndose gracias a un estímulo sin precedentes de los bancos centrales. A corto plazo, la preocupación estriba en qué sucederá en las economías, más frágiles, de los mercados emergentes a medida que la Reserva Federal vaya restringiendo su programa de compra de activos. El proceso de imprimir dólares llevó a que el dinero caliente saliera en tromba de los EE.UU. hacia las divisas de mercados emergentes de mayores rendimientos; al deshincharse el programa puede que veamos una nueva tromba.
Una preocupación a largo plazo es que exprimir de manera prolongada los salarios reales –intensificación de la tendencia del último cuarto de siglo – vendrá a suponer que la gente pida más prestado para financiar sus hábitos de consumo justo cuando la eliminación gradual del estímulo encarece los préstamos.
La segunda gran cuestión, que ha quedado inactiva desde el comienzo de la crisis, es si el actual modelo de crecimiento global es coherente con impedir que el planeta se acabe friendo. Una recesión siempre relega las cuestiones ambientales en el orden de la agenda y esta ha sido una recesión especialmente honda y dolorosa. La falta de coordinación global y la (errada) creencia de que la fracturación hidráulica (fracking) es la respuesta a las necesidades energéticas mundiales no ha contribuido a mejorar las cosas.
Por último, está la inclusividad. La recesión ha sido especialmente brutal con los jóvenes, muchos de los cuales se encuentran sin empleo o desempeñando trabajos para los que están sobrecualificados. En muchos países de mercados emergentes, la población se vence del lado de los menores de 25 años, el grupo con mayores probabilidades de emigrar o provocar disturbios sociales en el país. Los medios modernos hacen evidentísima la sesgada distribución de la riqueza, el poder y las oportunidades.
Tal como refiere el informe de Oxfam: "Cuando la riqueza se apodera del diseño de las medidas políticas, se retuercen las reglas para favorecer a los ricos, a menudo en detrimento de todos los demás. Entre las consecuencias se cuentan la erosión de la gobernanza democrática, la descomposición de la cohesión y la desaparición de la igualdad de oportunidades para todos. A menos que se pongan en práctica soluciones políticas audaces para frenar la influencia de la riqueza sobre la política, los gobiernos van a actuar en favor de los intereses de los ricos".
Sin duda, la línea de Schwab sobre la desigualdad recibirá esta semana mucho apoyo en público. Habrá asombro y nervios ante algunos de los hallazgos más sorprendentes del informe de Oxfam, como que en los EE. UU. el 1% más rico ha acaparado desde 95% del crecimiento tras la crisis financiera, mientras que el 90% de la base se ha vuelto más pobre.
Pero no esperemos mucho apoyo a ninguno de los remedios sugeridos por Oxfam: que las grandes empresas dejen de recurrir a escondites fiscales para pagar impuestos; que los líderes empresariales apoyen una fiscalidad progresiva, la cobertura universal de sanidad y educación y un sueldo que alcance para vivir en todas las empresas que controlan. Puede que los directivos presentes en Davos estén preocupados por las repercusiones de la desigualdad, pero no están tan preocupados y no están ni la mitad de preocupados de lo que deberían estar.
Schwab podría hacerles la vida más incómoda a sus invitados poniendo nombre y apellidos a los agresivos evasores fiscales y abochornándolos, dejando de invitarles a su festejo de charlas. Con ello, sin embargo, quedarían muchas habitaciones libres en Davos.
Por el contrario, empresas como Google (facturación de 2012 en el Reino Unido: 3.000 millones de libras esterlinas; beneficios en el Reino Unido: 900 millones de libras; impuesto de sociedades: 11,6 millones de libras) pueden dárselas de buenos ciudadanos globales. Este año los periodistas están invitados a una “charla junto al fuego” con Eric Schmidt, como para mostrar que el presidente de Google no es un magnate despiadado sino la reencarnación de Franklin Roosevelt.
Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica
La desigualdad económica crece rápidamente en la mayoría de los países. La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante.
El Foro Económico Mundial considera que esta desigualdad supone un grave riesgo para el progreso de la humanidad. La desigualdad económica extrema y el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado a menudo interdependientes.
La falta de control en las instituciones políticas produce su debilitamiento, y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie. La desigualdad extrema no es inevitable, y puede y debe revertirse lo antes posible.
Flamantes propietarios
Los trabajadores de la ex Zanón, que gestionan la fábrica desde el año 2000, tienen el título de propiedad desde el miércoles 15. Una lucha que fue ejemplo de resistencia contra el atropello patronal y la desocupación.
Si la recuperación de los propios trabajadores de empresas quebradas fue uno de los procesos más interesantes que se dieron con posterioridad a la crisis de 2001, la experiencia de Fasinpat (Fábrica Sin Patrones, de la ex cerámica Zanón), posiblemente constituya su caso más emblemático. Luego de doce años de incansable lucha, la justicia neuquina les otorgó el título de propiedad a los 450 trabajadores que integran esta cooperativa, lo que les permitirá acceder a créditos para modernizar la producción y bajar los costos.
Obstáculos y objetivos
El Gobierno debió enfrentar, esta semana, su decisión más complicada en materia económica en más de diez años en el poder: aplicar un instrumento de política del cual renegaba por sus previsibles consecuencias regresivas –la devaluación–, pero sin perder los objetivos de crecimiento, empleo e inclusión social. Lo primero, la devaluación, fue el resultado de una prolongada y sangrienta (medida por el drenaje de reservas) pulseada con poderosas corporaciones económicas y financieras que desarrollaron, de todos los modos posibles, su artillería para acorralar a las autoridades. Pulseada en la que el Gobierno debió finalmente ceder.
El reino del capital especulativo
Cuando el ciclo económico largo de la segunda posguerra empezó a agotarse, el diagnóstico triunfante fue que el crecimiento se había debilitado por excesivas reglamentaciones. En las palabras de Ronald Reagan, de solución el Estado pasaba a ser el problema.
Excesiva cantidad de reglamentaciones respecto a la circulación del capital, hacia empresas estatales, hacia contratación de mano de obra, frenaban el ímpetu invertidor del capital. Déjese fluir libremente el capital, levantando todas las normas que lo incomodan y volverán las inversiones, y con ella el crecimiento económico y todos ganarán, decían las propuestas vencedoras del ex presidente de Estados Unidos.
Y así han triunfado el diagnóstico y las soluciones neoliberales. Todo el arsenal neoliberal se puede sintetizar en desreglamentaciones: apertura de los mercados nacionales al mercado mundial, privatización de empresas estatales, contratación precaria de mano de obra.
Pero la propuesta neoliberal ignoraba una advertencia de Marx, según la cual el capital no está hecho para producir, sino para acumular. Liberado de trabas, los capitales no se concentraron en las inversiones productivas, sino que se trasladaron hacia donde ganan más, con menos impuestos y más liquidez: la especulación financiera. Se ha acumulado mucho más capital, con mucho menos producción.
Hubo un gigantesco proceso de transferencia de capitales, en escala mundial, del sector productivo al sector financiero. No es que haya empresarios productivos y otros especulativos. Todos los grandes grupos económicos tienen, en su cabeza, una institución financiera, que reparte las inversiones, haciendo que a menudo tengan más ganancias las provenientes de la especulación que las que vienen de la producción.
La razón de fondo por la cual el ciclo largo actual es recesivo reside precisamente en ese mecanismo de incentivo a la especulación financiera, con altas tasas de interés, canalizando los capitales hacia la compra y venta de papeles, que no produce bienes, ni empleos.
Es, a la vez, la traba fundamental a que las economías de los países puedan retomar ciclos de expansión. Se puede decir que los problemas comunes que hoy enfrentan países como Argentina, Venezuela, Brasil y otros de Latinoamérica, así como España, Grecia, Portugal, entre otros de Europa, se deben a esa fuerte tendencia especulativa y recesiva impuesta por los capitales financieros.
Aun creciendo, las economías latinoamericanas sufren las presiones recesivas provenientes del centro del capitalismo. Al igual que las economías europeas tiran alcohol al fuego, al buscar soluciones neoliberales a su crisis neoliberal.
La especulación financiera busca imponer un cerco a gobiernos como los de Argentina y Venezuela, obligándolos a devaluaciones –abiertas o no–, pero incrementando, a la vez, riesgos inflacionarios, que producen desgastes en los salarios, como es típico del cruel círculo vicioso que las economías latinoamericanas han vivido en un pasado reciente.
El gran tema contemporáneo de la era neoliberal es, por lo tanto, cómo quebrar la hegemonía del capital financiero en su modalidad especulativa, para transferir recursos masivos hacia las inversiones productivas. Las presiones mediáticas respecto a los riesgos inflacionarios no tienen por objetivo cuidar el poder de compra de los salarios, sino lograr que las tasas de interés se mantengan altas, favoreciendo las ganancias especulativas.
Aun con el inmenso desgaste del neoliberalismo por la profunda y prolongada crisis en el centro del capitalismo, del cual no logra salir, la hegemonía neoliberal sobrevive, sobre todo porque está anclada en el rol central del capital especulativo. Sin quebrar esa hegemonía, con vigorosas acciones reguladoras y de inversiones de parte de los Estados, así como de acciones coordinadas de procesos de integración regional –como los existentes en América del Sur, como el Mercosur, el Banco del Sur–, no será posible superar el reino del capital especulativo.
La desigualdad definirá la próxima década
La globalización ha hecho del mundo un lugar más igualitario, elevando los recursos de miles de millones de personas en los últimos 25 años. Pero, al mismo tiempo, ha hecho que los países ricos sean más desiguales, reduciendo los ingresos de la clase media y baja.
Durante un tiempo, la crisis financiera parecía haber revertido la tendencia hacia una mayor desigualdad en los países industrializados. Pero los datos más recientes sugieren que fue sólo una breve interrupción.
Eventuales implicancias de un Acuerdo de libre comercio del Mercosur con la Unión Europea
La firma de acuerdos comerciales como el que se propone la Unión Europea (UE) en forma inmediata con el MERCOSUR no puede quedar sólo en manos de un grupo pequeño de “especialistas” y la presión de grupos de interés o medios de comunicación superficiales, sectarizados o interesados. Es necesario requerir transparencia en las negociaciones y ponerlas en debate público, eliminando los niveles de confidencialidad que exigen los europeos.