Brasil, el legado económico de Lula: éxitos y límites

El presidente Lula deja un poder plebiscitado, tanto por la prensa internacional como por los ciudadanos de su país. Cuatro de cinco brasileños apoyan su política. Ha entrado en la historia por la puerta grande, como Vargas o Kubitschek. La popularidad del presidente supera ampliamente la de su partido, el PT, lo que hace que se hable de “lulismo” para subrayar la importancia de la personalidad del primer mandatario en su éxito.

Sería erróneo explicar la gran popularidad del presidente solamente por su carisma en los sectores más desheredados de la población. Ello es innegable. Otros factores intervienen, como la mejora de la situación social en un país “enfermo” de inequidad, sobre todo de aquella que afecta a los más pobres, o los avances en la situación económica en un contexto internacional favorable desde la aparición de China como nuevo aliado comercial. Sería igualmente erróneo atribuir los éxitos económicos y sociales a la gestión llevada a cabo por su predecesor, el presidente Fernando Henrique Cardoso, argumentando que la política seguida por Lula sería una continuidad de aquella definida por Cardoso: ortodoxa en el aspecto monetario (altas tasas de interés) y fiscal (superávit presupuestario primario). Si bien se trata de una explicación en cierta medida fundada, peca de simplista. Los regímenes de crecimiento no son los mismos y las respuestas a las crisis son diferentes.

Secretismo financiero

El Índice de secretismo financiero es una herramienta para entender el secretismo financiero mundial, la corrupción y los flujos financieros ilícitos. El ranking de las jurisdicciones secretas con respecto al secretismo y la escala de sus actividades, permite una clasificación de la neutralidad política de los principales participantes.

Visión general: una luz en la oscuridad.

Tax Justice Network estima que cada año los gobiernos de todo el mundo pierden en impuestos alrededor de 250 mil millones de dólares, solo como consecuencia de que los ricos mantengan sus activos en paraísos fiscales. Las pérdidas de ingresos por culpa de la evasión fiscal corporativa son mayores. No sólo los países en vías de desarrollo son los que sufren; países europeos como Grecia, Italia y Portugal se han visto al borde del abismo por culpa de décadas de secretismo y evasión fiscal.

Todas estas cifras tienen un elemento común: el secretismo. Las jurisdicciones opacas, término que a menudo preferimos en vez del más utilizado como paraísos fiscales, compiten para atraer los flujos financieros ilícitos de todo tipo, con el secretismo como uno de los atractivos más importantes.

Bancos, despachos de abogados y firmas de contabilidad proporcionan estructuras opacas en paraísos fiscales a sus clientes. El secretismo es una característica central de los mercados financieros globales, y las instituciones financieras internacionales, loseconomistas y muchos otros no le hacen frente con seriedad.

El “neo-desarrollismo” suramericano, entre esperanzas y resistencias populares

No es el panorama ni el curso histórico que muchos analistas previeran para Suramérica hasta un par de años atrás. Pero es al que tienden crecientemente en su evolución, de una u otra manera, la mayoría de los países de la subregión: la adopción de proyectos de crecimiento de más amplia base, que liderados desde el estado pretenden dinamizar la actividad económica al mismo tiempo que superar la pobreza y la desigualdad. Una búsqueda que se apoya en las tendencias que se verifican en la realidad política y económica internacional de los últimos años, en las estructuras políticas, económicas y sociales con que se cuenta en cada país y en las correlaciones de fuerzas sociales y políticas que se han ido creando.

Una opción “neo-desarrollista” que, por lo mismo, no cuenta con las mismas perspectivas ni significado para cada uno de los países suramericanos, dada la muy diversa complejidad estructural que tienen en lo económico-social, por una parte, y la diversidad de su desarrollo político-institucional, por otra. Pero que en lo inmediato se presenta favorecida para todos, por los influjos que hacia la sub-región llegan desde los ajustes que experimenta el sistema capitalista internacional en su actual fase de crisis y por el posicionamiento que en esa situación ha ido tomando Brasil, convertido no sólo en la séptima economía industrial del planeta, sino en la potencia hegemónica y articuladora de lo que empieza a proyectarse políticamente como un bloque regional.

Decenas de miles salieron a ocupar Wall Street

Decenas de miles de personas salieron ayer a las calles de Nueva York en apoyo a “Ocupar Wall Street”, el movimiento social que reclama un cambio general en la política económica actual y que tomó renovada fuerza el sábado pasado, luego de que la policía arrestara a setecientos manifestantes en el puente de Brooklyn. Sindicatos, estudiantes y gente dispersa salieron a la calle como no lo han hecho en décadas para reclamar medidas económicas. La marcha paralizó buena parte del centro de la ciudad durante la tarde de ayer, con carteles demandando puestos de trabajo y mayores impuestos sobre el sector financiero.

El cartel más visto a lo largo de las treinta cuadras de Manhattan que recorrieron las distintas columnas decía simplemente “Somos el 99 por ciento”. El movimiento “Ocupar Wall Street” es tan genérico como incipiente, pero más allá de sus generalidades, ayer estaba marcado no tanto por demandas económicas aisladas como por la crítica casi sorprendida a la baja calidad democrática de un sistema de decisiones que parece volcado sobre el 1 por ciento que era objeto de insultos de los manifestantes. Los carteles impresos por las organizaciones convocantes, los improvisados, la mayoría de las consignas, parecían reafirmar la generalidad de la crítica como el punto fuerte del movimiento. “Estamos de pie por el cambio que votamos”, es uno de los más vistos, en manos de una masa considerable de votantes desencantados. “Trabajo ahora”, dice otro que repartió un sindicato, pero que se ve sobre todo en manos de manifestantes espontáneos, una pareja de veintipico que sale de trabajar, una señora de unos sesenta con un sombrero de esponja con la forma de la Estatua de la Libertad. “Puestos de trabajo, no recortes” (Jobs No Cuts), dice otro de los más vistos. “Los derechos de los trabajadores son derechos humanos”, decía otro que portaban los miembros del sindicato de trabajadores de Chinatown (que, al contrario de lo que sugiere, estaba poblado de una enorme cantidad de trabajadores hispanos).

Apretados en el vallado paranoico que montó la policía alrededor del edificio de la municipalidad, se juntan los carteles de unos y otros. Hay un 5 por ciento que reproduce todos los estereotipos de la izquierda norteamericana, incluyendo el de los jóvenes estudiantes con carteles recordando a una variedad de comandantes: Castro, Guevara, Marcos, Sandino. Pero por otra parte, ¿qué referencias serían más interesantes, convocantes, genuinas? Nadie viene a una marcha del desencanto y la esperanza con la pancarta de un candidato a concejal.

Para darse una idea de la fenomenal evolución de este movimiento basta recordar que la primera noticia que tuvo la ciudad sobre “Ocupar Wall Street” fue el 5 de septiembre, durante un recital de Manu Chau, cuando dos jóvenes subieron al escenario y anunciaron la ocupación al grito de “es hora de acabar con el capitalismo”. De ahí a pelear con la policía de Nueva York, recibir la adhesión de los principales sindicatos de la mayor economía del mundo, tener núcleos de apoyo en una decena de otras ciudades y conversar con economistas y premios Nobel sobre el sentido más preciso de la ocupación, ha pasado apenas un mes. Adivinar hoy el futuro del movimiento por la inmadurez de su presente es como asegurar que el bebé del café de al lado jamás entrará a Harvard porque ni siquiera sabe leer.

Ayer, pocos fueron convocados por el programa específico que levanta la asamblea. Se trata de trece puntos, que finalizan con la advertencia de que un programa así “generaría tantos puestos de trabajo que haría necesario abrir las fronteras” y dejar de poner límites a la inmigración. Pero teniendo en cuenta el apoyo que la asamblea recibió de economistas como Joseph Stiglitz y Jeff Madrick, es algo más que una curiosidad que la demanda número uno sea poner fin al “free trade” y establecer fuertes tarifas al ingreso de productos importados, es decir, de China y los países en desarrollo. La idea, que en el fondo es un recurso genuino para que los salarios norteamericanos no sigan compitiendo a la baja con los chinos, es tan razonable que cuesta recordar el impacto demoledor que tendría para la economía mundial.

La marcha de ayer se armó en apenas cuatro días. El sábado pasado, la policía de Nueva York tuvo a su cargo darle a la ocupación una proyección mundial que hasta entonces no había tenido. Cerca de las seis de la tarde, los uniformados indujeron a los manifestantes a cortar el tránsito en el puente de Brooklyn y, una vez arriba, procedió a atraparlos en unas redes naranjas, arrestando en el lugar más visto de la ciudad más mirada del mundo a setecientas personas que protestaban pacíficamente. La policía no se olvidó incluso de arrestar a una de las cronistas del New York Times, como para asegurarse de que su cobertura sería total, y no muy favorable. Los miles de personas de hoy son una reacción a aquella agresión, que abrió los canales de legitimidad que estaban a la espera de ser ocupados. En estos días, la ocupación recibió la adhesión de los principales sindicatos norteamericanos, de economistas y de periodistas y de músicos.

Ayer, la policía trataba a los manifestantes con guantes de seda. Bajando hacia el distrito financiero, varios miles de estudiantes reaccionaron con reflejos pavlovianos a la experiencia del sábado. Cuando la policía despejó la calle para que entraran, ellos fueron por la vereda. Cuando los custodiaron por la vereda para que el tráfico no los molestara, ellos se abrieron hacia la calle. Y cada vez que vieron una red naranja, corrieron para cualquier otro lado. “¿Adónde van?”, le preguntó el sargento Hirne a su colega cuando vio que no bajaban por Broadway, el camino más directo, el que uno le indica al taxista. “Ni idea. Se ve que quieren caminar”, le respondió Del Pozo mientras reacomodaba a sus subordinados que, por unos segundos, quedaron al frente de la manifestación, como Chaplin en Tiempos Modernos.

Bajando por Laffayette, la columna recibía sólo gestos de aprobación. Bocinazos, papelitos y aplausos, ni insultos ni indiferencia, las dos reacciones más comunes en Nueva York para cualquiera que obstaculice el camino de regreso a casa. Una columna masiva de un sindicato docente y otra de plomeros se sumaba unas diez cuadras antes de llegar a destino. La marcha se detuvo frente a Bleecker Street, y adelante de todo, delante de la bandera que dice “Primavera Arabe, Verano Europeo, Otoño Americano”, Del Pozo conversaba con unas abogadas que acompañaban la marcha y proveían sus servicios en caso de que se produjera un nuevo arresto masivo. “¿Ven qué bien que lo estamos haciendo? Ni un incidente. Si lo que nosotros queremos es que salga bien, no ganamos nada con el escándalo.” Y las abogadas: “Sí, así debería ser, así debería haber sido el sábado.” Y Del Pozo, serio: “Sí, pero ahora que lo hacemos bien, ¿quién lo va a decir? ¿Quién va a venir a felicitarnos? ¡Nadie!” Ah, Del Pozo, te hubieras probado en los Mets. Nadie entra a la policía para que lo quieran.

Una gran cantidad de manifestantes eran estudiantes en pleno proceso de endeudamiento a cambio de una educación que no es particularmente buena, pero que sí es carísima y no garantiza un puesto de trabajo para todos. En su mayoría vienen en las columnas de la New York University, New School y la estatal CUNY. “Endeudado”, decía simplemente el cartel prolijamente impreso que una estudiante de CUNY llevaba al lado de un policía vestido con una campera de la sección “Asuntos Comunitarios”. Son el caso paradigmático de la crisis del sueño americano donde los hijos, por primera vez desde los ’30, tienen buenas chances de terminar peor que los padres. Otra porción no menor que la anterior era de trabajadores y empleados, de donde salía uno de los cánticos más escuchados de la tarde: “Todo el día, toda la semana, ocupemos Wall Street” (la consigna en inglés tiene algo más de gracia). Una enorme cantidad encolumnada con sus sindicatos, desde los miles de la columna de empleados de transporte, hasta las seis personas con las remeras del sindicato del NLRB, el organismo público creado durante el New Deal para garantizar los derechos laborales frente a los empleadores, pasando por el sindicato de plomeros, donde un hombre de sesenta años levantaba el único cartel con referencia directa a la Casa Blanca: “Presidente Obama, hable con Ocupar Wall Street. La nación necesita saber que usted entiende y que le preocupa”.

Pasada la zona judicial del downtown, la policía montó un laberinto de vallas que, visto desde arriba, funciona perfecto para que la marcha pueda circular a paso lento hasta entrada la noche, pero sin poder ocupar ninguna calle de forma completa, perdiendo la fuerza y el impacto con el que suele alimentarse una concentración triunfal. Al igual que el movimiento al que apoyaba, lo hizo con éxito y final impreciso. Nueva York ha visto algunas de las marchas más masivas de los movimientos sociales de las últimas décadas. Por acá pasaron rumbo al Central Park las concentraciones más grandes del mundo contra la guerra de Irak, y bajó por Broadway hacia Wall Street la mayor concentración del país a favor de una nueva ley de inmigración. Los resultados de la de ayer son más inciertos que las anteriores, pero eso, para el movimiento Ocupar Wall Street, es su mayor ventaja.

Competir sin primarizarse

El Gobierno sostendrá “un tipo de cambio diferencial” para seguir apoyando la competitividad industrial sin caer en “la tentación de la primarización”. Dólar alto para la industria, con retenciones para el agro.
El sostenimiento de un tipo de cambio competitivo es una de las bases sobre las que se sustenta el Plan Estratégico Industrial 2020, para evitar “la tentación de la primarización de la producción derivada de la mejora en los términos del intercambio”, indica. En la medida en que se respeta el tipo de cambio alto, el sector agropecuario, de mayor competitividad en relación a la industria, obtiene sobreganancias. Ante ello, el Gobierno asegura que sostendrá un “tipo de cambio diferencial”, que implica continuar con la política de retenciones a las exportaciones. La premisa de sostener un tipo de cambio competitivo supondría, para los próximos meses, instrumentar una política más eficaz de contención de los precios o aplicar un suave deslizamiento del dólar.

La discusión sobre la competitividad del tipo de cambio se agudizó a partir de la imprevista depreciación del real que aplicó Brasil. Con el dólar planchado en Argentina, ese movimiento supuso una caída del tipo de cambio multilateral, medida relevante para evaluar la competitividad industrial, ya que compara el valor del peso frente a las distintas monedas de países que son socios comerciales. En esa canasta de monedas, el real tiene una incidencia del 30 por ciento. Según datos de la consultora que dirige el economista Miguel Bein, el tipo de cambio multilateral actualmente está un 50 por ciento por encima del nivel que mostraba en diciembre de 2001, cuando el peso se encontraba muy apreciado, después de una década de convertibilidad. Si se compara sólo frente al real, el tipo de cambio bilateral es el doble del valor en que se encontraba en el estallido del “1 a 1”.

“En realidad ya no importa tanto la comparación frente a 2001 sino la foto, que dice que con este tipo de cambio la cuenta corriente está en equilibrio, mientras que la economía crece al 7 por ciento. El tema es poder sostener esta situación”, explicó a este diario Ramiro Castiñeira, de Econométrica. La apreciación del peso se explica en Argentina por el aumento de los precios internos, mientras que en Brasil esa tendencia, ahora revisada, responde a la baja del tipo de cambio nominal.

El camino de la apreciación del peso podrá reducir el alza de precios y aumentar los salarios en dólares, aunque para la industria y la sustentabilidad económica es altamente perjudicial. Implicaría resignar producción nacional (y empleos) frente a la competencia extranjera y tener que recurrir al endeudamiento para tapar el bache en las cuentas externas. Ese riesgo y la opción por el tipo de cambio competitivo quedó plasmado en el Plan 2020, diseñado por el Ministerio de Industria en conjunto con cámaras empresarias, entidades sindicales y universidades.

“Es fundamental continuar manteniendo, como hasta ahora, un dólar competitivo y diferencial que acompañe el crecimiento exportador y que sirva para contrarrestar la `tentación de la primarización de la producción derivada de la mejora en los términos del intercambio`”, indica el documento oficial. Agrega que el tipo de cambio competitivo “se enmarca en otorgar incentivos a las inversiones productivas locales e internacionales en lugar de las inversiones de corto plazo y en una reducción en los movimientos especulativos de divisas”.

Más allá de la tensión cambiaria por la depreciación del real, hay relativo consenso entre economistas sobre lo esencial que es para el nivel de actividad interno que Brasil crezca, por encima del “efecto precio” dado por el tipo de cambio. El efecto colateral, paradójico, es que la mayor demanda de Brasil deteriora el resultado comercial, ya que incentiva la producción de bienes que contienen partes brasileñas (como los autos).

El Plan 2020 indica que “el superávit comercial permite la generación de divisas genuinas que otorgan independencia económica a través de poder sostener altas tasas de crecimiento sin crisis de balanza de pagos. Al mismo tiempo, evita el endeudamiento externo con el consecuente peso de los pagos de deuda, y de esta forma, limita la volatilidad del tipo de cambio ante movimientos especulativos de los mercados internacionales”.

Gangsters

Cualquiera que tenga los ojos abiertos sabe que el gangsterismo de Wall Street –y de las instituciones financieras en general– ha causado daños severos al pueblo norteamericano y al mundo. Y también deben saber que eso es algo que vienen haciendo desde hace 30 años. En este tiempo, su poder económico y político han aumentado radicalmente y en un círculo vicioso un 1 por ciento de la sociedad amasó una inmensa fortuna mientras el resto se precarizó, y todo con total impunidad: no sólo son lo suficientemente grandes como para caer, sino también para ser apresados.

La corajuda y honorable protesta que se está desarrollando en Wall Street debería servir para llevar la atención pública hacia esta calamidad y dedicar esfuerzos para superarla y llevar a la sociedad hacia un curso más saludable.

Devolver al futuro

Los ricos no se conformaron con todo lo que tenían, lo querían todo. Y en el camino para conseguirlo han hecho miserable la vida de millones. El número oficial de desempleo es de 14 millones, pero yo estoy seguro de que está sobre los 20. Y a eso hay que sumar a los que trabajan en condiciones precarias. Hay 45 millones viviendo en la pobreza. 50 millones no tienen seguro médico. Esas cifras son las semillas de esta revuelta. La gente está reclamando por su futuro. No su pasado, ni siquiera el presente: es el futuro lo que ha sido robado. Así de codiciosos son los de Wall Street.

Mucha gente se está preguntando cuáles son las demandas concretas, qué ha conseguido la movilización al momento. Y lo que hay que entender de esta protesta es que no se parece a ninguna de las que hayan visto antes en sus vidas. Porque se asemeja a esos pocos momentos que han acaecido en la historia americana: luego de la Primera Guerra o en la Gran Depresión, cuando comenzó el Union Movement. Por otro lado, tienen todo a su favor. Cuando la liberación femenina comenzó o cuando se armaron las primeras manifestaciones contra Vietnam, la mayoría de las personas no estaban con ellos. En este momento, en cambio, todos estamos de acuerdo en que nadie quiere a Wall Street.

De todos modos, éste no va a ser un movimiento violento por el simple hecho de que no es una pelea justa: nosotros somos millones y ellos (los ricos) son apenas unos cientos. Hay una armada de norteamericanos esperando desde hace mucho que alguien haga algo y ese algo empezó. Por eso estoy esperanzado. Esto tenía que surgir y surgió acá con unos cientos de personas que ya se volvieron miles, en un movimiento que sólo va a crecer.

Estamos Unidos

Desde hace quince días, sin cobertura en los grandes medios, con la sorna de los comentaristas políticos y una brutal represión policial, pero también con el apoyo de celebridades y periodistas independientes, vecinos, donantes y peatones que se acercan de a centenares, el grupo de jóvenes que decidió ocupar Wall Street para deliberar de manera permanente hasta elevar un petitorio al gobierno no sólo viene creciendo, sino que se ha extendido a decenas de ciudades de Estados Unidos y del mundo y planea una marcha mundial para el 15 de octubre. Esta es la historia (hasta ahora) de ese movimiento que intenta hacer oír al “99 por ciento que no se beneficia con el sistema”.

Mientras las Bolsas del mundo persistían en su psicótica crisis, esta semana se cumplieron quince días del acampe de indignados en las inmediaciones del corazón financiero del mundo: Wall Street.

“Los bancos programan la crisis para ganar con ella”

El economista ecuatoriano, nombrado por Rafael Correa para impulsar el Banco del Sur y la moneda única para la región, señala los intereses ocultos tras la crisis, provocada por los mismos que hoy definen las políticas de ajuste.

El gobierno de Ecuador fue uno de los precursores en la necesidad de construir una nueva arquitectura financiera para la región. Pedro Páez Pérez, economista ecuatoriano, estrechamente ligado a Rafael Correa, participó activamente en esa construcción, primero desde los cargos que ocupó en el gobierno de Quito y ahora como titular de la comisión presidencial ecuatoriana para una Nueva Arquitectura Financiera.Participó en Buenos Aires en diversos seminarios, planteando un durísimo enfoque sobre las causas de la crisis financiera y quienes la impulsan para beneficiarse con ella.