Devolver al futuro
Los ricos no se conformaron con todo lo que tenían, lo querían todo. Y en el camino para conseguirlo han hecho miserable la vida de millones. El número oficial de desempleo es de 14 millones, pero yo estoy seguro de que está sobre los 20. Y a eso hay que sumar a los que trabajan en condiciones precarias. Hay 45 millones viviendo en la pobreza. 50 millones no tienen seguro médico. Esas cifras son las semillas de esta revuelta. La gente está reclamando por su futuro. No su pasado, ni siquiera el presente: es el futuro lo que ha sido robado. Así de codiciosos son los de Wall Street.
Mucha gente se está preguntando cuáles son las demandas concretas, qué ha conseguido la movilización al momento. Y lo que hay que entender de esta protesta es que no se parece a ninguna de las que hayan visto antes en sus vidas. Porque se asemeja a esos pocos momentos que han acaecido en la historia americana: luego de la Primera Guerra o en la Gran Depresión, cuando comenzó el Union Movement. Por otro lado, tienen todo a su favor. Cuando la liberación femenina comenzó o cuando se armaron las primeras manifestaciones contra Vietnam, la mayoría de las personas no estaban con ellos. En este momento, en cambio, todos estamos de acuerdo en que nadie quiere a Wall Street.
De todos modos, éste no va a ser un movimiento violento por el simple hecho de que no es una pelea justa: nosotros somos millones y ellos (los ricos) son apenas unos cientos. Hay una armada de norteamericanos esperando desde hace mucho que alguien haga algo y ese algo empezó. Por eso estoy esperanzado. Esto tenía que surgir y surgió acá con unos cientos de personas que ya se volvieron miles, en un movimiento que sólo va a crecer.
La economía no se arregla con sermones
NUEVA YORK.- ¿La agitación del mercado lo ha llevado a sentir miedo? Está bien. Es claro que la crisis económica que empezó en 2008 no ha terminado en lo absoluto. Pero usted debería sentir también otra emoción: enojo. Porque lo que hoy vemos es lo que ocurre cuando las personas influyentes se dedican a explotar una crisis en vez de resolverla.
Durante más de un año y medio -desde que el presidente Barack Obama eligió crear déficits, no empleos, el tema central del discurso sobre el Estado de la Unión de 2010-, hemos tenido una conversación pública dominada por preocupaciones presupuestarias, que ignoraba casi por completo el tema desempleo.
Puerta giratoria
El recorrido de la crisis económica de Estados Unidos y de la Eurozona provoca cierta incredulidad desde la mirada de la experiencia argentina de haber transitado un proceso similar. La debilidad de los liderazgos políticos no se origina simplemente por deficiencias en la gestión, en ingenuidad o negación de los responsables de la gestión. Están subordinados a los intereses de las corporaciones financieras, se asemeja a como aquí los gobiernos adquirían a libro cerrado planes económicos confiando el Ministerio de Economía a Bunge&Born, a Domingo Cavallo con la Fundación Mediterránea, a Roque Fernández con el CEMA o a Ricardo López Murphy con FIEL. El saldo fue la peor crisis de la historia económica argentina. Esos economistas con sus respectivos equipos eran asesores del sector privado, y luego de pasar por la función pública volvieron a sus conchabos originales o a revistar en la plantilla de organismos internacionales. Ese trayecto se conoce como la “puerta giratoria” de representantes de los intereses del poder económico, de quienes no habría que esperar otra cosa que medidas que beneficiaran a su grupo de pertenencia. En Estados Unidos se exhibe con mayor transparencia ese estrecho vínculo de funcionarios en áreas claves de la economía con el sistema financiero. Por eso es una ironía que los mismos que provocaron la crisis sean los que se presenten como los portadores de la solución para superarla.
La desregulación del sistema financiero estadounidense fue instrumentada por funcionarios que previamente trabajaron en instituciones bancarias, y ahora son los responsables de administrar la crisis precipitada por esa medida. Larry Summer, secretario del Tesoro de la administración Clinton, ocupó la presidencia del Consejo Nacional Económico de Obama. Fue el promotor de esa desregulación que incluyó la eliminación de la separación entre bancos comerciales y bancos de inversión. Esa medida había sido establecida en 1932 por la ley Glass-Steagall Act, como consecuencia del crac del ’29, y fue suprimida mediante la ley Gramm-Leach-Billey de 1999. En el siguiente cuadro se observa que esa red “puerta giratoria” tiene una continuidad en gobiernos demócratas y republicanos.
George W. Bush tuvo como secretario del Tesoro a Henry Paulson, quien trabajó en Goldman Sachs desde 1974, y era su director cuando ingresó en ese gobierno. En un esclarecedor documento del economista Julio Sevares publicado en la revista Realidad Económica (Nº 260), se explica que dos años antes de convertirse en funcionario Paulson encabezó un grupo de bancos de inversión que presionó por la reducción de los requerimientos de capital propio a las entidades. “La influencia de las finanzas sobre las regulaciones financieras se canalizó a través de los hombres del sector que participaron o participan en los gobiernos”, señala Sevares en “El poder financiero en la desregulación y liberalización de las finanzas”.
Las instituciones financieras tuvieron un papel central en promover la desregulación del sistema con sus ejecutivos convertidos en funcionarios, para luego también ejercer una impresionante capacidad de lobby para obtener el rescate por la crisis que provocaron. Después de la caída del banco de inversión Bear Sterns, las seis entidades más grandes de Estados Unidos (Goldman Sachs, Bank of America, JP Morgan-Chase, Citigroup, Morgan Stanley y Wells Fargo) ejercieron un activo lobby para influenciar en el Congreso y en el gobierno. Sevares revela que ese grupo ha contratado más de 240 ex funcionarios de gobiernos como lobbystas y gastaron centenares de millones de dólares en esa misión. Muchos de ellos “fueron arquitectos del régimen bancario que llevó a la crisis, cuando eran empleados en el Congreso o en puestos del gobierno federal”, afirma Sevares en base a la investigación de Kevin Connor Big bank takeover. How too-big-to-fail’s army of lobbyists has captured Washington, publicada por el Institute for America’s Future. El saldo que ofrece ese documento es impactante: en el conjunto de lobbystas de los seis grandes bancos y sus asociaciones, 243 trabajaron en el gobierno federal, 202 en el Congreso y el resto en la Casa Blanca, el Tesoro o en agencias gubernamentales de relevancia.
Sevares informa que, según la investigación de una organización de defensa y educación del consumidor de los Estados Unidos, en la última década las organizaciones financieras invirtieron 5100 millones de dólares en comprar influencia política. De ese monto, 1700 millones fueron “contribuciones de campaña” a congresistas y candidatos presidenciales, y el resto como pago a los lobbystas del sector financiero en el Congreso y en otras instancias del Estado. “Los congresistas que apoyaron las medidas favorables al sistema financiero recibieron mucho más dinero que los que no las apoyaron”, revela Sevares. Bajo esas normas institucionales, esa práctica no se la denomina corrupción sólo porque está legalizado ese tráfico de influencias y dinero.
No se trata ya sólo de que la aplicación de teorías económicas incorrectas conduce a políticas incorrectas, como se demostró con el neoliberalismo en la década del noventa en Latinoamérica y ahora en Estados Unidos y Europa. Más aún, esas políticas han fomentado las crisis y exacerbaron su profundidad y duración. Ese resultado no es un “accidente”, como sostiene el mundo de las finanzas y sus propagandistas, sino que se explica en que los protagonistas principales de la actual fase del capitalismo dominado por las finanzas globales tratan de preservar y ampliar su poder sin importar los costos que ello implica. Para esa tarea cuentan con la suficiente capacidad de influir en las áreas sensibles de los gobiernos que les permiten mantener sus privilegios, sin importar que al mismo tiempo se desmorone lo poco o mucho de la estructura social de esos países que aún mantienen la categoría de potencias mundiales.
Las agencias, los nuevos jueces globales
El hombre que tiene en sus manos el destino del crédito de Estados Unidos, y por ende el de la economía mundial, usa corbata con nudos pequeños, luce un espeso bigote y fuma una buena cantidad de cigarrillos por día. Más allá de eso, su vida es un misterio, al igual que su trabajo.
Puede que uno nunca haya oído hablar de David Beers, pero todos los ministros de Finanzas lo conocen. Con gran experiencia en Wall Street, es el máximo responsable de determinar las calificaciones de deuda de los países dentro de Standard & Poors.
Detrás de muchos de los últimos movimientos de los mercados de deuda soberana estuvieron los reportes de algunas de las agencias calificadoras. S&P es la mayor y la más influyente, seguida por Moody's y Fitch.
Una estafa de 16 billones de dólares
La atención de la opinión pública internacional está centrada en el acuerdo pírrico firmado entre Barack Obama y el Congreso mediante el cual el presidente se compromete a aplicar un duro programa de ajuste fiscal, centrado en el recorte de gastos sociales (salud, educación, alimentación) e infraestructura por 2,5 billones de dólares (2.500.000 millones de dólares) pero preservando, como lo exige el Tea Party, el nivel actual del gasto militar y su eventual expansión. A cambio de esto, la Casa Blanca recibió la autorización para elevar el endeudamiento de Estados Unidos hasta 16,4 billones de dólares (es decir, 16.400.000 millones de dólares), cifra superior en unos dos billones al PIB de ese país. Con esto se espera –confiando en la “magia de los mercados”– superar la crisis de la deuda pública y reactivar la languideciente economía norteamericana. Esta receta ya fue implementada a sangre y fuego en América latina y no funcionó; y tampoco lo hizo en la convulsionada Europa de estos días. Con este acuerdo, lo único seguro será el agravamiento de la crisis y, de su mano, la acentuación de la belicosidad norteamericana en el escenario mundial.
La catastrófica claudicación de Obama
El acuerdo para elevar el techo de la deuda federal está a punto de ser aprobado. Si esto sucede, muchos comentaristas anunciarán que se ha evitado la catástrofe. Se estarán equivocando.
Porque el acuerdo en sí, según la información disponible, es una catástrofe, y no sólo para el presidente Barack Obama y su partido. El acuerdo perjudicará a una economía que ya está en recesión, probablemente agrave aún más el eterno problema del déficit norteamericano y, lo que es más importante todavía, al demostrar que la extorsión descarada funciona y no tiene costo político, arrastrará a Estados Unidos por el camino de las repúblicas bananeras.
“Situación financiera de Estados Unidos es peor que la de Grecia”
El cofundador y gestor del fondo de inversión Pacific Investment Management (PIMCO), Bill Gross, afirmó ayer que la situación financiera de Estados Unidos es peor que la de Grecia u otros países europeos afectados por la crisis de deuda. «Cuando se suman todos los fondos que debe EE.UU. para cubrir futuros pasivos de los programas de ayuda social, está en peor situación financiera que Grecia y otros países europeos», afirmó Gross en una entrevista con la cadena de televisión CNBC.
El administrador del mayor fondo de bonos del mundo dijo que las miradas apuntan a la deuda pública estadounidense, que supera los 14,3 billones de dólares, pero no se habla de los programas federales como Medicare (subsidios para el cuidado de la salud de ancianos), Medicaid (cobertura médica para pobres) y el Seguro Social (jubilaciones), que elevan la cifra a 50 billones de dólares. Señaló, además, que el Gobierno federal también está en apuros por otras deudas relacionadas con el rescate del sistema financiero aprobado por la Casa Blanca tras la crisis de 2008 y 2009. Gross calcula que sumados todos los frentes, la deuda real de EE.UU. «se acerca a los 100 billones de dólares», y aunque acepta que esa cifra puede ser tirando a lo alto, sitúa al país en una posición fiscal «altamente inviable» que llevará tiempo resolver.
China le advierte a EE.UU. que cumpla con el pago de la deuda
Mientras el gobierno de Estados Unidos admite que su economía marcha muy lentamente y busca el modo de bajar el enorme desempleo, China advierte a Washington que “no juegue con fuego” con su deuda, porque, para ellos, existe un riesgo real de que la mayor economía del mundo entre en default .
Esto es porque varios legisladores de la oposición republicana contemplan la idea de postergar el pago de intereses por unos días, lo que técnicamente sería un default. Piensan que es un precio que vale la pena pagar si eso fuerza a la Casa Blanca a recortar drásticamente el gasto, dijeron fuentes citadas ayer por la agencia de noticias Reuters.
Estados Unidos al borde de la cesación de pagos
El presidente Barack Obama todavía no consigue que el Congreso amplíe el límite de deuda y sobrevuela el default.
Ni los efectos del terremoto de Japón, ni el elevado precio del crudo ni la crisis de deuda de la zona euro. El verdadero riesgo al que se enfrenta la economía global es que el gobierno de Estados Unidos incurra en un impago de su deuda.
Así lo ha asegurado esta semana el presidente de la Reserva Federal (Fed) del Estado de San Louis, James Bullard, quien ha reconocido a la agencia Reuters que “si la situación fiscal de Estados Unidos no se maneja correctamente, podría convertirse en un shock macroeconómico global”. Bullard agregó que “la idea de que Estados Unidos pueda amenazar con un impago de su deuda es peligrosa”. Las declaraciones de Bullard se sumaron a una cadena de advertencias: la consultora de riesgo Fitch amenazó esta semanacon quitarle a Estados Unidos su máxima calificación crediticia (AAA) si sus políticos no llegan a un acuerdo para elevar el techo de la deuda. Su competidora, Moody’s había sido más terminante unos días antes.
Sobre Estados Unidos
Que uno de los países más poderosos del mundo celebre como una fiesta nacional el asesinato de un terrorista y la masacre de su guardia personal es un abominable testimonio de la degradación de los principios éticos que fueron el fundamento de su nacimiento y desarrollo.
En su euforia, los estadounidenses olvidan que Osama bin Laden fue formado como terrorista por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para que combatiera de modo victorioso a los soviéticos que invadieron Afganistán (1978-1989).
Es verdad que con estos celebrados crímenes cierran la herida abierta por la brutal violación de su soberanía, al destruirse las Torres Gemelas. Pero ¿y qué decir de la soberanía de Pakistán, el fiel aliado, cuya soberanía fue violada por el operativo de exterminio?
¿En serio o en broma?
En una deplorable exhibición de espeso orgullo, propio de cowboy bravucón de películas de serie “B”, Barack Obama afirmó: “Cuando decimos que nunca olvidaremos, lo decimos en serio” (Eddie Murphy lo hubiese hecho mejor).
¿Debe interpretarse, entonces, que hablaba en broma cuando prometió al mundo que cerraría la inhumana prisión de Guantánamo al día siguiente de su juramento como presidente?
Sólo con incurable ingenuidad se podría aceptar que Bin Laden fue ultimado el 1º de mayo, exactamente ocho años después de que George W. Bush lanzara triunfalmente desde el portaaviones USS Abraham Lincoln el grito de “misión cumplida”.
La misión de buscar y destruir armas imaginarias no terminó, pese a lo cual los estadounidenses se retirarán del infierno iraquí a fines de este año, dejando una estela de, hasta ahora, 4.415 soldados muertos y 32 mil heridos, de los cuales miles regresan contaminados por las radiaciones de los explosivos de uranio empobrecido, que les dejarán crueles secuelas de discapacidades.
Por cierto, los civiles iraquíes desarmados muertos ascienden a 106 mil, una proporción razonable de 23 musulmanes muertos por cada occidental y cristiano armados.
Otra casualidad: el 1º de mayo de 1945 se anunció al mundo que Adolf Hitler se había suicidado el día antes... Los estadounidenses cuidan siempre hasta los menores detalles.
¿Cómo podría creerse que Bush y halcones asociados hablaban en serio cuando juraron ante el mundo que Irak poseía armas de destrucción masiva? ¿Hablaban en serio cuando Al Qaeda preparó en Afganistán los criminales atentados del 11-S, cuando es harto notorio que el adiestramiento de los terroristas se realizó en territorio de los Estados Unidos?
¿En 1964 hablaba en serio el general William Westmoreland cuando pidió, y obtuvo, un millón de soldados para poner de rodillas al Vietcong? El mismo pueblo que hoy festeja un crimen como sustituto de la justicia transmutó en ironía su lacerado orgullo cuando afirmó que “Westmoreland ganó tantas batallas que terminó perdiendo la Guerra de Vietnam”. Por hablar en serio.
¿Hablaba en serio el general David Petraeus cuando felicitó a sus soldados por lograr la pacificación de Irak? ¿O acaso olvidó que sus tropas no tuvieron nada que ver en la tregua entre chiítas y sunitas que detuvo la virtual guerra civil que desangraba al martirizado país: el clérigo chiíta Muqtada al Sader, principal referente iraquí de esa rama del islam, ordenó a sus cuadros de combate el alto el fuego, al tiempo que los sunitas rompían relaciones con Al Qaeda.
Al día siguiente de su arenga, el sueño de Petraeus fue turbado por el estallido de dos cargas explosivas. Aun en pleno sopor, Obama lo envió a pacificar Afganistán.
Tampoco en Latinoamérica. Por supuesto, la historia no se repite en forma mecánica, pero desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, cada vez que los Estados Unidos hablan en serio los hombres de buena voluntad del mundo entero se estremecen y esperan lo peor.
¿En 1954 hablaban en serio cuando acusaban al gobierno progresista de Jacobo Arbenz de estar conduciendo a Guatemala al comunismo porque exigía que el gigantesco imperio de la corporación estadounidense United Fruit pagara impuestos acordes con sus latifundios bananeros y sus gigantescas exportaciones a la Unión? ¿Hablaban en serio cuando denunciaban, como prueba del siniestro designio bolchevique de Arbenz, la compra de armas en Checoslovaquia, país gobernado por comunistas?
Hablemos en serio: esas armas fueron compradas realmente en Checoslovaquia y transportadas a Guatemala en un buque carguero sueco e introducidas con una falsificada declaración jurada de importación. ¿Necesitaba Arbenz, presidente del país, presentar en la aduana un falso manifiesto de carga? No. Simplemente porque Arbenz no había comprado una sola bala de ese cargamento.
Las armas fueron efectivamente compradas en Praga por... agentes de la CIA que fungieron como traficantes y las pagaron al contado. Y, lo que supera la imaginación literaria, el armamento había pertenecido a la Wehrmacht nazi, que lo entregó a los aliados cuando se rindió. Arbenz fue derrocado en junio de 1954.
La política exterior estadounidense parece inspirada en los delirantes escritos de Groucho Marx y de Woody Allen, de Ambrose Bierce y H. L. Mencken. El problema es que cuando los estadounidenses presumen de hablar en serio en política, sus ecos reales son destrucción y muerte, salvajes desconocimientos de las soberanías de los pueblos y de sus derechos humanos, de los que fueron precursores.
Lástima que su digno impulso humanitario comienza a desvanecerse en ominosa sincronía con su decadencia imperial.